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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Guillermo Parodi: el silenciero feroz

Nació en Bella Vista, Corrientes, en 1947 y falleció en Buenos Aires en 2007. Se casó con la cantautora Teresa Sellarés (que adoptó su apellido) para quien compuso algunas letras y con quien tuvo cinco hijos. Tras veinticinco años de matrimonio se divorció de Teresa  y volvió a formar familia. Publicó poemas sueltos en diarios y revistas de Corrientes y Buenos Aires, aunque nunca un libro. En 2008, por mediación de Marily Morales Segovia, a través de la Asociación Artes y Letras de Valencia se publicó póstumo Un hombre cortado en pedazos que reúne su producción en los ciclos: 62-66, 66-72, 72-78, 79-93.

Por Rodrigo Galarza

Especial para El Litoral

Que un poeta de la talla de Guillermo Parodi haya pasado “invertido” (valga el eufemismo) en las limitadas y deficientes producciones editoriales correntinas resulta incomprensible o más bien reconfirma la desidia con que suelen obrar los promotores culturales (no todos) de nuestra amada provincia. Es verdad que el poeta de Bella Vista no se prodigó demasiado, quizá ese “no pedir nada a nadie” haya puesto un cerco demasiado alto sobre su poesía. 

Al Guillermo hombre Oscar Portela lo despedía así en una nota periodística: “Hombre callado, silencioso hasta la penumbra, amurallado en sí mismo, excepción hecha de sus amigos más íntimos; silencioso, casi apocado, para muchos, huraño hasta el exceso. Con un corazón inmenso capaz de darlo todo por el más próximo aquí y ahora”. No hay más que leer los siguientes versos del propio Parodi para rubricar tal afirmación: “Ultima isla/Aquí: última isla/consume mi ejercicio/ de ser solo y ser triste y ser poeta/ (…) Sentado en la tumba familiar/digiero mi pan y mi vino/ por ser solo y ser triste y ser poeta”.

La poesía de Parodi se embarca en una búsqueda de vanguardia: la de Breton, pero con raigambres y entrecruzamientos iniciados en nuestra lengua por el Vallejo de “Trilce”, que antes en “Los heraldos Negros” había retorcido al máximo (como en un trapiche expresivo) al modernismo; así el poeta correntino nos trae: “(...) A lomo de asperezas trepar el aire hasta la tarde/  trepar la tarde a lomo de aire/ sin derrotero cierto hacia ciertas presunciones/ para atrapar la sombra la falta de la luz...”; “Si esta noche lloviera, retiraríame/ a morder el silencio de metales ausentes y crocantes/ que me habilitan/ haría así, como si nunca/ un panteón de naipes y guitarras/ donde dormir el sueño de mi tiempo…”. 

La búsqueda de Parodi atiende a correr los márgenes de la expresividad, su palabra exacerbada y a la vez meditada confluye en una voz humana, tremendamente humana que apunta a expiar al hombre alienado de las ciudades: “(…) ¡Ah! Ciudad sin ventanas/ escúpeme en la cara/ si aún tienes en el vientre un poco de saliva”. 

Nutren su poesía los recuerdos de su infancia (y en ellos paisajes de Corrientes); el amor y sus devastaciones; la noche y sus contradicciones; el paso del tiempo; el inconformismo como militancia, el hombre-isla como último refugio, etc. No hay solemnidad en su voz, a pesar de los asuntos que aborda, a pesar de la necedad que quiere combatir. 

En no pocas ocasiones la ironía viene a su auxilio: “Las ratas van al cine con sus zapatos nuevos/ y el sol está de luto por una tía-abuela”. Sin duda su “trastierro” voluntario a Buenos Aires junto a su entonces esposa Teresa Sellarés y sus hijos acentuó el pulso de su poesía, llevándola hacia lo social pero nunca panfletaria ni complaciente con sus alineados ideológicos.

Nos queda su palabra concebida con ardiente paciencia y persistencia, su vocación de no claudicar ante las dificultades y ninguneo; nos queda, en suma, uno de los grandes poetas que ha dado Corrientes y la obligación de cuidarlo como no supimos hacerlo en vida, convocarlo siempre para que no sea “(…) mejor taparse la cara cuando los muertos hablan”. 

 

Muestrario mInimo

La noche

Cuando la noche llega 

son más altos los árboles

y los payasos lloran 

    cuando se quedan solos. 

Hacer reír es lo mismo 

    que engendrar

chimpancés en la luna. 

Es mejor taparse la cara 

cuando los muertos hablan.

