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Florencio Godoy Cruz: el cuidador del fuego primigenio

Nació en Corrientes en 1925 y falleció en la misma ciudad en 2010. Poeta, docente y escritor. Fue un incansable gestor cultural desde distintos frentes: las aulas, instituciones privadas o cargos públicos. Publicó los poemarios: Invocación al Paraná (1977), Invocación al grito (1978), Invocación guaraní (1984), Paradojas, ciencia en poesía (2004), Cantos en la calle (2008), entre otros. Y el libro de relatos De magia y misterio (1994).

Por El Litoral

Sabado, 28 de abril de 2018 a las 01:36

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

Tenía una mirada calma y un hablar pausado. Los rasgos guaraníes de su contextura física sumados a su inquietud de estudio (siempre en movimiento) graficaban una perfecta síntesis de la lucha de su vida: la integración de los pueblos latinoamericanos desde la mirada y conocimiento de sus propias raíces en interacción con el mundo moderno y avasallador del aparente progreso desplegado en América, siempre sufriente y postergada. 
A pesar de su hablar pausado, Godoy Cruz tenía grandes dotes de comunicación. Su espíritu inquieto lo impulsaba a llevar a cabo actividades de difusión de la cultura del Mercosur partiendo de la tierra que lo vio nacer. Sus investigaciones sobre el folclore del litoral más un profundo conocimiento de la cosmogonía guaraní le permitían acercarse de manera didáctica a sus alumnos, lectores o escuchas de charlas.
Su obra poética se vertebra principalmente en tres poemarios: “Invocación al Paraná”, “Invocación al grito” e “Invocación guaraní”. 
Es en el primer libro donde su poesía encuentra quizá su mayor vuelo a través de la recuperación del ámbito sagrado del mundo. Libro atravesado de lirismo, de brillantes y oportunos encabalgamientos que hacen que la palabra se convierta en el río mismo, uno y múltiple en un devenir dador de vida y tiempo siempre impregnado de un hálito religioso: “Canción es este río, canción de Dios caminando de nuevo/sobre el agua —pliegue de bronce y cielo retenido—/Altar es este río/donde elevan las piedras sus manos cobrizas suplicantes/para que el agua/—oh Paraná, ríomilagro—siga guardando la forma inmaculada/aparecida ayer sobre sus playas”(…)
Las otras dos “invocaciones” proponen un acercamiento a la identidad del hombre correntino y su relación con el paisaje. Estos libros parten de la cosmogonía guaraní, pero se diversifican en la irradiación de esta en lo folclórico, en el tekó correntino, tal como lo señala en el antológico poema Sapukai: “No sé qué extraño fuego/de tigre, de ceibo, de lagarto/esta sangre mía, correntina/antiguo semental de toro,/abierto corazón de cardo (…) “No sé qué antiguo signo/de flechas, de daga, de tacuara,/es esta marca mía, india y goda,/que llevo hasta los huesos, nomás/como si nada” (…)
Tras largos años de silencio, en 2004 publica Paradojas, ciencia en poesía, un libro de búsquedas muy distintas a las anteriores tanto en la forma como en el fondo. El poeta hace estallar su “palabra en archipiélago” (en el decir de René Char) para recomponer su ubicación de pequeña astilla doliente  en el infinito universo y su posible explicación humana.
En “Cantos en la calle” (2008) Godoy Cruz vuelve una vez más a Corrientes, pero desde una perspectiva urbana y con un alto contenido de denuncia social. Su palabra se torna aquí descarnada, directa y coloquial.

 

Muestrario mínimo

Invocación al Paraná
Oh río demorado en nuestra orilla,
en nuestra edad,
en nuestra muerte

Oh desmesura de cielo
tendido para siempre a nuestro flanco.
Desmemoria de azul.
Herida abismal
manando sin pausa en el costado.

Oh impaciencia del ángel
que abre y socava la piedra
que pisamos.

Paraná –oh líquido silencio–
Eterna pulsación
que escandirá mi último poema.

Río encendido al comienzo
y final de la alborada:
Paraná crepuscular.
No sol naciente de Monet,
paleta sí enloquecida
de Van Gogh.

Oh murmullo –Paraná de la tarde–
que lames los pliegues
del cementerio
y alzas el coro
de nuestros muertos
en sudario de jacarandáes.

Cesura de rosas
–cesura de rosas para el verso azul–
Navegas orillas
de antiguas leyendas
y ardiente ritual.

Paraná –ríomilagro–
Historia de mi pueblo
que navegas por un cauce,
te yergues entre rocas,
desandas en guijarros.

Oh cauce, peregrino
que aplacas la adolescente 
crispación callada.
¿Quién sorberá de esta boca
el dulzor infinito de tus aguas?

Siento tu peso como el cuerpo
del amor
Para calmar mi sed
me tiendo, me hundo, me sumerjo,
abandono mi carne calcinada
a la blanda frescura de tu lecho.

Navegante sin nadie.
En esta orilla late tu voz
–garganta de la piedra–,
ancla tu amor en banco
de mi arena:
playa de peces muertos,
oh corazón –mi soledad–
puerto de ave que se posa apenas.
(de Invocación al Paraná)

Paradoja Segunda
Que será todo ilusión presiento.
No importa.   
Navegante en un indefinido cosmos 
de galaxias
peregrino hacia un incierto 
gélido universo
    hoy aquí
junto al perpetuo transcurrir 
    del agua
bajo la sombra tenue del ave 
    y de la flor
sin siquiera ser semilla eterna
    O tal vez lo soy
hacia el dios infinito del hágase
    hacia un espacio y 
    hacia un tiempo nuevo
desmigaré las gotas de mi ser.  
    Entonces
    infinitud de los misterios
    infinitud del tiempo
            y del espacio
            qué hallaré.  
(de Paradojas, ciencia en poesía)

Sapukai
I
No sé qué extraño fuego 
de tigre, de ceibo, de lagarto 
esta sangre mía, correntina 
antiguo semental de toro, 
abierto corazón de cardo. 
No sé qué oscuro relinchar 
de viento, rebelión de voces 
sepultadas,
es este grito mío, refucilo
de espuelas, de lazos y de tabas. 

No sé qué antiguo signo 
de flechas, de daga, de tacuara, 
es esta marca mía, india y goda, 
que llevo hasta los huesos, nomás 
como si nada. 

II
Antes que nada, en su soledad, 
para sí mismo 
creó el primero, Ñande Ru 
¡Oh, Nuestro Padre! 
el himno breve, la exclamación, 
el grito. 
No surgió el sapukai del visceral temblor 
del indio guaraní 
frente a los dioses 
o el inocente asombro
ante el despliegue de sus dones.

Rastro divino, resplandor 
del alma 
surgió del alarido 
cual relámpago 
entre las sombras primitivas 
de las cosas 
para marcar las cosas 
con su llama

Llegó, después, la pequeña 
porción de su divinidad, 
porción de amor, 
palabra-alma 
a los futuros verdaderos padres
de todos los dioses 
y todos los hombres, 
de los tupá 
y de los avá. 

III
Canto o temblor, grito o alarido
resalta el sapukai entre lapachos, 
montando a horcajadas 
sobre el viento 
y deslomando el viento a chicotazos.
En punta de la lengua 
erguida yarará sibila y revienta 
con el lazo,
se encarna con la doma la doma 
y empuja el alma 
en el destajo.

Y así anda el sapukai entre mi tierra,
grito, alarido, alma-palabra 
desatando el ansia, la rebelión, 
el gozo, 
ardiente pulsación en llamarada 
para erguirse, extenderse 
y renacer, nomás 
como si nada. 

(de Invocación al grito)

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