Por Rodrigo Galarza
Especial para El Litoral
Cuatro siglos como cuatro plegarias lanzadas a la nada misma tuvieron que transcurrir para que el pueblo guaraní en sus diferentes parcialidades pasara de ser “gente que no tiene conocimiento alguno de Dios, no tiene ídolo alguno”… a erigirse como los grandes teólogos de la selva. Sin duda, la ceguera no sólo de los primeros cronistas españoles, sino también de los jesuitas demasiados ocupados en desarrollar su “proyecto civilizatorio-evangelizador” a imagen y semejanza de la Europa de la cruz, la espada y los estandarte sangrantes, no contribuyó a que la riqueza (vaciada sistemáticamente) de la cosmogonía guaraní llegara a nosotros para así explicarnos mejor los fuegos que alimentan nuestro caracú.
Fue recién a final de la década del 50 del siglo XX cuando un paraguayo hijo de australianos publicó un monumento de la etnología americana: Ayvu rapita, textos míticos de los Mbyá-Guaraní del Guairá; fruto del estudio profundo devenido del contacto con los guaraní (pueblo ágrafo) durante décadas.
Pero antes de referirnos a esta obra portadora de una alta poesía, debemos mencionar el hito que marcó la publicación de El tesoro de la lengua guaraní (1639) del jesuita Ruiz de Montoya quien entrevió la riqueza del “estar en el mundo” de estos pueblos originarios. Algunos estudios señalan que el jesuita se percató de que estos sí eran poseedores de una tradición religiosa original al descubrir que rendían culto a los huesos enterrados de los grandes chamanes. Lamentablemente no hubo una indagación acerca los mitos que configuraban esas creencias por miedo, quizá, a que entorpecieran su labor evangelizadora.
A diferencia de otras culturas aborígenes americanas, los guaraní no desarrollaron monumentos ni imaginería que delataran su relación religiosa con lo alto. Su elemento “religador” se halla en el complejo y particular mundo simbólico de su lengua de carácter aglutinante y polisintético. Una tipología de lengua que permite variedad de matices (muchos de ellos poéticos) a través de la aglutinación de vocablos con variación de prefijos y sufijos. Tanto en el acto de nombrar la cosas (sustantivos) como en abstracciones emocionales el ava ñee despliega una modalidad metafórica deslumbrante, basten como ejemplos: “esqueleto del humo (o bruma)” la pipa ritual, o “flor en el arco” la flecha.
Para el guaraní, la “palabra” y el “alma” tienen un valor de equivalencia. La palabra-alma asigna el modo de estar en el mundo en perspectiva de búsqueda del “ñe`e pora tenonde” (hermosas palabras primeras), el camino para participar de la divinidad.
En los primeros capítulos del Ayvu rapita se ponen de manifiesto el Génesis guaraní, Las primitivas costumbres del colibrí, El fundamento del lenguaje humano y La primera tierra. Estos mitos de una belleza excelsa señalan la aparición no engendrada de Ñamandu en el centro de la nada, en medio de la oscuridad primitiva, como reflejo de su propia divinidad.
Ñamandu crea el fundamento del lenguaje humano y lo carga de amor con el reflejo de su divinidad, así como un primer canto sagrado; luego sí hace partícipe de esa palabra-porción-de-amor a los futuros seres humanos. Esta participación de la divinidad a través de la palabra hace que el guaraní considere a la capacidad para desarrollar cantos su más preciada posesión, configura y marca su “estar en el mundo” en detrimento de posesiones terrenales.
Quizá por esta razón la búsqueda de Ywy mara ey (Tierra sin mal) plantea una especie de paraíso terrenal al que se acede a través de la virtud y ascetismo, la búsqueda de un estado de perfección o “aguyje” mediante el desplazamiento por el espacio produciendo así un viaje tanto exterior como interior. En la Tierra sin mal, los alimentos abundan sin ser plantados, las flechas van solas a la presa; es decir, plantea una abolición de las obligaciones que propician casi exclusivamente el encuentro con la divinidad a través del desarrollo de himnos sagrados.
Esta rica recopilación realizada por León Cadogan, con aportes posteriores del jesuita, lingüista y antropólogo español Bartomeu Melià y otros, constituye una fuente inagotable para bañarnos y mirarnos, para aprender a descubrir de dónde venimos.
