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/Ellitoral.com.ar/ Cultura

Borges: “Avelino Arredondo”, un cuento “conjetural”

Por Nelson R. Pessoa

Especial para El Litoral

Es ampliamente conocido el ya célebre y hermoso “Poema conjetural”. Borges se imagina -de ahí el nombre del poema- lo que piensa su antepasado por vía materna, Francisco Narciso de Laprida, “cuya voz declaró la Independencia de estas crueles provincias…” instantes antes de su muerte. Realmente es conmovedor ese relato “conjetural” que su lejano descendiente Borges pone en el pensamiento y palabras de Laprida poco antes de su asesinato “por los montoneros de Aldao”.

Muchas veces pensé -grave error- que allí se terminaban las “conjeturas” de Borges.  Sucede que el talento de nuestro escritor es enorme, siempre nos tiene “algo” escondido. En mis nuevas lecturas (hay que volver en forma permanente a su obra) del “Libro de Arena” me detuve en el cuento “Avelino Arredondo”. No había visto “cosas” en lecturas anteriores. 

Intento hacer alguna reflexión sobre esta hermosa ficción del maestro. El material es un hecho histórico que sucedió en Uruguay en 1897, más precisamente el 25 de agosto de ese año: fue asesinado el presidente uruguayo Juan Idiarte Borda, del partido colorado,  al salir de un tedeum celebrado en la catedral de Montevideo; el autor de esa muerte… Avelino Arredondo. Su nombre es el título del cuento. Escudriñando algunos datos, pude saber que un tío de Borges, Luis Melián Lafinur, fue el abogado defensor de Avelino Arredondo (específicamente en Jorge Luis Borges, Obras Completas III (1975-1985); Edición Crítica. Anotada por Rolando Costa Picazo, Emecé, 2011, pág. 109).

Confieso que prácticamente no poseo información sobre Avelino Arredondo, de manera que ignoro si el personaje y datos del cuento coinciden con datos de la realidad. 

Pero si nos ocupamos de un cuento de Borges, ¡cómo podemos exigir que los datos del relato sean reales!

Veamos ahora el cuento.  Mi convicción es la siguiente: Borges -que no había nacido cuando sucedió el hecho- se imagina, “conjetura” la vida de Avelino Arredondo algún tiempo antes de su acto homicida, cuando ya había decidido matar al presidente Idiarte Borda. Y esa “conjetura” en manos del maestro logra un cuento de una belleza que, por momentos, conmueve.

Comienza así el cuento: “El hecho aconteció en Montevideo, en 1897”; luego, la lectura del relato nos hace ver que el “hecho” es la muerte del presidente uruguayo en manos de Arredondo.

Ahora Borges se ocupará de Avelino Arredondo. Habrá de imaginar la vida, el pensamiento, el paso de las horas hasta que llegó el día; esa “conjetura” es el tema del cuento.

Arredondo se juntaba los sábados con unos amigos -“todos montevideanos”- en “la misma mesa lateral en el Café del Globo”. ¿Quién era Avelino Arredondo? “Era un hombre de tierra adentro que no se permitía confidencias, ni hacía preguntas. Contaba con poco más de veinte años; era flaco y moreno, más bien bajo y tal vez algo torpe”. Era “dependiente de una mercería y estudiaba derecho a ratos perdidos”. Y era “Colorado”. A veces, cuando sus amigos discutían cuestiones políticas, él quedaba en silencio.

Siguiendo la narración, un día (después de la Batalla de Cerros Blanco; episodio histórico uruguayo), Avelino le dijo a sus amigos que tenía que ir “por un tiempo” a Mercedes (ciudad sobre el río Uruguay) y también se despidió de su novia Clara, a quien dijo lo mismo y que no le habría de escribir cartas “porque estaría muy atareado”.

La lectura del cuento nos muestra que no es cierto lo del viaje; es una mentira de Avelino, a sus amigos, y a Clara. 

Esta “mentira” -pienso- es un elemento central de la ficción de Borges. Sin ella, tal vez, Borges no podría construir su cuento. Esta “mentira” como elemento de este relato muestra el talento creador de Borges. Creo que lo que sigue es una prueba de ello.

En realidad, Avelino se habrá de encerrar en su casa, “Arredondo vivía en las afueras. Lo atendía una parda… era una mujer de toda confianza”, y agrega: “Le ordenó que dijera a cualquier persona que lo buscara que estaba en el campo”; adviértase cómo la narración nos muestra a Avelino aislándose de todos y de todo: “Ya había cobrado su último sueldo”.

Ahora el cuento se ocupa del encierro de Arredondo, de “esa reclusión que su voluntad le imponía”. Este es el tramo del relato -como siempre sucede con nuestro escritor- en los que por momentos su pluma alcanza logros de gran belleza, pues se mezclan ideas sugerentes y ese lenguaje breve, magistralmente “simple”, nada barroco, de adjetivos usados como solo Borges podía hacerlo, a veces una metáfora, a veces una hipérbole, a veces una hipálage, en fin, “algunas astucias” (prólogo a “Elogio de la sombra”), como él llamaba a ese manejo admirable de nuestra lengua española. Arredondo “se mudó a una pieza del fondo, la que daba al patio de tierra”. Borges conjetura cómo habrá de pasar -como habrá pasado- el tiempo de Arredondo hasta que llegó el día. “Sabía que su meta era el 25 de agosto. Sabía el número preciso de días que tenía que trasponer”.

Es imposible y no tiene sentido reproducir el relato de todos esos momentos del encierro de Avelino; su relación con la mujer ya anciana, descendiente de esclavos; cuando él escuchaba  las campanadas a la medianoche (tal vez las del reloj, pero imagine el lector sonidos de una campana de una iglesia en una ciudad pequeña hacia fines de 1800); simplemente muestro uno de ellos: “A mediados de julio conjeturó que había cometido un error al parcelar el tiempo que de cualquier modo nos lleva. Entonces dejó errar su imaginación por la dilatada tierra oriental”, y entonces Borges pone en cabeza de Avelino estos recuerdos: “Cierto petiso tubiano que ya habría muerto, el polvo que levanta la hacienda cuando la arrean los troperos… la diligencia cansada que venía cada mes desde Fray Bentos… cuchillas, montes y ríos que había escalado”. 

Y ahora, el final del cuento. Llegó el día 25 de agosto de 1897. “Se dijo con alivio: adiós a la tarea de esperar. Ya estoy en el día”. Avelino Arredondo “se afeitó sin apuro y en el espejo lo enfrentó su cara de siempre”. Almorzó. Sintió tristeza al dejar la pieza húmeda para siempre. Le dio las últimas monedas a la parda. A las tres de la tarde el tedeum había terminado; bajaban las gradas del templo el presidente Idiarte, prelados, militares, autoridades. Avelino preguntó quién era el presidente; le indicaron. Sacó el revolver e hizo fuego. Idiarte Borda dio unos pasos y dijo “estoy muerto”.

Avelino Arredondo “se entregó a las autoridades”, y declaró “soy Colorado”, mató al presidente “porque traicionaba a nuestro partido” y agregó -otro dato clave en la ficción borgeana-: “Rompí con los amigos y con la novia, para no complicarlos; no miré diarios para que nadie pueda decir que me han incitado. Este acto de justicia me pertenece. Ahora que me juzguen”.

Y Jorge Luis Borges termina su cuento con estas palabras: “Así habrían ocurrido los hechos, aunque de un modo más complejo, así puedo soñar que ocurrieron”.

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