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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La hora de la política

El foro de discusión de los comités y las unidades básicas, el ateneo de los estudiantes universitarios, el centro cultural de los bohemios y amantes de las artes, el bar de copas en el que abrevaban los filósofos de la vida real. Todas esas cuevas del pensamiento sociopolítico (tan indispensables en el siglo XX para la formación de cuadros) han sido clausuradas por el arrollador avance de la tecnología digital.

El nuevo ámbito del debate público ya no transcurre en el diálogo enrojecido por la pasión del discurso más imponente, sino desde el relax de una silla gamer donde cualquier joven veinteañero con sagacidad suficiente es capaz de desarrollar contenidos que penetran la psiquis de las masas hasta convencerlas. Hasta alcanzar metas inesperadas mediante la cristalización de imágenes imposibles, como si pudiera saltarse de la invocación esotérica de una amenaza a concretarla en un abrir y cerrar de ojos, convertida en la realidad más palmaria.

Dijo una vez, un puñado de meses atrás, un político en ciernes que por entonces se dedicaba a sortear sus dietas legislativas: “Larreta yo te puedo aplastar”. El todavía jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, quien dormía sobre un bálsamo de laureles en la falsa certeza de que estaba predestinado a la Presidencia, dejó pasar el misil de la verborrea sin reaccionar, con el criterio imperante en aquel tiempo según el cual el economista de los cabellos revueltos era “un loquito más”.

Pero lo que era un peligro abstracto, improbable, fruto de algún cerebro afiebrado por el antimarketing, se convirtió en un peligro concreto y Javier Milei ganó las elecciones primarias contra tres adversarios considerados políticos profesionales. El libertario venció a los exponentes de lo que él definió con asertividad mediática como “la casta”. E hizo realidad la predicción menos pensada dejando fuera de combate al otrora poderoso comandante de la ciudad más rica del país. Suena drástico pero hay que decirlo: Larreta, finalmente, fue aplastado.

Vale decir que quien esto escribe veía en la propuesta del calvo precandidato de Juntos Por el Cambio la alternativa más lógica para surfear las olas inflacionarias hasta superarlas mediante un modelo económico humanamente conservador. Cuidar a los de abajo, mantener la contención social que proporciona el Estado e iniciar una transformación sostenida, indetenible pero sin decapitaciones públicas, de forma tal que los llamados “planeros” se convirtieran en trabajadores estables en un plazo prudencial de seis meses a un año.

Sostener lo (poco) que está bien y corregir lo (mucho) que está mal. Transformar sin demoler, reconvertir sin destruir. Era un plan interesante, seductor por donde se lo mirara. El problema de Horacio fue la comunicación. Nunca tuvo engagement con el gran público porque nunca comprendió el valor inconmensurable de las redes sociales. 

Fue empujado por sus asesores a debutar en Tik Tok, a bailar una zamba, a besar niños y a confesar que se había enamorado de una funcionaria de su gabinete. Secundado por un compañero de fórmula que se cansó de reprimir diaguitas en la quebrada de Humahuaca, el camino a la derrota interna se terminó de configurar con una receta simple (pero eficaz) de Patricia Bullrich, quien se enfocó en su principal fortaleza al izar el pabellón de la seguridad sobre el recuerdo de aquellos tiempos de atavíos castrenses. 

Larreta ya fue, sentenció uno de los más iluminados cerebros de la política vernácula. Toda la razón lo asiste, pero quedaba preguntarse por qué ya fue. En el diálogo que este columnista mantuvo con dicha fuente apareció una conclusión tan breve como irreductible: “Nunca se instaló”. Los kilos de pauta que engullidos por algunos comunicadores farandulizados por la fama del personalismo contestatario de poco sirvieron para que la figura del jefe porteño se viralizara en la paleta de opciones que se presentó ante el votante tipo argentino, reducida a lo binario.

En las PASO compitieron un distinto y tres iguales (sin desmerecer a las minorías representadas por Grabois, Moreno y la izquierda, que tampoco acertaron en la comunicación). Ganó el distinto, al que todo le fue admitido y perdonado; desde su idea de vender órganos hasta su delirio de que las personas serán libres de morirse de hambre si no alcanzan a producir lo que necesitan para vivir. Sepan disculpar la comparación histórica (esperemos exagerada): hubo un tiempo en la Europa invadida por el nacionalsocialismo en que se propugnaba dejar morir a los inaptos por inanición.