Tal posta o espejo ha sido tomada por varios poetas correntinos, pero la obra poética sin altibajos que viene desarrollando desde hace más de cuarenta años el grandísimo “karaí guazú”, Jorge Sánchez Aguilar, nos reconcilia con la sangre que galopa desde lejos siempre con vocación de futuro “cuando la luz es fiebre en los labios”.
Ayvu rapita
(recopilación León Cadogan)
El fundamento del lenguaje humano
El Creador, utilizando su vara-insignia,
de la que hizo brotar llamas
y tenue neblina, creó el lenguaje.
Este lenguaje, futura esencia del
alma enviada a los hombres,
participa de su divinidad.
Crea después el amor al prójimo
y los himnos sagrados.
Para formar un ser en el cual
depositar el lenguaje, la divinidad,
el amor y los cantos sagrados,
crea a los cuatro dioses que no tienen
ombligo y a sus respectivos consortes,
que en el futuro enviarán a
la tierra el alma de los hombres.
I
El verdadero Padre Ñamandu,
el Primero, de una pequeña porción de su propia divinidad, de la sabiduría contenida
en su propia divinidad, y en virtud de su
sabiduría creadora hizo que se
engendrasen llamas y tenue neblina.
II
Habiéndose erguido
(asumido la forma humana),
de la sabiduría contenida
en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el origen del lenguaje humano.
De la sabiduría contenida
en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
creó nuestro Padre el fundamento
del lenguaje humano e hizo que
formara parte de su propia divinidad.
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas,
creó aquello que sería el
fundamento del lenguaje humano
e hizo el verdadero Primer Padre
Ñamandu que formara parte
de su propia divinidad.
III
Habiendo concebido el origen del futuro lenguaje humano,
de la sabiduría contenida
en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el fundamento del amor
(al prójimo).
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas primigenias,
antes de tenerse conocimiento de las cosas, y en virtud de su sabiduría creadora,
concibió el origen el amor (al prójimo).
IV
Habiendo creado el fundamento
del lenguaje humano,
habiendo creado una pequeña porción de amor, de la sabiduría
contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora
el origen de un solo himno
sagrado lo creó en su soledad.
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas originarias,
antes de conocerse las cosas,
creó en su soledad (para sí mismo)
el origen de un himno sagrado.
V
Habiendo creado, en su soledad,
el fundamento del lenguaje humano;
habiendo creado, en su soledad,
una pequeña porción de amor;
habiendo creado, en su soledad,
un corto himno sagrado,
reflexionó profundamente sobre
a quién hacer partícipe
del fundamento del lenguaje humano;
sobre a quién hacer partícipe
del pequeño amor (al prójimo);
sobre a quién hacer partícipe
de las series de palabras
que componían el himno sagrado.
Habiendo reflexionado
profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
creó a quienes serían
compañeros de su divinidad.
VI
Habiendo reflexionado
profundamente, de la sabiduría contenida en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
creó a los Ñamandu de corazón valeroso.
Los creó simultáneamente con
el reflejo de su sabiduría (el Sol).
Antes de existir la tierra,
en medio de las tinieblas
originarias, creó al Ñamandu
de corazón grande.
Para padre de sus futuros numerosos hijos,
para verdadero padre de las almas
de sus futuros numerosos hijos,
creó al Ñamandu de corazón grande.
VII
A continuación,
de la sabiduría contenida
en su propia divinidad,
y en virtud de su sabiduría creadora,
al verdadero padre de los futuros Karaí,
al verdadero padre de los futuros Jakaira,
al verdadero padre de los futuros Tupá
les impartió conciencia de la divinidad.
Para verdaderos padres
de sus futuros numerosos hijos,
para verdaderos padres
de las palabras-almas de sus futuros
numerosos hijos,
les impartió conciencia de la divinidad.
VIII
A continuación,
el verdadero Padre Ñamandu,
para situarse frente a su corazón,
hizo conocedora de la divinidad a la futura
verdadera madre de los Ñamandu.
Karaí Ru Ete hizo conocedora
de la divinidad
a quien se situaría frente a su corazón,
a la futura verdadera madre de los Karaí.
Jakaira Ru Ete, de la misma manera,
para situarse frente a su corazón,
hizo conocedora de la divinidad
a la verdadera madre Jakaira.
Tupá Ru Ete, de la misma manera
a la que situaría frente a su corazón,
hizo conocedora de la divinidad
a la verdadera futura madre de los Tupá.