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Espíritu maligno, Pietro

Del libro Aparecidos, Tesoros y Leyendas de Corrientes. Moglia Ediciones.

Sabado, 05 de agosto de 2023 a las 19:35

Terminaba la Segunda Guerra Mundial en 1945 parcialmente, porque duró hasta 1955 sus peores consecuencias. Siniestros personajes de todas las nacionalidades aparecieron en distintos lugares del mundo. 
Entre esos criminales fugitivos estaba Pietro Palamarzuk, que huyó por la ruta de las ratas o de los conventos católicos haciéndose pasar por polaco y cristiano; bien su vida nefasta valía una misa. A fin de asegurarse inmunidad, ante cualquier control de los occidentales, obligó a acompañarlo -incluyendo casamiento católico- a una de sus víctimas, Hannah; quien lucía en el brazo izquierdo el número del campo de concentración de Birkenau. La partida de matrimonio realizada por sacerdotes socios de los criminales, consignaba a ambos como católicos. Ella ni siquiera hablaba, tenía un terror acumulado ante su torturador, al que veía desenvolverse con naturalidad ante los presuntos libertadores. Nunca entendió qué ocurría, cómo bestias asesinas como Pietro eran admitidas y atendidas con deferencia en cuanta oficina ingresaban. 
Salieron en un buque como emigrantes, con pasaporte de la Cruz Roja del Vaticano desde el puerto de Génova. Él la atendía en público, en la privacidad reanudaba sus amenazas para que guardara silencio, so pena de brutales castigos como acostumbraba a propinarle. 
Llegados al puerto de Buenos Aires, Argentina, país cómplice del nazismo y refugio de todos los criminales que quisieran ingresar, más el fruto de las expoliaciones, fueron recibidos por la organización secreta integrada por los nativos. A Hannah prácticamente la dejaron abandonada a su suerte en pleno puerto. La salvaron de la deportación otros inmigrantes polacos que fueron víctimas como ella, que fueron recibidos por organizaciones judías humanitarias. 
Pietro se perdió en la inmensidad del país receptor. 
Hannah se puso a trabajar como pudo y donde pudo: doméstica, mesera, vendedora ambulante. Aprendía el idioma a duras penas, pronto logró demostrar su calidad de enfermera lo que mejoró su fortuna. La organización a la cual se incorporó la recibió como colaboradora curando a los pobres y desamparados como ella; labor gratuita por supuesto. 
Hannah siguió los rastros de Pietro, pero los criminales nazis y sus socios tenían la protección de la Iglesia Católica nazi argentina, la Policía Federal y Fuerzas Armadas de igual filiación. Sin embargo los ingleses, no así los norteamericanos, ayudaban a los cazadores de los patibularios para ubicarlos y remitirlos a su lugar de origen para su juzgamiento. 
Argentina nunca concedió la extradición de ningún criminal de esa laya, la podredumbre de la justicia y el gobierno hedía de lejos. 
Pietro se movió desde la ciudad Capital hasta Las Breñas, Chaco, nido de ratas conocido internacionalmente. Allí los nazis realizaban sus reuniones y fiestas sin que nadie les impidiera. Cuando le advirtieron que Hannah lo había ubicado, se trasladó a colonia Wanda, en Misiones, otro nido célebre de roedores. No fue suficiente, las manos de los investigadores volvieron a ubicarlo. Volvió a huir, esta vez al lugar final de su recorrido, Paso de la Patria, Corrientes. El criminal era médico y lo demostraba cabalmente, fue uno de los que experimentaron en los campos de concentración del Holocausto. 
Radicado en la villa mencionada se aisló en el lugar menos pensado, la Isla del Cerrito; el famoso leprosario del nordeste argentino. Ejercía sus funciones bajo otro nombre. 
En sus tiempos libres cruzaba a Paso de la Patria donde tenía una casa rodeada de alambre tejido y púas arriba, era de corredores a los cuatro vientos. 
