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Leer el futuro

Encomendarnos para un futuro mejor es el rumbo que nos depara, un mañana más justo si emprendemos y perseveramos. Aprovechemos que soplan nuevos vientos para levantar vuelo.

Por Adalberto Balduino

Especial para El Litoral

No es hacer el futuro. Es  imaginarlo. Salvo que practiquemos futurología que, según el diccionario puede ser el conjunto de estudios que pretenden predecir lo que va a ocurrir en el futuro. O sea, el estudio pormenorizado de los futuros posibles, probables y preferibles.

Pero hacerlo es difícil. Si ni el pasado hemos sabido leer para así comprender mejor el presente tan intrincado y atroz.

Siento de alguna manera que, dentro de la confusión general, hay ciertos vestigios que comienzan a dar sus frutos. La gente comienza a meditar recién cuando le han tocado lo más preciado: el bolsillo. Recién allí ante tanto toqueteo, se cuestiona ciertos rasgos que la política ha comenzado a develarlos.

Tardíamente, pero algo es algo. Preferible que nada. Un sistema de gobierno atípico que proclama la democracia, sin embargo la que tiene el sartén por el mango es la Vicepresidencia, y no el presidente.

Que las correcciones se hacen con tirones de oreja públicos, para que el escrache sea mayor, y jamás asumiendo con el cargo que ella forma parte del Gobierno que critica, cuando lo nombró a dedo para manejarlo y torturarlo con doble comando, hasta dándose el gusto de ningunearlo en cadena nacional.

Pero las numerosas pálidas que han sabido cosechar durante todo este tiempo, más bravo y peliagudo que la propia pandemia, ya no son obstáculos para que ciudadanos bien pensados comiencen a germinar la idea loca, pero saludable, que es posible que el viento cambie.

Hay muchas cosas que nos dicen, está en el aire y en las esperanzas que empujan el barrilete de los sueños hacia el cielo. El hilo de algodón del cual pende, tironea y tironea diciéndonos: ¡Basta! 

La gente que no es otra que la que se calló durante tanto tiempo, masticó bronca, se fundió, perdió las esperanzas, mandó a sus hijos a otros puertos, tal vez otros cielos sean más propicios, pero hay que aguantar después el dolor del desarraigo.

Sin embargo, está la otra, la que pensando en el sillón, en las ventajas del poder, aún tiene el tupé de seguir en la misma sin pronunciamientos que hablen de algo de dignidad.

Hace unos días, el gobernador de Formosa Gildo Insfrán, que usufructúa la reelección indefinida hace 28 años, haciendo gala de su desparpajo, dijo sin ponerse colorado: “Si la Corte hace lugar al reclamo opositor, el país dejaría de ser un estado Federal”, en referencia a la continuidad sin límite.

El ciudadano común, ese que calló durante tanto tiempo porque es menos compromiso, comienza a releer los mensajes, el eco de los medios, compara, saca cálculos, evalúa y ha comenzado a preocuparse. 

Porque la realidad es preocupante por más que la CGT haga mutis por obsecuencia partidista. No hace mucho, Sergio Berni, integrante de este Gobierno, expresó textualmente: “Cómo quiere que la gente esté contenta con este gobierno que destruyó la clase media”.

Esos son giros positivos, porque el aplauso constante no es cierto, todos a veces aplaudimos sin haber hecho mérito alguno el “merecido”. El ciudadano responsable debe ser crítico, objetivo, pero asumiendo su verdadero rol.

El periodismo por el derecho a la libre expresión siempre tiene la posibilidad de estar más cerca de las cosas, de tener la dimensión justa, como afirmaba el maestro que fue Dante Panzeri:

“Hay una sola cosa absoluta, inflexible en periodismo: nunca mentir (virtud si puede determinarse así, el relato tiene esa espantosa manera de ver ya que su forma de ser le permite esa licencia). “En ese punto no hay cosas particulares que marquen la excepción a la norma. Por mentira interpretaremos siempre lo que nuestra conciencia no dé por cierto”.

No obstante, avizorando desde lo alto, el panorama es más amplio y esclarecedor, por lo tanto más truculento. El tema es volver a los principios, donde los valores no mienten y nos dan la razón de imaginarnos un mejor futuro. Todos tenemos derecho a soñar y hacer que esa fuerza de cambio se haga realidad.

Leía al Padre, Julián Zini, uno queda maravillado por tanta verdad cuya certidumbre da lugar a que crezca la fe, como lo hacían en la antigüedad los profetas mirando por encima de todo.

Cuando me preguntan cómo logré hacer lo que siempre soñé, locución, producción, publicidad, estar en los medios, conocer a gente que siempre admiré, yo también me repito: no cejar y procurar  haciendo empeñosamente sin defraudarme, aprendiendo de los errores con la humildad predispuesta, siempre de escuchar.

Zini tiene una página para emprender el vuelo por la ruta donde los sueños se convierten en realidad, y es ese “Avío del alma”, el “destete” de las cosas queridas que debemos dejar porque los sueños apuran en desvelos:

“Si ven que el San Jorge y la araña pelean, / Si anoche escucharon a los suirirí, / Si habló la ranita y el charque gotea, / Seguro que el tiempo se está por venir. / Va a cantar el tiempo-nos dijo la abuela… /  porque han florecido los tipichatá…/ Va a cambiar, no ven que las hormigas vuelan..? / y el viento está dulce de niño-rupá”.

Somos capaces de ser mejores porque aún hay gente que se compromete con la vida. Los sueños son realidades a punto de florecer. Y la palabra, un compromiso, con derecho a hacer realidad un futuro merecido. 

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