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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

El campo y la industria en la historia argentina

Según escribía Aldo Ferrer, la primera fase de la industrialización argentina tuvo lugar entre 1930 y 1950. Sin embargo, la evidencia empírica aportada por autores como Alfredo Irigoin, Manuel Chueco, Carlos Díaz Alejandro y Roberto Cortés Conde, entre otros, es contundente en demostrar que a partir de 1880 comenzaron a desarrollarse vigorosamente actividades industriales, especialmente aquellas dedicadas a procesar materias primas provenientes del sector agropecuario. Recuerda Jorge Bertolino en infobae.com

Las tasas de crecimiento industrial a partir de principios de siglo eran superiores a aquellas referidas al sector agropecuario. A partir de 1900, la industria comenzó a tener una participación creciente en la producción global interna del país, mientras que la del sector agropecuario decrecía.

Este hecho es enteramente coincidente con las teorías del crecimiento económico clásico. Los países pasan de una etapa primaria, donde los recursos humanos están mayoritariamente ocupados en la producción agropecuaria. Luego, ingresan a una etapa secundaria, donde disminuye la ocupación rural y crece la industrial. Finalmente, en la etapa terciaria, crece el comercio y los servicios, en detrimento relativo de los otros dos sectores.

Sin embargo, es necesario destacar que la participación en la ocupación total del sector agroindustrial, en la Argentina, es actualmente de aproximadamente el 25%, si a la producción agropecuaria se le incluye el procesamiento de sus materias primas y el comercio y los servicios relacionados. Esto permite creer que es erróneo el discurso que pregona que el campo no ocupa mano de obra y deja, entonces, a mucha gente fuera del sistema.

El desarrollo integral e intensivo del sector, que hicieron países como Australia, Nueva Zelanda y Canadá son buenos ejemplos de la dirección en la que marchaba la economía argentina, antes de que se procediera a pretender forzar la “industrialización pesada”, mediante lo que dio en llamarse “política de sustitución de importaciones”. La participación del comercio exterior argentino en el total mundial disminuyó en un 90% en el último siglo. Dicho en otros términos, si hubiera seguido el desarrollo natural y espontáneo de la economía, basada en el librecambio y la dominancia del sector productivo privado, en lugar de exportarse un décimo de PBI anual, se exportaría un PBI completo. 

El desarrollo industrial entre 1895 y 1914 fue, pues, espectacular. Entre ambas fechas, el número de establecimientos industriales se duplicó y el personal empleado en la industria se incrementó al 4,6% promedio anual.

En 1895 existían 22.204 establecimientos industriales en el país, que empleaban a 145.650 personas. En 1914, mientras tanto, las cifras aumentaron a 48.779 establecimientos industriales, que empleaban a 410.201 obreros

El papel de los incentivos es crucial. Adam Smith, en “La riqueza de las naciones” pregonaba la libertad de comercio y cita como nota pintoresca, en su obra, que en cualquier reunión social de empresarios el motivo principal de conversación versaba siempre sobre cómo evitar la competencia y cobrar precios más altos a los consumidores.

Si el clima de negocios premia la competencia en lugar de la prebenda y la protección del Estado, algunos pocos “elegidos” arriesgan su capital monetario, físico y emocional, a fin de llevar adelante proyectos productivos o emprendimientos comerciales.

La comprensión de esta “elitista dedicación” debiera generar respeto y admiración por la actividad empresarial. En la Argentina de hoy, sin embargo, no está bien visto enriquecerse produciendo ni es meritorio el esfuerzo personal. El desprecio a la “meritocracia” habla a las claras de las preferencias de algunos sectores por la igualdad en el reparto, independientemente de la contribución de cada uno a la generación de los recursos a ser repartidos.Si Adam Smith estuviera vivo, seguramente compartiría la inteligente actitud de aquellas sociedades que “esclavizan” a los creadores de riqueza con las sutiles e invisibles cadenas de la competencia. Parece una muy buena idea “obligarlos a ganar mucho dinero” compitiendo. De esta manera, el ciudadano común, aquel que no tiene los atributos para emprender, “se aprovecha” del que sí los tiene, obteniendo, sin esfuerzo, una creciente cantidad de bienes y servicios, que son, a su vez, cada vez más baratos y de mayor calidad.

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