La ciudad

Los altos edificios destilan 

    cloroformo

y es un cable pelado 

    cada profunda esquina. 

Las ratas van al cine 

    con sus zapatos nuevos 

y el sol está de luto 

    por una tía-abuela. 

Ciudad de los espejos, 

    tiéndeme las patas, 

descúbreme tu cara 

    toda blanca y sin ojos, 

no puedes engañarme 

si caminé tu angustia 

    a flor de labio seco 

en cada prostituta. 

¡Ah! Ciudad sin ventanas 

escúpeme en la cara 

si aún tienes en el vientre 

    un poco de saliva.

Variación en gris sobre un poema de César Vallejo

1

Si esta noche lloviera, retiraríame 

    a morder el silencio 

    de metales 

    ausentes y crocantes

que me habilitan, 

haría así, como si nunca 

un panteón de naipes y guitarras 

donde dormir el sueño 

    de mi tiempo. 

Esta noche, así estaría

viviendo a solas 

a sorbos la úlcera lenta de mi risa

hasta dejar poblada 

    de vasos y botellas 

vertientes y calientes 

la noche de mis días. 

3

Haga la cuenta de mi vida 

o haga de cuenta que mi amor 

no alcanzare a librarme 

pues esta noche, 

así, seré ya muerto 

y creceré tormenta de silencio 

desde los dientes 

    callados de mi tumba.

Yo quisiera

Yo quisiera, 

si no es mucha molestia 

    -claro está-

que hoy dejara de llover, ¡oh Dios! 

por un siglo, aunque más no fuera, 

y ella que ama tanto la lluvia 

    me amaría cien años, 

aunque más no fuera, 

mucho más 

ante la total ausencia del agua.

Tabaco

Hay una interna 

    mordedura abierta 

en la tierra 

llaga 

fecunda 

prolongada en recta 

ardentía de fuerza de siglos 

    y de soles 

Hay manos inclinadas 

    que confieren

marrón enérgico, vital, de muerte 

hay hojas que asimilan 

los sudores genéricos 

después del verde 

    nervadura y punta 

y el rosíneo ramillete 

La sangre de esas manos 

Reventada 

sangre de siglos de ternura 

    y de calor puntudo

está en las hojas bravas 

enrolladas 

pendiendo 

de los labios de esas manos 

Hay la narcosis necesaria

para ti, para mí, para los otros.

A lomo de asperezas 

trepar el aire hasta la tarde

Trepar la tarde a lomo de aire

sin derrotero cierto 

hacia ciertas presunciones

para atrapar la sombra, 

    la falta de la luz

bebiendo a grandes sorbos 

    la música del día

son cosas del recuerdo que 

    se guarda tan sin prisa

al trote memorioso del coloradito

cruza sobre el lomo 

    su amorosa carga

tan sin miedo y sin quererlo

queridita mía

amor de cinco leguas

al trotecito del coloradito

asustándose de los lagartos

salpicando en los charquitos 

    brillantes

Me llamas a la mesa 

otra vez como entonces

Blanquita, te recuerdas, 

la hogaza todavía humeante, 

    la olla del puchero,

los tazones de cereal, 

    “cuidado que te quemas”

lía su cigarro abuelita 

    en la ventana

tan sin miedo, segura del sí amor, del sí los niños

trepándose al naranjo 

    abundosos de arañazos

a esa hora del recuerdo

a esa dorada hora de la memoria         en llamas 

Me llamas a la mesa, 

    otra vez como entonces,

Blanquita ¿te recuerdas?

tu blanco delantal 

    a esa hora del día

y los abecedarios 

y el chocolate rallado, 

    ahora humeante.

Along Side Anita’s Room 

Asombrado, oblicuo y espeso 

peligrosamente enterrado     

    por todo el desarraigo 

    vernáculo 

cruzándome la piel 

cuán quisiera along my self 

a bajar llanuras hasta el dorado 

    límite que inventas 

en el tiempo 

ese espacio amarillo 

ese silencio 

que ronda tus zapatos, tus pisadas 

la tristeza increíble de tus cosas 

la precaria sonrisa 

que te dobla. 

(ronronea el recuerdo 

de ciertos olores esenciales 

en el frío escalón de la esperanza)

La casa abandonada 

VII

Alza los ojos, exiliado del día, 

noctívoro cuchillo, 

esa mirada que me guardas 

y me guardas. 

Dámela. Dame 

    las cavernas del odio 

fosforescente el agua del odio

los parches del retumbo del odio.

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