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Guillermo Parodi: el silenciero feroz

Nació en Bella Vista, Corrientes, en 1947 y falleció en Buenos Aires en 2007. Se casó con la cantautora Teresa Sellarés (que adoptó su apellido) para quien compuso algunas letras y con quien tuvo cinco hijos. Tras veinticinco años de matrimonio se divorció de Teresa  y volvió a formar familia. Publicó poemas sueltos en diarios y revistas de Corrientes y Buenos Aires, aunque nunca un libro. En 2008, por mediación de Marily Morales Segovia, a través de la Asociación Artes y Letras de Valencia se publicó póstumo Un hombre cortado en pedazos que reúne su producción en los ciclos: 
62-66, 66-72, 72-78, 79-93.

Por El Litoral

Sabado, 26 de mayo de 2018 a las 04:00

Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral

Que un poeta de la talla de Guillermo Parodi haya pasado “invertido” (valga el eufemismo) en las limitadas y deficientes producciones editoriales correntinas resulta incomprensible o más bien reconfirma la desidia con que suelen obrar los promotores culturales (no todos) de nuestra amada provincia. Es verdad que el poeta de Bella Vista no se prodigó demasiado, quizá ese “no pedir nada a nadie” haya puesto un cerco demasiado alto sobre su poesía. 
Al Guillermo hombre Oscar Portela lo despedía así en una nota periodística: “Hombre callado, silencioso hasta la penumbra, amurallado en sí mismo, excepción hecha de sus amigos más íntimos; silencioso, casi apocado, para muchos, huraño hasta el exceso. Con un corazón inmenso capaz de darlo todo por el más próximo aquí y ahora”. No hay más que leer los siguientes versos del propio Parodi para rubricar tal afirmación: “Ultima isla/Aquí: última isla/consume mi ejercicio/ de ser solo y ser triste y ser poeta/ (…) Sentado en la tumba familiar/digiero mi pan y mi vino/ por ser solo y ser triste y ser poeta”.
La poesía de Parodi se embarca en una búsqueda de vanguardia: la de Breton, pero con raigambres y entrecruzamientos iniciados en nuestra lengua por el Vallejo de “Trilce”, que antes en “Los heraldos Negros” había retorcido al máximo (como en un trapiche expresivo) al modernismo; así el poeta correntino nos trae: “(...) A lomo de asperezas trepar el aire hasta la tarde/  trepar la tarde a lomo de aire/ sin derrotero cierto hacia ciertas presunciones/ para atrapar la sombra la falta de la luz...”; “Si esta noche lloviera, retiraríame/ a morder el silencio de metales ausentes y crocantes/ que me habilitan/ haría así, como si nunca/ un panteón de naipes y guitarras/ donde dormir el sueño de mi tiempo…”. 
La búsqueda de Parodi atiende a correr los márgenes de la expresividad, su palabra exacerbada y a la vez meditada confluye en una voz humana, tremendamente humana que apunta a expiar al hombre alienado de las ciudades: “(…) ¡Ah! Ciudad sin ventanas/ escúpeme en la cara/ si aún tienes en el vientre un poco de saliva”. 
Nutren su poesía los recuerdos de su infancia (y en ellos paisajes de Corrientes); el amor y sus devastaciones; la noche y sus contradicciones; el paso del tiempo; el inconformismo como militancia, el hombre-isla como último refugio, etc. No hay solemnidad en su voz, a pesar de los asuntos que aborda, a pesar de la necedad que quiere combatir. 
En no pocas ocasiones la ironía viene a su auxilio: “Las ratas van al cine con sus zapatos nuevos/ y el sol está de luto por una tía-abuela”. Sin duda su “trastierro” voluntario a Buenos Aires junto a su entonces esposa Teresa Sellarés y sus hijos acentuó el pulso de su poesía, llevándola hacia lo social pero nunca panfletaria ni complaciente con sus alineados ideológicos.
Nos queda su palabra concebida con ardiente paciencia y persistencia, su vocación de no claudicar ante las dificultades y ninguneo; nos queda, en suma, uno de los grandes poetas que ha dado Corrientes y la obligación de cuidarlo como no supimos hacerlo en vida, convocarlo siempre para que no sea “(…) mejor taparse la cara cuando los muertos hablan”. 

 

Muestrario mInimo

La noche
Cuando la noche llega 
son más altos los árboles
y los payasos lloran 
    cuando se quedan solos. 
Hacer reír es lo mismo 
    que engendrar
chimpancés en la luna. 
Es mejor taparse la cara 
cuando los muertos hablan.

