Por Juan Carlos Raffo
Especial para El Litoral
Cuando Manuel Belgrano es designado al frente del Ejército con el que debía persuadir a los hermanos paraguayos de que se sumen a la causa de mayo, supo desde el comienzo que era una empresa difícil y estaba enterado que el Gobernador Velazco no reconocía a la Primera Junta patriota de criollos, pero no asumía una actitud hostil. Se habían formado en Asunción tres grupos diferentes en sus ideas e intenciones: unos deseaban mantener el vínculo con España; otros pensaban acatar al nuevo gobierno de la cabecera del Virreinato y otros formar un gobierno propio.
El viaje que inicia Manuel Belgrano con un modesto ejército tuvo
una de sus primeras postas importantes en la ciudad de Santa Fe. Todos los santafesinos concurren con lo que pueden y algunos con todo lo que tienen.
Belgrano está en todo lo que acontece. Aunque su misión tiene carácter militar, no deja de tocar cuanto resorte de la vida civil pasa a su alcance y aconseja no hacer uso de la violencia “sino cuando eso sea inevitable para el bien público”. Estas dos palabras, “bien público”, parecen haberse convertido en la síntesis más completa de su idealidad. Y el bien público para todos, no para unos pocos. Así, cuando alguien le dice que a los indios no hay más medio de dominación que la violencia, él responde que se logra “con música y buen trato”, y pide a la Junta instrumentos musicales.
Es más meticuloso cuando se trata de aprestos militares y de anotar los gastos de lo invertido. “Compró en Santa Fe doce resmas de papel, una fanega de sal, unos 55,250 Kg. -Fanega es una medida de capacidad para el grano, las legumbres y otros frutos, de valor variable según las regiones), compró además 30 monturas, 30 frenos, 18 pares de estribos, 27 varas de lienzo, 2 varas de gro de lana azul, (En esa época, el término “gro” era sinónimo de tela), 2 de amarillo, y 2 de encarnado, para banderas, 30 ponchos; pagó sumas a chasquis y correos y encargó al armero de Santa Fe la reparación de las armas y que le entregara 6 limas tablas, 6 limas chicas triangulares y 6 limas de acero.”
Se puede pensar que se trata de cuestiones insignificantes, pero en esto se puede conocer mejor la escrupulosidad del prócer. En cuanto a los preparativos militares sigue reclutando y adiestrando a la limitada tropa, estando personalmente en ambas tareas, lo que lo lleva al convencimiento de que los hombres con que cuenta son tan bisoños “que parecen bultos con ojos”. (De sus memorias).
“Luego que pasaron el nominado pueblo de La Bajada, Hoy Paraná) me di a reconocer de General en Jefe y nombré Mayor General a Don José Ildefonso Machain, dándole mientras yo llegaba mis órdenes e instrucciones”. Machain había nacido en el Paraguay, se educó en Europa y era un auténtico defensor del espíritu rioplatense.
El día 12 de octubre Belgrano recibe en Paraná a un joven llamado
Valentín Denis quien le entrega una carta de su madre -Gregoria Pérez de Denis- en la que ella, después de disculparse por no haberlo podido ver en Santa Fe debido a la cortedad de su genio, pone “a la orden y disposición de V. E. sus haciendas, casas y criados desde el Río Feliciano hasta el pueblo de Estacas, en cuyo trecho es V. E. el dueño de mis cortos bienes para que con ellos pueda auxiliar al Ejército a su mando, sin interés alguno”. El sensible espíritu del prócer se conmueve tan profundamente ante el gesto patriótico de esta mujer sencilla, que no sabiendo en que otra forma corresponderle, se dirige a la Junta solicitando que el nombre de la señora figure en el Catálogo de los Beneméritos de la Patria “para ejemplo de los poderosos que la miran con frialdad”.
En Entre Ríos la gente lo recibe en son de fiesta y de triunfo, gozosos por tener un gobierno criollo y por ir al Paraguay a lograr ese mismo objeto; como si la expedición fuera para ir a abrazarse con los paraguayos. Pero él ya intuye lo que allá le espera y se abstiene de divulgar su sospecha de que encontrará resistencia a la superioridad de Buenos Aires sobre la ciudad que fuera la autoridad primigenia.
