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La vida inventada de Emilio Salgari

Por El Litoral

Domingo, 16 de abril de 2023 a las 01:00

Por Gisela Colombo
Licenciada en Letras - UCA
Escritora
Especial para El Litoral

En otros tiempos los niños complementaban su educación formal con lecturas que abrían el mundo cerradito en sí mismo, limitado, provinciano y local en el que vivían casi todos los rincones de la Tierra. Hoy, que hace décadas existe, por medio de las comunicaciones, una cultura globalizada que nos permite consumir productos de los sitios más recónditos, existe un beneficio mayor. No solo posibilita la percepción de las diferencias y el aprendizaje de múltiples recursos, impensados para la tradición de otras épocas. Lo más importante es que la diversidad des-cubre, como si de un velo se tratara, qué es aquello que de verdad nunca cambia. Desentrañamos así lo que llamamos “universal” y vive en cada obra artística y en cada literatura. ¿Qué es con detalle aquello que está en todos los artistas de todos los tiempos?  
Hoy nuestros jóvenes esperan la versión audiovisual de una ficción, pero si la hay alcanza unos niveles de popularidad y difusión inusitados. Algún día llegará el turno de grandes producciones sobre El Tigre de la Malasia, sobre El Corsario Negro y otros tantos protagonistas de los libros de aventuras que escribió, quizá en demasía, el escritor italiano Emilio Salgari.
No es que esas historias fueran especialmente universales. Pero lo que sí resulta universal es la tendencia a convertir la creación en una actividad compensatoria.
Salgari tramó durante toda su carrera una historia de aventuras extraordinarias para su célebre personaje, “Emilio Salgari”. En efecto, con la misma florida fantasía fue inventándose una biografía llena de peripecias y superaciones que, ciertamente, no tenía. Esa orfebrería pública con que fue puliendo la joya de su popularidad fue continuada por sus hijos, quienes echaron más carbón a la lumbre, por un tiempo. 
Por aquello de que no existe mentira que no se revele alguna vez, Salgari fue desenmascarado por la posteridad. Hace unos años un hombre reconoció ser autor de una obra que firmó Salgari. Su padre había recibido el pedido del autor que estaba desesperado por los plazos incumplibles que le daba la editorial para entregar las novelas. El padre se negó y el adolescente devenido en escritor, se puso en marcha y escribió. Salgari le pidió que la extendiera unas páginas más para conformar a su empleador, pero el chico le manifestó que no podía, que ya no tenía nada más que decir. Este hecho que se supo mucho más tarde sugiere que quizás hubiera mentiras respecto a su acto creativo, del mismo modo en que ocurrió con su vida.
 La versión biográfica oficial presentaba a Salgari como un capitán de la Marina Mercante que anduvo por los puertos más extravagantes del Oriente y vivió, como un nuevo Cervantes, aventuras riesgosas destinadas a inspirar literatura. La verdad era diversa:
Emilio Salgari había nacido en Verona y no había hecho más viaje que un crucerillo que bordeaba las costas italianas del Adriático. Entonces, no había obrado como capitán, sino como turista. La biografía que había trascendido retrataba un Salgari muy diferente al real. 
Prácticamente todas las historias de lobo de mar, de aventurero, que “recordaba” haber experimentado resultaron ser otras más de las que inventaba para sus personajes. A pura imaginación. 
En efecto, el hombre había conocido a Julio Verne y en él había visto a priori su vocación. La de escribir novelas de aventura. Quizá no haga falta para tomar dimensión de la proliferación de creatividad que manejaba, que mencionar el número de novelas que llegó a escribir: no fueron menos que ochenta. Aunque dejaremos filtrar las dudas de que todas fueran efectivamente de su autoría.
