¿Golpe maestro militar o crimen contra la humanidad? La decisión del presidente estadounidense Harry S. Truman de desatar el horror de la guerra nuclear sobre Japón en 1945 sigue encendiendo un encarnizado debate.
Cuando se acerca el 60 aniversario del lanzamiento de dos bombas atómicas en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, surge un nuevo análisis de las razones que llevaron al primer y único uso en la historia de esta arma, considerada como recurso último.
Solo la carnicería humana que produjeron los ataques sobre dos ciudades japonesas exige un nuevo análisis histórico: 140.000 personas murieron en Hiroshima luego del bombardeo del 6 de agosto, y 70.000 en Nagasaki tres días después. Miles más perdieron la vida en los años siguientes por efecto de las radiaciones. Actualmente -cuando todos los protagonistas ya no están en el escenario, la Guerra Fría terminó y la historia concedió cierta distancia de los hechos- las decisiones de Truman son objeto de mayor análisis.
Los ataques a Hiroshima y Nagasaki no fueron más que “crímenes contra la humanidad”, dijo Peter Kuznick, un historiador de la American University, que le encuentra defectos al argumento de que las bombas eran la única manera de poner fin a la guerra.
Según Kuznick, el gobierno de Truman quería terminar la guerra antes de que la Unión Soviética se uniera a los aliados para invadir Japón, lo cual podría haber creado nuevos dolores de cabeza geopolíticos en el Asia de posguerra.
“La invasión soviética iba a derrotar a los japoneses, eso era lo que más temían”, dijo el historiador.
En un nuevo libro, “Racing the Enemy”, Tsuyoshi Hasegawa, profesor de historia en la Universidad de California en Santa Bárbara, también señala que la imninente entrada de la Unión Soviética en la guerra del Pacífico fue un factor decisivo en la rendición japonesa, no las bombas atómicas de Estados Unidos.
Según la visión convencional, una vez que Truman consiguió tener la bomba (después de una prueba exitosa en julio de 1945), no tuvo más opción que tirarla para impedir lo que se preveía como una sangrienta y prolongada invasión de Japón.
“La hemos usado para acortar la agonía de la guerra, para salvar la vida de miles y miles de jóvenes estadounidenses”, dijo Truman en una mensaje por radio el 9 de agosto de 1945.
Estimaciones militares contemporáneas sugieren que al menos 250.000 soldados aliados podrían haber muerto en una invasión a Japón, un alto precio después de seis años de guerra.
El primer ministro británico Winston Churchill expuso sus argumentos para la posteridad ante el Parlamento el 15 de agosto de 1945. Hay quienes piensan que “en lugar de tirar esta bomba, deberíamos haber sacrificado a un millón de estadounidenses y a un cuarto de millón de británicos”, declaró.
“Las generaciones futuras juzgarán estas graves decisiones, y creo que no condenarán a quienes lucharon por su beneficio en medio de los horrores y miserias de esta horripilante y cruel época”, dijo.
De los escritos del período también emerge un atisbo de venganza y la idea de que los gobernantes imperiales japoneses -que atacaron Pearl Harbor sin advertencia- no entendían otra cosa que el lenguaje de la fuerza.
“Cuando uno lidia con una bestia, tiene que tratarla como a una bestia”, escribió Truman en agosto de 1945 en una carta a Samuel Calvert, líder religioso cristiano que se había quejado del número de muertos por la bomba atómica.
Truman a menudo se refiere a Hiroshima como una “base militar”, aunque siempre ha estado en duda si lo decía porque realmente lo creía o porque estaba tratando de aplacar su propia conciencia.
Las críticas actuales a la decisión de Truman se han presentado generalmente como comentarios fuera de contexto, que no tienen en cuenta el cansancio y la desesperación de la gente, que quería ver el fin del conflicto más terrible de la historia.
Pero aún en tiempos del ataque a Hiroshima y Nagasaki, en Estados Unidos hubo clara discrepancia respecto al uso de la bomba.
Siete científicos del proyecto Manhattan le rogaron a Truman que se hiciera una demostración de la terrible potencia de la bomba para darle a Japón la oportunidad de rendirse.
El ex presidente republicano Herbert Hoover instó personalmente a Truman a transmitirle a los japoneses que si se rendían se les permitiría mantener a su emperador en el trono.
Truman desatendió el consejo, y dos días después del bombardeo de Hiroshima Hoover le escribió a un amigo en el ejército: “El uso de la bomba atómica, con su indiscriminada matanza de mujeres y niños, subleva mi alma”.