El gobierno paraguayo ha dicho en tono aún cordial, “que debe tenerse en cuenta una resolución del Congreso, por la que se aconseja que se guarde armoniosa correspondencia y fraternal amistad con la Junta provisional de Buenos Aires, suspendiendo todo reconocimiento de superioridad en ella, hasta tanto que S. M. resuelva lo que sea de su soberano agrado.“Esto quiere decir que el gobierno del Paraguay no reconoce al de Buenos Aires y que está dispuesto a resistir cualquier intento de sometimiento.
La Junta de Buenos Aires también comprende que la empresa de Belgrano no va a ser fácil y, encontrándose el ejército en La Bajada, envía un nuevo contingente de 200 Patricios al mando del Tte. Cnel. Gregorio Perdriel. Con ellos los efectivos llegan a 950 hombres, con una batería de 6 cañoncitos: 4 de a dos y 2 de a cuatro.
Aunque Belgrano no es militar de carrera, comienza a dar muestras de que sabrá desempeñarse como tal. Y lo prueba tan pronto como el ejército se pone en marca, dividiendo sus efectivos en 4 columnas que llevan casi igual número de soldados y de armamento. Su espíritu metódico y su carácter inflexiblemente recto adquirió mayor rigidez en el ejercicio del mando.
La base de aprovisionamiento que deja a retaguardia está casi exhausta y al frente lo espera un enemigo dispuesto a resistir en medio de la selva tropical, desconocida para este porteño educado en Europa.
Estando en La Bajada aplicóse a suscribir como Jefe de la Expedición, las “Instrucciones para la marcha”: La 1ª División mañana lunes 22 de octubre; la 2ª el martes y la 3ª el miércoles; la 4ª el jueves 25 bajo su mando, llevando las tres primeras una bandera con los colores amarillo, rojo y azul respectivamente”. La tropa debía marchar formada y conservando los jefes y oficiales sus puestos, sin que nadie lo abandone sin previo consentimiento de su superior. No permitirían que ningún oficial o subalterno entrase en casa alguna del tránsito, sino en donde le permitan descansar, comer o pasar la noche. No permitir que ningún vecino sea vejado, ya sea de palabra u obra; y será arrestado el que lo haga para degradarlo en presencia del Ejército y, según las circunstancias, imponerle la pena capital. Todo soldado que se separase de la Columna a más de 300 pasos sin previo permiso de su inmediato superior será detenido por las patrullas y pasado por las armas.
Y siguen las instrucciones sobre robos, ofensas, desobediencias, malos tratos, etc. Por último, recomienda que no se diga ninguna palabra obscena ni gritos ni alborotos en los pueblos, dando ejemplo al paisanaje, haciéndose amables y acreedores de la estimación de los pueblos y de la suya.
Al salir de La Bajada la hueste libertadora alcanzó a 973 plazas. Belgrano partió el 2 de noviembre. Calculaba recorrer 111 leguas hasta el punto de concentración en Curuzú Cuatiá, en 12 etapas. Traía un médico y una botica reducida.
La primera jornada de marcha de las divisiones fue desde Paraná a la Estancia de La Torre, en la margen derecha del Arroyo Las Conchas, a 3 y 1/2 leguas. El pasaje del arroyo se realizó en una balsa desde el 22 de octubre al 2 de noviembre. La caballería lo hizo a nado con sus jinetes.
Para llegar a Curuzú Cuatiá vino despuntando los cauces fluviales del oeste del Río Feliciano, por el lomo de la Cuchilla de Montiel.
El 4 de noviembre amanece en las costas del Arroyo Alcaráz desde donde escribe a la Junta avisando que el Gobernador de Misiones, Tomás de Rocamora, le avisa que “los portugueses y los ingleses están de acuerdo con el Gobernador Velazco del Paraguay y con los españoles de Montevideo, y unos y otros son nuestros enemigos.”
El 7 de noviembre llega a Curuzú Cuatiá –
Continúa en próxima edición