Lo que no contaba era que durante su estancia en el Cerrito o en la villa, no podía dormir. Espíritus enojados lo despertaban, lo destapaban, lanzaban maldiciones en varios idiomas desconocidos para los pueblerinos. Los vecinos reportaban que observaban luminosidades en la casa de don Pietro, escuchando gritos y palabras que no entendían. 
En la localidad se relacionó con quienes, por informaciones de las organizaciones nazis argentinas, concordaban con sus ideas, generalmente católicos ortodoxos, incluyendo comerciantes y el cura del lugar, que venía de San Cosme. 
En comidas y reuniones hacía alarde de sus fechorías, como si fuera algo gracioso, lo que era festejado por sus contertulios. En no pocas ocasiones lucía el uniforme macabro de las S.S. exhibiendo la Luger con la cual, afirmaba, mandó al otro mundo a muchas víctimas indefensas. Nunca en combate frontal, era un cobarde rematado, sádico consumado. 
Hannah no podía ubicarlo, le había perdido el rastro, 
hasta que en comienzos de la década de 1970 lo halló. Se encontraba internado con una enfermedad terminal en el Hospital Vidal de la ciudad de Corrientes. 
La iglesia católica correntina, ni lerda ni perezosa puso en movimiento su maquinaria de cobro de servicios prestados. Tirado sobre un frío mármol del hospital, padeciendo lo indecible, el maldito de Pietro imploraba la muerte. Alrededor de él los espectros de sus víctimas bailaban gozando de su martirio, merecido por cierto: gritaba, sollozaba, pedía perdón con todas sus fuerzas. Las sombras bailaban sobre su cuerpo, las enfermeras que presenciaron este horroroso espectáculo no querían atenderlo; el sacerdote que lo cuidaba en muchas ocasiones huyó de la sala. 
Antes de expirar el cura le hizo firmar el testamento a favor de la Iglesia Católica. Dejaba la totalidad de sus bienes a la institución: joyas robadas, tierras en Wanda, la propiedad del Paso, entre otros. 
Hannah se trasladó a la ciudad de Corrientes, buscó abogados para que demandaran a la beneficiaria de la herencia. Las joyas eran de su familia, que fueron saqueadas por los nazis, además estaba casada con su victimario. No encontraba quien la atendiera, rehuían los insignes abogados correntinos del enfrentamiento con la poderosa institución. 
Por avatares de la vida, Hannah realizó un trámite en el Banco de la Nación Argentina, sucursal Corrientes. Allí conoció a un empleado llamado Lalo, recién recibido, el que la escuchó recomendándole a un abogado joven que trabajaba por la calle La Rioja al 400. 
La mujer con vestidos de pobre confección, sin recursos, habló con el abogado. El letrado la escuchó asombrado, no tenía idea lo que era el Holocausto y la historia narrada. 
No se enseñaba en la Argentina, jamás, era pecado. Cuando el abogado le preguntó porque no hizo la denuncia de su odisea, la señora lo miró con asombro y lástima, contestándole: “me hubieran matado al instante en la misma comisaría o juzgado”. 
El juicio lo inició la Iglesia Católica. Presentados Lalo y el otro abogado al final la sentencia del magistrado excelente le dio la razón a Hannah. La institución se vio obligada a entregarle el cincuenta por ciento de los bienes recibidos e inventariados, incluyendo un anillo de platino y brillante. 
Hasta hoy, los habitantes de la villa de Paso de la Patria consideran el lugar donde vivió el criminal Pietro como tabú. Sombras horribles pululan por el lugar, un hombre sujeto por otros espectros camina tras una mujer cuyo brillo celeste se distingue del negro horrendo de su seguidor. Estoy seguro que Hannah ya en el mundo de lo eterno, no perdona al asesino. Brilla en las noches un anillo que muchos en el lugar conocieron en manos de la sombra espiritual celeste. Los pobladores, amigos del “viejo Pietro”, son sorprendidos con apariciones en sus casas, escuchando carcajadas horripilantes, como castigo de sus conductas escabrosas.

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