Releer el libro “La Democracia en América”, de Alexis de Tocqueville, es imprescindible por el valor perenne que tiene la democracia frente a otros sistemas. La democracia defiende la dignidad humana, es el hábitat natural para la construcción y defensa de los derechos humanos y de la ciudadanía. Es el sistema que reduce al mínimo la posibilidad de construir regímenes autoritarios.
Pero esta vez lo leo no solo como un libro histórico, sino haciendo un paralelismo con algo nuevo: el avance de la extrema derecha, como la de Trump, en el mismo país y dentro del mismo sistema democrático. Líderes que ganan elecciones, pero luego ven a las formas democráticas como obstáculos que deben ser descartados porque dificultan sus objetivos. Buscan domesticar y homogeneizar el poder judicial, amenazan con juicios políticos a jueces inferiores, pretenden echar al presidente de la FED —organismo independiente que maneja las tasas de interés—, reivindican la supremacía blanca y proponen políticas contrarias a la igualdad de género, la diversidad y los derechos ya consagrados (todo esto, en nombre de combatir el llamado “marxismo cultural”, una nueva forma de macartismo).
A nivel internacional, amenazan con invadir y anexar territorios como Canadá o Groenlandia por sus recursos minerales estratégicos. Hablan de intervenir el canal de Panamá por la influencia china, imponen políticas de hiper-aranceles a China, Europa y otros países, ya sea por razones arbitrarias, económicas o ideológicas, como en el caso de Brasil por apoyar a Bolsonaro.
Sus actitudes hacia la Unión Europea incluyen sanciones económicas, intromisión en elecciones (como en Alemania, cuando enviaron a Musk —el tecno-millonario— a apoyar a un partido pro-nazi, junto al secretario de Estado Rubio). Estas acciones llevaron a Europa a replantearse su autonomía energética con energía nuclear e iniciar una carrera armamentística bajo el concepto de que “solo Europa puede salvar a Europa”.
Sobre la guerra en Medio Oriente o la de Ucrania, prometieron terminar rápido los conflictos, pero lo único que lograron fue cobrar "la cuenta de la guerra" mediante la entrega de tierras raras estratégicas. La amenaza a México y el trato a los inmigrantes completan un panorama preocupante.
En este contexto, pareciera que estamos más cerca del libro "Cómo mueren las democracias" que de "La Democracia en América". Y los nuevos líderes de la extrema derecha intentan usar el concepto del austríaco Karl Popper, autor de "La sociedad abierta y sus enemigos", pero lo desvirtúan completamente.
La democracia en América del siglo XIX ya no se parece a la del siglo XXI. En lo económico, impera una lógica perversa: “subsidios para los súper ricos, y economía de mercado para los pobres y la clase media”. El 1% de la población gana, mientras el 99% aguanta. Ejemplo de esto es cuando, tras la ruptura entre Trump y Musk, el propio presidente le advierte que sin subsidios estatales sus empresas satelitales no podrían sostenerse. Queda en evidencia que lo que defendemos no es nuevo: hay una economía dirigida al beneficio de los tecno-millonarios.
El presupuesto aprobado recientemente por un solo voto en el Congreso refleja esta orientación: baja de impuestos a los súper ricos, aumento del gasto en defensa, recortes en áreas sociales y de salud, y un déficit extraordinario. Un presupuesto diseñado para los intereses del 1% y para dar batalla a su gran competidor global: China, que ya los ha superado tecnológicamente, aunque no aún en lo financiero ni en el dominio del dólar como moneda de comercio internacional.
Hoy parece estar de moda una combinación peligrosa: capitalismo en lo económico y autoritarismo en lo político. A diferencia de China, que tiene partido único y crecimiento económico, Estados Unidos se está alejando de lo que fue su sello distintivo: la democracia, su ventaja competitiva social y política.
Lo que Trump y su extrema derecha no entienden es que acorralar la democracia es un error. Lo que debería hacerse es democratizar la economía. No trabajar para los nuevos señores feudales —los tecno-millonarios—, sino para el conjunto del pueblo americano.
Las democracias occidentales no pueden resignarse. La salida a sus crisis no será mediante el abandono del Estado de Derecho, sino con más democracia. Democratizar el poder económico, limitar el capitalismo de rapiña y los privilegios de los “amigos del poder” es el camino hacia un capitalismo humanizado, donde la cultura de la solidaridad sea la base de la convivencia.
Noel Eugenio Breard - Senador Provincial UCR.