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El medio de un sentimiento pernicioso

Por Leticia Oraisón de Turpín

Orientadora familiar

Estamos viviendo un tiempo atípico, lleno de incertidumbres, cambios, asechanzas y desconcierto. Como nunca antes, el mundo entero se enfrenta a una pandemia peligrosa y desconocida.

El desconocimiento sería en primer término un agente de inquietud y ansiedad, porque la ventaja que se reservó esta pandemia ha sido la sorpresa, el pasmo que provocó en primera instancia, por lo inesperado de su aparición.

Sorteada a gran costo la primera etapa, la humanidad empezó a defenderse y a lidiar como un avezado torero, tratando de esquivar de una u otra forma el ataque de este virus hasta ahora desconocido.

En nuestro país se tuvo la oportunidad de ver venir al enemigo y se trató de copiar las medidas sanitarias que se estaban tomando en otros lugares, dando prevalencia a las que parecían más acertadas.

Pero no fue suficiente, es más, presumiblemente se haya exagerado en algunos protocolos y se haya errado en otras disposiciones, desequilibrando aceleradamente la rutina de trabajo, descanso, entretenimiento y por ende los ingresos familiares, para poder vivir lo más dignamente posible.

Se paralizó todo y en esa inmovilidad se nos vino encima una cerrada oscuridad que bloqueaba el rayo de luz de una salida, más o menos airosa, provocando incertidumbre, miedo y ansiedad.

Nos escondimos llenos de temor y de inquietud y pretendimos defendernos huyendo, como primera medida de protección. 

Bien, aquietados los ánimos y comprobando que había medidas preventivas que se podían tomar para moderar los contagios, había que salir rápidamente  de la parálisis y la inmovilidad, tan ajenas al ser humano.

Se desbarrancó todo, mucha gente dejó de trabajar porque el protocolo existente no lo permitía y aunque el Gobierno ofreció ayuda, esta no sólo no alcanza, sino que empobrece más al país, porque sin producción y falta de ingresos estamos destinados a la bancarrota.

Hay mucho miedo colateral a la pandemia porque la población se siente despojada de sus derechos naturales, cercenada su libertad de transitar, alternar, comunicarse, reunirse y por sobre todo trabajar para ganarse su pan con dignidad y esfuerzo personal.

Mucha gente está muy agobiada y deprimida por tantos compromisos que ya no pueden enfrentar y tienen deudas y contratos sin cumplimentar, situación que los lleva a la decepción, la tristeza y el temor.

Sin embargo, la única salida es enfrentar el miedo sin apocarse ni encogerse, hay que defenderse, hay que luchar denodadamente contra estos sentimientos negativos, con fuerza, con energía y por sobre todo con fe en que si se quiere, se pueden conseguir todos los deseos y los sueños que se barajaron en tiempos mejores.

El general Manuel Belgrano pensaba que “...el miedo sólo sirve para perderlo todo” y él era un hombre de fe.

El argentino es creyente mayoritariamente, pero como reza poco, se olvida de que hay un Dios a quien recurrir para encomendarse y fortalecerse y levantar el ánimo, vencer el miedo y enfrentar las dificultades que se van presentando, y que lo debe hacer sin esconderse, con la valentía de los hombres de bien, que sin agredir ni ofender, saben defenderse con honor y gallardía.

A estas alturas, deberíamos haber aprendido ya a ser responsables individualmente, y sin paternalismos ni vigilancia, y a saber cuidarnos sanitariamente y con eficacia, nosotros solos.

Personalmente siempre recuerdo una frase, una pregunta, de Jesús a sus discípulos, “hombres de poca fe, ¿a qué le tienen miedo?”. 

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