El distinto es Javier Milei, el único que llegó con un puñado de propuestas, muchas de ellas en teoría impracticables. Incendiar el Banco Central, privatizar la educación, eliminar el peso y reemplazarlo por el dólar. “No va a poder hacer todo lo que dice porque no tiene apoyo parlamentario”, murmuran desde sus amofletadas poltronas los burócratas de turno.

Pero en el orden constelacional de Milei todo pareciera ser posible. Hablar con perros etéreos, noviar con la mejor imitadora de Cristina, definir como varón a su hermana (el jefe), aplastar a Larreta y se puede seguir contando.

Hace pocas horas uno de los más convocantes dirigentes sindicales del mundo de la docencia, Rufino Fernández, pidió “unirnos para resistir en defensa de la escuela pública”. Advirtió en diálogo con el autor de este antipanegírico: “Estamos a punto de perder todo por lo que hemos luchado en dos siglos de historia educativa”, a la vez que llamó a la concordancia de todos los sectores del arco gremial, cualquiera sea el posicionamiento ideológico de cada uno.

En los tiempos de la llamada “Revolución Argentina” un joven cineasta de ideas revolucionarias y progresistas filmó en la clandestinidad “La Hora de los Hornos”. La cinta producida con estricto sigilo por ese gran hombre de la democracia fue Fernando “Pino” Solanas se proyectó a hurtadillas en aquellos ateneos, fondas y bares de la nocturnidad ciudadana para sembrar la semilla de la conciencia popular acerca de los peligros que representaba la continuidad dictatorial.

Pero ya no están los “dinosaurios” que se juntaban a debatir sobre la realidad en “El Mariscal” (último bastión de las añoradas usinas del pensamiento libre que tanto bien le hicieron a la matriz cultural identitaria de una correntinidad tan ilustrada como generosa, expresada en las personas de Darwy Berti, Carlos Gelmi, Marcelo Fernández o Carlos Buratti). Ya no influye el diario papel (leído en este instante por una minoría –no lo tomen a mal- gerontológica).

Están las redes. Existe la dinámica de lo instantáneo. Funciona el mensaje corto no de 30 segundos, sino de 3 segundos. Penetra el impertinente. Conquista el desestructurado. Seduce el despeinado y se queda con la chica el que lleva un melón en la cabeza.

El punto es que los “piantaos” que con tanta dulzura pinta Horacio Ferrer en “Balada Para un Loco” han desaparecido, se han vuelto cuerdos pero en la peor de las corduras, han transmutado en colmena y se conforman con recibir la dosis cotidiana de entretenimiento, pues padecen la atrofia de sus capacidades indagatorias. 

Y en su reemplazo aparecieron otros locos que en realidad no lo son. Solamente simulan navegar en una fantasía que promete llevar al pueblo hacia la tierra prometida de la estabilidad económica sin revelar que el verdadero plan es un neocolonialismo de introyección cultural, la inoculación de un nuevo paradigma según el cual quien tenga éxito lo merecerá todo y quien haya fracaso en su intento tendrá que alquilar su cuerpo 12 horas al día para ganar el sustento mínimo, sin educación, sin hospitales y sin aquel hermoso ideal de la clase trabajadora argentina, esa que se mataba laburando mientras pensaba en esa frase dorada: “M´hijo el dotor”.

No queda más remedio que arriesgarse a la política. Esa vilipendiada ciencia del ordenamiento social para una vida mejor en condiciones de equidad debe readaptarse para hacerse diestra en el nuevo lenguaje de la comunicación fugaz. Trasladar las deliberaciones ciudadanas a los videos shorts, armar transmisiones en vivo con pibes de ventipico que se desgañiten cantando los temas de Wos mientras germina la semilla de una democracia sin privilegios, con respuestas lógicas, sin corrupción. Es el momento de tomar la posta de nuestros queridos “dinosaurios” de las letras. Es la hora de la política.

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