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Felipa, la madre que envió a dos de sus hijos a la guerra

Por El Litoral

Sabado, 20 de octubre de 2007 a las 21:00
EL DATO
Carlos había concluido el servicio militar en 1981. Tenía 21 años cuando supo que su hermano Alfredo (el tercero de la familia) estaba convocado a la guerra y fue de voluntario. Lo reemplazó para que se quedara en casa.

POR GUSTAVO LESCANO
DE LA REDACCION

Nunca habían hablado detalladamente sobre lo que sucedió hace 25 años. Las lágrimas que derramaron ayer desahogaron y testimoniaron la fuerte unión en el sentimiento. Felipa, la madre, se acordó de los meses desesperantes de 1982 en que -sin poder dormir- pensaba y rezaba por sus dos hijos mayores que fueron a Malvinas. Luis y Carlos, los ex combatientes, recordaron los días de infierno bélico y de no saber nada del destino del hermano; incertidumbre agobiante que también experimentó su familia sobre la suerte de ellos.
El abrazo interminable entre llantos de emoción por la vuelta a casa de ambos, resumió la nueva alianza de vida que nació en ese momento. Fue como una luz aliviadora entre tantas muertes y densas tinieblas; fue como un intenso resplandor que brotó en medio de la inmensidad del campo en un rincón del departamento de Empedrado.
En la víspera del Día de la Madre, Felipa y sus hijos sin pensarlo se contaron por primera vez detalles de sus días de guerra. Emocionados hasta las lágrimas, los ex soldados que regresaron vivos de las islas rindieron un monumental homenaje a su mamá, con la misma sencillez y humildad con que se los acunó en el seno de una familia campesina. Y Felipa fue más madre que nunca al tenerlos con vida, como tanto le pidió en sus interminables plegarias a Dios y en aquella promesa que hizo a la Virgen de Itatí.
Los tres se juntaron para una entrevista con El Litoral y el caso es un homenaje a las madres de Malvinas, aquellas que tienen a su lado a los hijos y para las que los tienen en el recuerdo por haber caído heroicamente en combate o durante la posguerra de gris olvido estatal.


Pilas y velas

Los Roman son una familia numerosa. El matrimonio de Felipa Monzón y Carlos Toribio Roman tuvo 12 hijos, pero en 1982 los dos mayores fueron a la guerra y el tercero que estaba convocado se pudo quedar en casa. Ambos partieron al sur -por separado- desde el paraje Albardone, en cercanías de El Sombrero, poblado del departamento Empedrado (la localidad cabecera está a 54 kilómetros de Capital).
Felipa tenía 41 años cuando vio partir a Carlos, de 21 años, y a Luis, de 19, abriéndose una herida en su vida familiar que se repartía entre las tareas campestres y la cocina de la escuela de la zona, la 442. ‘Mi vida no sé qué era en ese tiempo, era como estar en la luna, sin poder dormir de la preocupación. Y le pedía a Dios y a la Virgen por mis hijos‘, alcanza a describir esta mujer de 66 años que luego no podrá contener el llanto emocionado cuando indaga en sus recuerdos.
‘De la plata que ingresaba con el trabajo en la chacra y como cocinera de la escuela, casi todo era para comprar pilas para la radio y velas para los santitos‘, afirma y se frena por las lágrimas. No tenían radio antes de la guerra y compraron una para poder seguir las noticias, mientras las luminarias se mantenían diariamente frente a la imagen de la Virgen de Itatí. ‘Pensaba todo el día en ellos. En la escuela me tranquilizaban mucho, pero cuando volvía a casa no podía dormir y prendía una vela para rezarle a Dios‘, dice Felipa.
Su esposo esperaba verlos con vida, soportando con los dientes apretados el fuego interno de la incertidumbre, en tanto que la madre buscaba noticias de sus jóvenes y no detenía sus oraciones.

Volver a casa

El alivio para Felipa llegó desde la radio de la escuela. ‘Escuchamos que terminó la guerra y ahí sabía que los iba a recibir con vida, con mucha fe en Dios‘, indica con el rostro iluminado como si volviera a vivir esa escena.
Con el fin del conflicto llegó una carta de Luis diciendo que estaba bien, aunque permanecían prisioneros. Ese escrito le dio calma pero no disminuyó la ansiedad por verlo personalmente. A esa altura nada sabían de Carlos y la preocupación se mantenía.
Un día de julio del ’82 regresó primero Luis y la familia se unió en abrazos y lágrimas, las mismas que ayer corrieron por sus mejillas al recordarlo. Poco después lograron saber que Carlos estaba vivo, aunque internado en una clínica bonaerense: el ex combatiente perdió el ojo derecho al ser alcanzado por las esquirlas de una bomba. El tiempo de la vuelta a casa para él fue a mediados de septiembre y la escena de unión se repitió en la picada que llevaba a la casita de los Roman.
Un cuarto de siglo después recordaron esos momentos tan guardados en su interior, tan profundos. El inagotable sentimiento maternal de Felipa brilla en el Día de la Madre y resume el reconocimiento al ser que dio vida.

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