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Sin paciencia: lo quiero todo y lo quiero ya

La impaciencia pone prisa a la vida, tiene el sabor de la frustración y a menudo va acompañada de dimensiones como la ira y la infelicidad. La convivencia con esta clase de personas no es fácil, pero existen estrategias para afrontar este tipo de situaciones. 

Las personas sin paciencia abundan. Son esos perfiles en los que habita la frustración constante; nada les satisface y si lo hace, esa complacencia es tan efímera como ansiosa; al instante, necesitan una dosis más elevada. Pocos estados alimentan de tal modo las emociones negativas, así como la dificultad en lo relativo a la convivencia.

La mayoría de nosotros conocemos sin duda a alguna persona con este tipo de características. Es más, puede incluso que hasta nosotros mismos nos identifiquemos con ese temperamento impaciente que cuesta controlar. ¿Qué significa entonces vivir suspendidos en semejante vórtice emocional y psicológico? Implica, por ejemplo, instalarse en un estado de gran ansiedad y estrés.

Decía el escritor británico John Ruskin que la esperanza deja de ser felicidad cuando esta va acompañada de la impaciencia. Estamos por tanto ante una dimensión que recorta bienestar y que de algún modo también dificulta nuestra convivencia con los demás. Aprender a manejarla y convertirnos en personas más serenas, pacientes y centradas nos ayudará a ganar en bienestar.

Frustración constante 

como forma de vida

Hay quien señala que este fenómeno va en aumento: cada vez hay más personas sin paciencia. Lo vemos en las generaciones más jóvenes, en las que la resistencia a la frustración en nuestros niños y adolescentes es mínima y donde se busca el refuerzo inmediato, el like, y el afán por satisfacer sus deseos casi al segundo.

Ahora bien, el problema es más complejo de lo que nos pueda parecer en un principio. Un ejemplo, en un estudio llevado a cabo en la Universidad Nacional de Singapur donde analizaron a más de 1.158 estudiantes se alcanzaron conclusiones interesantes. El doctor Xinh Zhang, coautor del trabajo, señaló que existe una relación entre la impaciencia y la incompetencia cognitiva y social.

Este tipo de perfil no sólo se define por la impulsividad, por actuar antes de meditar, por ser incapaces de disfrutar del aquí y ahora. Además, son personas que se dejan llevar por los prejuicios y el juicio rápido, no profundizan en la información que se les presenta porque su atención es baja y su pensamiento muy rígido. En una mente donde sólo manda la premura no hay tiempo para el deleite de abrirse a otras perspectivas y aprender.

Asimismo, las personas impacientes tienden a evidenciar más problemas en sus relaciones y en la convivencia. Lo que quieren lo quieran ya, falla el respeto y esa comprensión o cercanía emocional para conectar con el otro desde la mesura y la delicadeza.

Falta de paciencia, falta 

de educación

La impaciencia, en realidad, es una conducta que nos inocula en muchos casos la propia cultura, el contexto e incluso nuestra educación. A menudo fallan los progenitores a la hora de enseñarnos a tolerar la espera, a aceptar la angustia por no obtener refuerzos inmediatos.

De algún modo, nos hemos convertido en esas personas que se suben por las paredes cuando Internet tarda en conectarse en nuestros dispositivos, cuando alguien no responde al segundo a nuestros mensajes, cuando el semáforo tarda demasiado en ponerse en rojo… 

La paciencia debe transmitirse, deben enseñárnosla en casa y también en la escuela. No obstante, y más importante aún, es tarea nuestra practicarla a diario y poner el freno ante una sociedad que nos obliga a ir a 200 por hora.

La impaciencia puede transformarse en paciencia si aprendemos, por ejemplo, a controlar nuestras emociones e impulsos inmediatos. Para lograrlo, vale la pena detenernos a reflexionar en esta serie de estrategias:

¿En qué condiciones surge? ¿En qué momentos me domina la impaciencia? Vale la pena detenernos a analizar esas situaciones que a menudo escapan a nuestro control y despiertan nuestro lado más impaciente. Para muchos es conducir, ir en auto, para otros educar a un niño o adolescente desafiante, para otros es el trato general con las personas.

¿Qué lo desencadena? El segundo paso es identificar desencadenantes. Estos serían algunos ejemplos: “me impacienta ver lo lento que es mi hijo para levantarse por las mañanas para ir al colegio”, “soy muy impaciente cuando estoy en un embotellamiento”, “sé que me impacienta mucho esperar el resultado de ciertas cosas, como pruebas médicas, resultados de exámenes… y eso cambia mi humor”.

Enfoque racional y 

atención plena

¿Qué hago para afrontar la impaciencia? En este punto cada uno debe ser consciente de si aplica o no alguna estrategia para controlar la impaciencia, sabiendo si esta es eficiente.

Aplicar un enfoque racional. 

Una estrategia útil para lidiar con la impaciencia es hacer uso de una mentalidad más racional. Un ejemplo: si me pone nervioso ver cómo mi hijo adolescente se despreocupa de sus responsabilidades, evitaré enojarme con él. Sé que ponerme de mal humor empeora las cosas. Le hablaré de forma paciente, razonando para llegar a acuerdos concretos.

Atención plena. 

Por último, vale la pena tener en cuenta que prácticas como el mindfulness o la atención plena, son estrategias de gran utilidad para calmar la mente impaciente, mejorar nuestra atención y gestionar nuestras emociones.

Para concluir, queda claro que las personas impacientes siempre existirán, que incluso nosotros mismos podemos evidenciar en determinadas circunstancias un comportamiento más nervioso e impulsivo. Sabiendo esto, cabe recordar sólo que hay medios y estrategias para entrenar la calma; hacerlo nos permitirá ganar en calidad de vida.

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