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“Agradezco esta distinción”, dijo al auditorio que lo recibió de pie en el anfiteatro Cocomarola. “Me hubiese gustado actuar con mi conjunto, pero no me lo permitieron”, reprochó Roberto Galarza en la última Fiesta Nacional del Chamamé. Ese día actuó junta a otras “grandes voces” y se llevó una emotiva ovación.
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A los 76 años falleció ayer el músico chamamecero Roberto Galarza. Su delicado estado de salud no pudo superar las complicaciones neurológicas que de manera irreversible se presentaron hace una semana. A la espera de un milagro, el cariño de sus más cercanos afectos lo mantuvo con vida, aunque tanto amor no pudo con la gravedad del caso.
El deceso se produjo a las 7 de la mañana y desde ese mismo momento comenzó un sentido responso que se multiplicó en los medios de comunicación y que constituyó la muestra del gran respeto e inmenso cariño popular.
Hasta las 10 de hoy sus restos serán velados en el escenario “Osvaldo Sosa Cordero” del anfiteatro “Mario del Tránsito Cocomarola”, justamente allí donde a principios de año en la Fiesta Nacional del Chamamé recibió el último gran aplauso de su público al presentarse con otros “próceres” de la música chamamecera. En ese mismo tablado donde paseó su gloria ayer los despidieron amigos, colegas y admiradores.
Un largo desfile de personas se registró durante la tarde de ayer en la capilla ardiente. Se acercaron para el saludo final al compositor de “Volver en guitarra” uno de sus temas que quedará para siempre en el cancionero popular.
En horas de la noche se ofició una misa y durante la madrugada se presagiaban acordes de chamamé para acompañar el luto por don Roberto.
El destino, una vez más, se lleva los acordes chamameceros al cielo de los inolvidables. En septiembre fallecieron Osvaldo Sosa Cordero, don Tránsito y los músicos que en trágico accidente murieron en la localidad correntina de Bella Vista.
Nacido en la localidad de Alto Verde, en la provincia de Santa Fe, Galarza fue anotado con el nombre de Eleuterio, que cambió por el artístico de Roberto cuando a dúo con su hermano Rogelio dio los primeros pasos en el largo camino de la música a la que se dedicaría con verdadera devoción.
Reconocido por sus colegas, aplaudido por el público, compañero de escenarios de Montiel (Ernesto) y de Isaco (Abitbol), a los 76 años quería seguir vigente y por ello se preocupaba, con el resto de fuerzas que le quedaban para cumplir con su gente que lo había distinguido como cantautor "correntino", heredero de la tierra y de la sangre con sobradas razones para ostentar el título de "zorzal", como lo conocían en el ambiente artístico.
Don Roberto era enemigo de las lamentaciones por su condición de inválido, postrado en una silla de ruedas. Reclamaba compañía si, y se preparaba como si fuera la primera vez cuando un espectáculo lo incluía en la programación. Los fulgores de su estrella eran de alguna manera el alimento primordial para el espíritu y entonces el cuerpo también renacía con impetuosidad juvenil.
Vivía en el barrio Santa María, sobre la calle Congreso. Rosita, su esposa, resguardaba con unción su carrera profesional y era su más fiel admiradora. Ambos conformaron un verdadero hogar familiar con tres hijos, dos mujeres y un varón, atentos a los requerimientos de Roberto.
Rosita fue su sombra protectora durante 50 años, 47 de casados y tres de novios. "Se conocieron en un velorio", contó a El Litoral una de sus hijas. "Lo cuidé como si fuera un bebé, siempre y más desde hace cuatro años, cuando con apenas ocho meses de diferencia perdió las dos piernas", dijo Rosita, ya sin lágrimas después de una noche de vigilia.
Una de las últimas actuaciones de Roberto Galarza fue en el Cocomarola, durante la Fiesta Nacional del Chamamé. En una jornada cálida de afectos, lo distinguieron junto con otros notables de la música, como Salvador Miqueri, Ofelia Leiva, Roberto Giménez Blanco y Gregorio de la Vega. "Pero él nunca olvidó que le negaron que cantara con su conjunto, había ensayado con gran dedicación", señala Rosita.
El agravio fue perdonado sin embargo y siguió su carrera. Desde su casa, en soledad, con sus costumbres diarias y esa sed de cantar aunque más no sea para su selecto público familiar. Terminó de grabar un disco y preparaba el segundo, con temas cuyanos que eran su predilección. Faltaban dos para completar las pistas y el festejo quedó trunco. La despedida llegó sin aviso o es que nadie espera la visita de la muerte, más cuando se tiene tanto por dar.
Basta creer, como se cree en la esperanza para seguir adelante, que Roberto Galarza pidió volver, en guitarras y al lado de sus amigos. Allí será un gusto encontrarlo, en un homenaje permanente que le tributará el pueblo, cada vez que alguien entone su más emblemática canción.