Algunos críticos han considerado la obra de Salgari como un producto poco pulido, y puede que tengan razón. Sería lo esperable en un hombre que había firmado un contrato terriblemente abusivo que lo obligaba a escribir sin descanso ni margen para la corrección. En efecto, sus editores lo habían convertido en un obrero que debía imitar la producción en serie pero para dar a luz productos originales, creativos, atractivos y únicos. Un fin cuasi utópico. Una pretensión que no es ni era más que un despropósito. 
Salgari no tenía alternativa a la explotación porque estaba sumamente endeudado, mantenía a sus cuatro hijos y a una esposa con problemas psiquiátricos. 
En general quienes escriben literatura, es decir obras artísticas, saben que para medir los propios productos es preciso tomar distancia del texto, lo cual permite verlo con un poco más de objetividad. Recién entonces sería ideal cincelar. Cuando esos plazos no se cumplen, la corrección del mismo autor, que es en realidad parte del proceso de creación, tampoco se cumple plenamente. Antes de eso, la obra está en bruto. Algunos autores confiesan que invierten más tiempo en esa fase creativa que en la que se ponen las palabras a borbotones sobre el papel. Si ese proceso no ocurre con cierta madurez del producto, el autor encuentra dificultades en la tarea de descubrir los defectos. Si ni siquiera se suscitara esa corrección por falta de tiempo, lo cual le sucedía a Salgari según sus biógrafos, ni los correctores editoriales intervenían con la calma necesaria, el texto ya no podría aspirar a la relojería suiza de una gramática perfecta.
La materia narrada era parte de un formato probado y efectivo. Pero no fue para el autor una fórmula comercial. La literatura para él significó, durante casi toda su vida, la fuerza restablecedora de lo ausente.
 Si en su experiencia la carrera que emprendió para convertirse en un capitán de la Marina Mercante italiana jamás fraguó en materia, en cambio, el personaje que se inventó para atribuírselo a sí mismo, el mismísimo Emilio Salgari que conoció la Italia del siglo XIX, sí había vivido su aventura marina durante décadas. ¿Mentiras de prensa? Si Salgari jamás viajó a Oriente, no conoció África ni Centroamérica, sí conocía muy bien la narrativa de Verne y otros escritores de novelas históricas de aventuras, de piratas y de viajes. Y con eso lograba suplantar lo no vivido.  Algunos autores confiesan que la escritura es, para ellos, un acto de recuperación de lo perdido y las ausencias. Este novelista podría suscribirlo también. La infinitud de posibilidades, de libertades, aventuras, expansión y oportunidades que la realidad le había negado se abren paso en sus relatos. La actividad creativa fue, asimismo, una forma de evasión de sus angustias.
Y las carencias, las pérdidas y ausencias no fueron escasas para él como no lo fueron sus ficciones. Quizá haya una relación causal entre unas y otras. 
Lo cierto es que las penurias económicas le arrebataron la esperanza y cuando internaron a su esposa Ida, en una clínica psiquiátrica, él abandonó para siempre el deseo de vivir. Y se quitó la vida en un bosquecito cercano a Verona el 25 de abril de 1911, con un método netamente oriental que conocía muy bien aunque jamás hubiera estado en Japón.
Quiso el destino que le tocara morir en el mismo momento en que se celebraba un evento cultural que le arrebataría incluso el protagonismo de sus últimas horas. Dos cartas fueron halladas en el sitio del suicidio: una para sus hijos y otra para sus editores. De ellas, la prensa rescató lo siguiente:
“A vosotros, que os habéis enriquecido con mi piel, manteniéndome a mí y a mi familia en una continua semimiseria o aún peor, sólo os pido que, en compensación por las ganancias que os he proporcionado, os ocupéis de los gastos de mis funerales. Os saludo rompiendo la pluma. Emilio Salgari.”
El hombre se ha ido pero sus obras, pacientes, permanecen en los anaqueles aguardando que algún joven las rescate y les insufle vida. Quizá convirtiéndolas en un producto audiovisual que enseñe, por medio de ellas, cómo la imaginación también es capaz de compensar penas y carencias de los espectadores.

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