Guillermo Parodi: el silenciero feroz
Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Que un poeta de la talla de Guillermo Parodi haya pasado “invertido” (valga el eufemismo) en las limitadas y deficientes producciones editoriales correntinas resulta incomprensible o más bien reconfirma la desidia con que suelen obrar los promotores culturales (no todos) de nuestra amada provincia. Es verdad que el poeta de Bella Vista no se prodigó demasiado, quizá ese “no pedir nada a nadie” haya puesto un cerco demasiado alto sobre su poesía.
Al Guillermo hombre Oscar Portela lo despedía así en una nota periodística: “Hombre callado, silencioso hasta la penumbra, amurallado en sí mismo, excepción hecha de sus amigos más íntimos; silencioso, casi apocado, para muchos, huraño hasta el exceso. Con un corazón inmenso capaz de darlo todo por el más próximo aquí y ahora”. No hay más que leer los siguientes versos del propio Parodi para rubricar tal afirmación: “Ultima isla/Aquí: última isla/consume mi ejercicio/ de ser solo y ser triste y ser poeta/ (…) Sentado en la tumba familiar/digiero mi pan y mi vino/ por ser solo y ser triste y ser poeta”.
La poesía de Parodi se embarca en una búsqueda de vanguardia: la de Breton, pero con raigambres y entrecruzamientos iniciados en nuestra lengua por el Vallejo de “Trilce”, que antes en “Los heraldos Negros” había retorcido al máximo (como en un trapiche expresivo) al modernismo; así el poeta correntino nos trae: “(...) A lomo de asperezas trepar el aire hasta la tarde/ trepar la tarde a lomo de aire/ sin derrotero cierto hacia ciertas presunciones/ para atrapar la sombra la falta de la luz...”; “Si esta noche lloviera, retiraríame/ a morder el silencio de metales ausentes y crocantes/ que me habilitan/ haría así, como si nunca/ un panteón de naipes y guitarras/ donde dormir el sueño de mi tiempo…”.
La búsqueda de Parodi atiende a correr los márgenes de la expresividad, su palabra exacerbada y a la vez meditada confluye en una voz humana, tremendamente humana que apunta a expiar al hombre alienado de las ciudades: “(…) ¡Ah! Ciudad sin ventanas/ escúpeme en la cara/ si aún tienes en el vientre un poco de saliva”.
Nutren su poesía los recuerdos de su infancia (y en ellos paisajes de Corrientes); el amor y sus devastaciones; la noche y sus contradicciones; el paso del tiempo; el inconformismo como militancia, el hombre-isla como último refugio, etc. No hay solemnidad en su voz, a pesar de los asuntos que aborda, a pesar de la necedad que quiere combatir.
En no pocas ocasiones la ironía viene a su auxilio: “Las ratas van al cine con sus zapatos nuevos/ y el sol está de luto por una tía-abuela”. Sin duda su “trastierro” voluntario a Buenos Aires junto a su entonces esposa Teresa Sellarés y sus hijos acentuó el pulso de su poesía, llevándola hacia lo social pero nunca panfletaria ni complaciente con sus alineados ideológicos.
Nos queda su palabra concebida con ardiente paciencia y persistencia, su vocación de no claudicar ante las dificultades y ninguneo; nos queda, en suma, uno de los grandes poetas que ha dado Corrientes y la obligación de cuidarlo como no supimos hacerlo en vida, convocarlo siempre para que no sea “(…) mejor taparse la cara cuando los muertos hablan”.
Muestrario mInimo
La noche
Cuando la noche llega
son más altos los árboles
y los payasos lloran
cuando se quedan solos.
Hacer reír es lo mismo
que engendrar
chimpancés en la luna.
Es mejor taparse la cara
cuando los muertos hablan.
La ciudad
Los altos edificios destilan
cloroformo
y es un cable pelado
cada profunda esquina.
Las ratas van al cine
con sus zapatos nuevos
y el sol está de luto
por una tía-abuela.
