BOLUDECES
Subí al colectivo y tras pasar por el tarjetero esgrimiendo mi carnet de viejo, jubilado e injustamente subsidiado, con la gratuidad, avancé a los tumbos por el pasillo. Una chica de menos de 20 años, presurosa, se levantó de su asiento y me lo cedió. Enrojecido hasta las canas, me di cuenta que no solo estaba viejo, sino que, además, se me notaba de lejos.
Para colmo, desde el fondo del colectivo alcancé a escuchar que surgía un murmullo de sonrisas burlonas de unos adolescentes que arrojaban al aire, como si fuese papel picado, la palabra “boludo” sin destinatario fijo, pero dicho así, como un tiro al aire, dirigido a todos.
Me hice el distraído y abrí el diario en una página al azar, solo para encubrir mi asombro de viejo pasado de moda, al que desde ahora, le estaban cambiando su etiqueta por un término tan progre, fresco y juvenil como “boludo”.
Allí empecé a ponerme al día: “Boludo”, que originalmente sonó a insulto y fue mutando casi hasta perder esa connotación, en la actualidad, es la palabra que mejor representa a los habitantes argentinos. Al menos eso cree el poeta, periodista y traductor Juan Gelman, (arriba, izquierda) elegido por el diario El País, de Madrid, para aportar el vocablo argentino a un original atlas sonoro del idioma en el contexto del VI Congreso Internacional de la Lengua Española, en Panamá.
“Es un término muy popular y dueño de una gran ambivalencia hoy. Entraña la referencia a una persona tonta, estúpida o idiota; pero no siempre implica esa connotación de insulto o despectiva. En los últimos años me ha sorprendido la acepción o su empleo entre amigos, casi como un comodín de complicidad. Ha venido perdiendo el sentido insultante. Ha mutado a un lado más desenfadado, pero sin perder su origen”, argumentó el autor de Cólera Buey y ganador de los premios Cervantes y Juan Rulfo.
La elección de Gelman trajo a la memoria la disertación del fallecido escritor y dibujante Roberto Fontanarrosa, (abajo) que en 2004, cuando la cumbre del idioma español se realizó en Rosario, expuso sobre las malas palabras y su entonación. Aquella vez, “boludo” no estuvo en el repertorio tal vez porque ya no era una “mala palabra”.
¿O todos, sin que nos diéramos cuenta, ya nos habíamos diplomado de boludos?
Todo esto no lo estoy inventando yo para justificar mi vejeztud. O lo que traducido a la luz de la nueva categoría de las palabras, podría decirse, de mis pelotudeces. Lo que, según el nuevo “diccionario” sería como un sinónimo de boludeces. Esto lo dijo nada menos que en el diario La Nación el periodista Jorge Crettas, quien no fue el único que se animó a incursionar sobre un tema tan pelotudo. Ningún diario. ni los más serios, ningún medio dejó de ocuparse del tema dando por sentado que la opinión del señor Juan Gelman es correcta.
Che, mate, tango, asado, dulce de leche, Gardel, Maradona, gaucho, pampa, carne, no dicen nada cuando se quiere simbolizar a la Argentina. Boludo, sí.
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Solamente en el anonimato que brinda la masificación de una tribuna futbolera, solíamos escuchar, y decir también, la palabra boludo, dirigida al árbitro o al jugador del equipo contrario al club de nuestros amores. Y hasta le agregábamos algunos desagradables recuerdos para las madres y hermanas de ambos, sin tener conciencia de la barbaridad que estábamos cometiendo. Recién empezábamos a comprender el veneno que estábamos desparramando, cuando esa madre o esa hermana eran las nuestras.
Eran malas palabras, las que se decían en patota, en voz baja, ahuecando las manos y al oído del otro, para que nos las escuchara el genial Roberto Fontanarrosa, el creador del Inodoro Pereyra, el que decía que no había malas palabras. Y tenía razón. Los malos somos nosotros al cambiarle el verdadero sentido que ellas tienen. A lo sumo, las palabras son feas porque nuestras malas intenciones las deforman, y como en el caso de boludo, en vez de golpearte en los genitales, te dan de lleno en medio del alma y te destroza el centro que monitorea al buen gusto.
Eran boludeces juveniles que nos condenaban a ser casi marginales, porque ser un boludo no figuraba en ningún catálogo de una sociedad que se preciara de tal. Pero los tiempos cambian y a veces te dan la revancha o te castigan con saña. Hoy, estoy recogiendo los frutos de aquellos excesos, como quien sufre las consecuencias de la nicotina después de haber fumado muchos años, creyendo ingenuamente que el humito ése era inocuo.
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Adolescentes, jóvenes, viejos. Siempre pecamos por boludos. La única diferencia es que antes nos enojábamos cuando nos decían boludos, y hoy nos debemos sentir orgullosos porque somos los que mejor simbolizamos a la Argentina, no por buenos, por honestos, por trabajadores, inteligentes, creativos, respetuosos, solidarios. No, simplemente, por boludos.
Es decir que lo que ayer era una discapacidad, o una ofensa, hoy es una distinción.
Yo renuncio a ella. Prefiero que me digan viejo. ¿Por qué? Porque soy un boludo.