La ciudad
Los altos edificios destilan 
    cloroformo
y es un cable pelado 
    cada profunda esquina. 
Las ratas van al cine 
    con sus zapatos nuevos 
y el sol está de luto 
    por una tía-abuela. 
Ciudad de los espejos, 
    tiéndeme las patas, 
descúbreme tu cara 
    toda blanca y sin ojos, 
no puedes engañarme 
si caminé tu angustia 
    a flor de labio seco 
en cada prostituta. 
¡Ah! Ciudad sin ventanas 
escúpeme en la cara 
si aún tienes en el vientre 
    un poco de saliva.

Variación en gris sobre un poema de César Vallejo
1
Si esta noche lloviera, retiraríame 
    a morder el silencio 
    de metales 
    ausentes y crocantes
que me habilitan, 
haría así, como si nunca 
un panteón de naipes y guitarras 
donde dormir el sueño 
    de mi tiempo. 

Esta noche, así estaría
viviendo a solas 
a sorbos la úlcera lenta de mi risa
hasta dejar poblada 
    de vasos y botellas 
vertientes y calientes 
la noche de mis días. 
3
Haga la cuenta de mi vida 
o haga de cuenta que mi amor 
no alcanzare a librarme 
pues esta noche, 
así, seré ya muerto 
y creceré tormenta de silencio 
desde los dientes 
    callados de mi tumba.

Yo quisiera
Yo quisiera, 
si no es mucha molestia 
    -claro está-
que hoy dejara de llover, ¡oh Dios! 
por un siglo, aunque más no fuera, 
y ella que ama tanto la lluvia 
    me amaría cien años, 
aunque más no fuera, 
mucho más 
ante la total ausencia del agua.

Tabaco
Hay una interna 
    mordedura abierta 
en la tierra 
llaga 
fecunda 
prolongada en recta 
ardentía de fuerza de siglos 
    y de soles 
Hay manos inclinadas 
    que confieren
marrón enérgico, vital, de muerte 
hay hojas que asimilan 
los sudores genéricos 
después del verde 
    nervadura y punta 
y el rosíneo ramillete 
La sangre de esas manos 
Reventada 
sangre de siglos de ternura 
    y de calor puntudo
está en las hojas bravas 
enrolladas 
pendiendo 
de los labios de esas manos 
Hay la narcosis necesaria
para ti, para mí, para los otros.

A lomo de asperezas 
trepar el aire hasta la tarde
Trepar la tarde a lomo de aire
sin derrotero cierto 
hacia ciertas presunciones
para atrapar la sombra, 
    la falta de la luz
bebiendo a grandes sorbos 
    la música del día
son cosas del recuerdo que 
    se guarda tan sin prisa
al trote memorioso del coloradito
cruza sobre el lomo 
    su amorosa carga
tan sin miedo y sin quererlo
queridita mía
amor de cinco leguas
al trotecito del coloradito
asustándose de los lagartos
salpicando en los charquitos 
    brillantes

Me llamas a la mesa 
otra vez como entonces
Blanquita, te recuerdas, 
la hogaza todavía humeante, 
    la olla del puchero,
los tazones de cereal, 
    “cuidado que te quemas”
lía su cigarro abuelita 
    en la ventana
tan sin miedo, segura del sí amor, del sí los niños
trepándose al naranjo 
    abundosos de arañazos
a esa hora del recuerdo
a esa dorada hora de la memoria         en llamas 
Me llamas a la mesa, 
    otra vez como entonces,
Blanquita ¿te recuerdas?
tu blanco delantal 
    a esa hora del día
y los abecedarios 
y el chocolate rallado, 
    ahora humeante.

Along Side Anita’s Room 
Asombrado, oblicuo y espeso 
peligrosamente enterrado     
    por todo el desarraigo 
    vernáculo 
cruzándome la piel 
cuán quisiera along my self 
a bajar llanuras hasta el dorado 
    límite que inventas 
en el tiempo 
ese espacio amarillo 
ese silencio 
que ronda tus zapatos, tus pisadas 
la tristeza increíble de tus cosas 
la precaria sonrisa 
que te dobla. 
(ronronea el recuerdo 
de ciertos olores esenciales 
en el frío escalón de la esperanza)

La casa abandonada 
VII
Alza los ojos, exiliado del día, 
noctívoro cuchillo, 
esa mirada que me guardas 
y me guardas. 
Dámela. Dame 
    las cavernas del odio 
fosforescente el agua del odio
los parches del retumbo del odio.

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