Ciudad de los espejos,
tiéndeme las patas,
descúbreme tu cara
toda blanca y sin ojos,
no puedes engañarme
si caminé tu angustia
a flor de labio seco
en cada prostituta.
¡Ah! Ciudad sin ventanas
escúpeme en la cara
si aún tienes en el vientre
un poco de saliva.
Variación en gris sobre un poema de César Vallejo
1
Si esta noche lloviera, retiraríame
a morder el silencio
de metales
ausentes y crocantes
que me habilitan,
haría así, como si nunca
un panteón de naipes y guitarras
donde dormir el sueño
de mi tiempo.
2
Esta noche, así estaría
viviendo a solas
a sorbos la úlcera lenta de mi risa
hasta dejar poblada
de vasos y botellas
vertientes y calientes
la noche de mis días.
3
Haga la cuenta de mi vida
o haga de cuenta que mi amor
no alcanzare a librarme
pues esta noche,
así, seré ya muerto
y creceré tormenta de silencio
desde los dientes
callados de mi tumba.
Yo quisiera
Yo quisiera,
si no es mucha molestia
-claro está-
que hoy dejara de llover, ¡oh Dios!
por un siglo, aunque más no fuera,
y ella que ama tanto la lluvia
me amaría cien años,
aunque más no fuera,
mucho más
ante la total ausencia del agua.
Tabaco
Hay una interna
mordedura abierta
en la tierra
llaga
fecunda
prolongada en recta
ardentía de fuerza de siglos
y de soles
Hay manos inclinadas
que confieren
marrón enérgico, vital, de muerte
hay hojas que asimilan
los sudores genéricos
después del verde
nervadura y punta
y el rosíneo ramillete
La sangre de esas manos
Reventada
sangre de siglos de ternura
y de calor puntudo
está en las hojas bravas
enrolladas
pendiendo
de los labios de esas manos
Hay la narcosis necesaria
para ti, para mí, para los otros.
A lomo de asperezas
trepar el aire hasta la tarde
Trepar la tarde a lomo de aire
sin derrotero cierto
hacia ciertas presunciones
para atrapar la sombra,
la falta de la luz
bebiendo a grandes sorbos
la música del día
son cosas del recuerdo que
se guarda tan sin prisa
al trote memorioso del coloradito
cruza sobre el lomo
su amorosa carga
tan sin miedo y sin quererlo
queridita mía
amor de cinco leguas
al trotecito del coloradito
asustándose de los lagartos
salpicando en los charquitos
brillantes
Me llamas a la mesa
otra vez como entonces
Blanquita, te recuerdas,
la hogaza todavía humeante,
la olla del puchero,
los tazones de cereal,
“cuidado que te quemas”
lía su cigarro abuelita
en la ventana
tan sin miedo, segura del sí amor, del sí los niños
trepándose al naranjo
abundosos de arañazos
a esa hora del recuerdo
a esa dorada hora de la memoria en llamas
Me llamas a la mesa,
otra vez como entonces,
Blanquita ¿te recuerdas?
tu blanco delantal
a esa hora del día
y los abecedarios
y el chocolate rallado,
ahora humeante.
Along Side Anita’s Room
Asombrado, oblicuo y espeso
peligrosamente enterrado
por todo el desarraigo
vernáculo
cruzándome la piel
cuán quisiera along my self
a bajar llanuras hasta el dorado
límite que inventas
en el tiempo
ese espacio amarillo
ese silencio
que ronda tus zapatos, tus pisadas
la tristeza increíble de tus cosas
la precaria sonrisa
que te dobla.
(ronronea el recuerdo
de ciertos olores esenciales
en el frío escalón de la esperanza)
La casa abandonada
VII
Alza los ojos, exiliado del día,
noctívoro cuchillo,
esa mirada que me guardas
y me guardas.
Dámela. Dame
las cavernas del odio
fosforescente el agua del odio
los parches del retumbo del odio.
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