¿Quieres recibir notificaciones de alertas?

PUBLICIDAD

La dicha de tener dos patrias

Por El Litoral

Domingo, 30 de mayo de 2021 a las 01:10

Por Carlos Lezcano
Especial para El Litoral

Yayo viajó por primera vez a Madrid con la beca “Fe crear” y el  impulso y generosidad de José Miguel Bonet en el año 96. Durante ese viaje visitó a  Marily Morales Segovia en Valencia, donde hizo unos conciertos y ya le echó el ojo al país como para quedarse. 
Siempre fue muy europeísta pero aquella vez no pudo o no se dieron las condiciones para radicarse.
Tres años después volvió con la gran actriz Mabel Manzotti de gira por España que incluyó una actuación en un festival en  las Islas Canarias y donde conoció a Santiago Sánchez, director de una compañía “Imprebís” que le propuso quedarse para hacer un espectáculo de improvisación teatral.
Al año siguiente volvió de gira con el Grupo Sísifo, luego de haber ganado el premio Estrella de Mar como actor en Mar del Plata. Luego se volvió a encontrar con Santiago que le recordó que seguía en pie lo que le ofreció antes y unos días después le llegó un fax con una propuesta para ir a probar suerte por 6 meses. Un tiempo antes había pasado algo que recordaría en el momento de la decisión.  
“Yendo en subte en Buenos Aires, no sabía qué hacer, porque me asaltaron todas las dudas y temores”; iba con Fernando Diéguez que le dijo:” ¿Pero no te das cuenta de que ellos están confiando en vos más que vos?”, me contó hace unos días. Esa frase fue la llave, el clic que faltaba para viajar a España como un exiliado económico, hace ya 20 años.

—¿Por qué te vas?
—Nunca me dieron bola, nunca conseguí que me dieran pelota de la manera que yo creía que podía haber sido, hacer las cosas como creía lo conseguí recién en España. Evidentemente tenía que estar acá (Madrid). El precio que pagás en cierta manera es alto, porque el exilio siempre te hace pagar un precio alto y, a la vez tengo la dicha de tener dos patrias y no una. 
—¿Cómo te recibió Madrid? 
—Recuerdo que iba caminando con Javi por la calle y llevábamos 4-5 meses acá y de hecho me dijo él: “¿No tenés la sensación de que hemos vivido toda la vida acá?” y le digo: “Sí, me está pasando exactamente lo mismo”. En ese sentido es una ciudad abierta, cómoda; hace 20 años era mucho menos cosmopolita que ahora y, sin embargo aún es un lugar de los mejores para vivir del mundo. La ciudad es segura. Un país confortable, con un buen clima, la gente aquí es muy distante, creen que son latinos y se autodenominan latinos y creen que son cercanos, pero son muy europeos, en el sentido de distantes, esta cosa que tenemos nosotros de cercanía incluso física, de abrazarnos, de tocarnos, de juntarnos en las casas, prácticamente no existe aquí, pero también es cierto que la vida está hecha de otra manera. Nosotros si no viviéramos así, probablemente no podríamos sobrevivir en Argentina.
—¿En qué momento decidís quedarte a vivir allí?
—Creo que mucho antes, a los 15-16 años; creo que siempre tuve el runrún de viajar. Soy un animal de viaje, en primera instancia por el tenis y luego, con la música; los años con Antonio Tarragó Ros me pasé viajando, de gira con Teresa. Me desvelaba la idea, por ejemplo, de conocer Egipto, Londres; escuchaba cuando era chico que mis hermanos escuchaban Penny Lane y saqué una conclusión temprana que si pensás, “De pandorga y miel” es Penny Lane; y el tema de León Antonio Sánchez: “Allí junto del torrente de mi río guaraní/ allí tiene el amor sangre de miel/ allí donde desnuda hasta la heroica Taragüí/ allí dejo mi canto como prenda/ allí donde Corrientes se adentró en el paisaje. Eso es Penny Lane, con mucho menos prensa y sin ningún tipo de valor por la propia gente de nuestro lugar y es la gran pena que tengo con Corrientes. Pero, en realidad estás hablando de lo mismo, de gente que le canta a su pueblo, a su pequeño lugar.
—¿Cuándo decidís un camino profesional específico y por qué? 
—Un artista se forma en la infancia; cada vez estoy más seguro de eso. O se forma en la infancia por vivir entre algodones o por una infancia profundamente dolorosa. Creo que son las dos caras de la misma moneda y, a partir de ahí, entrás en un camino que no tiene vuelta atrás.
Mi primer recuerdo son los cortos de Chaplin en la pared, en súper 8 en la pared de la casa de mi tío Rene Borderes y después, a los 14 años empecé a hacer teatro vocacional en Curuzú con Charles Brown y “Toto” Alsina y cuando me quise acordar estaba metido en esto, como dice Shakespeare en Macbeth: “He recorrido tanto este río de sangre que da igual volver que llegar a la otra orilla”, y entonces ya seguís nomás.
—Pero hay una especificidad en tu trabajo que llama mucho la atención, un migrante es el que se ocupa del teatro español. 
—Sí, eso ni en mis mejores sueños me hubiera imaginado pero hay un dato clave.  Había hecho un primer montaje con la compañía Imprebís de “El Quijote”; cuando leímos la obra, conocía más palabras en desuso que los propios españoles; por ejemplo, se habla de la carrera de sortija, se dice “no me hallo”, se habla de querencia, se habla de borceguíes, se habla de un montón de cosas que para nosotros forman parte de un día, el día en Corrientes. Sin embargo, vivimos convencidos de que en Corrientes éramos malhablados, nos convencieron tanto de eso, que ahora todo el mundo habla como porteño en Corrientes.
—¿Qué perdimos?
—La batalla cultural. Ahí se me unió en la cabeza el imaginario de Madariaga que me encanta, de ver “Corrientes como  una acuarela móvil” me parece fascinante y creo que España es una acuarela móvil y “El Quijote” le meto dentro una acuarela móvil, tal vez porque es un mundo rural, un mundo de a caballo, de gentes comunes. Me acuerdo que salí y dije: “Ando buscando unas cosas que se ponen por encima de la ropa de campo, de la rodilla para abajo, que nosotros en Corrientes le llamamos...” Y el vendedor me dice “polainas”; entonces, te das cuenta de que estás hablando de la misma cosa con distinto nombre, o sea, con una misma acuarela pintada en dos lugares distintos por dos personas diferentes, estás hablando lo mismo. En La Mancha se come una comida que se llama gachas que es mbaipy.
—Claro, es una polenta. ¡Y sí, eran pobres, gente rural!
—Exactamente, digamos que se me juntó en la cabeza el perderle el miedo al teatro español, pensando y entendiendo que es y sobre todo, ha sido una cosa popular. Es igual que el chamamé, es una música popular. “El Quijote” es un libro que fue escrito para ser escuchado no para ser leído, se leía porque la gente era analfabeta. Entonces, se leía en la plaza y la gente iba a escuchar. ¿Qué distancia hay entre eso y escuchar cuentos de aparecidos alrededor de una fogata con los menchos en el campo?
—Tenemos una lengua común, entonces hay algo en común.
—Y somos hijos de ellos. Te cuento dos cosas: la bombacha viene de los árabes a España y de España a Argentina. La bombacha bataraza, que es nuestra, es la misma tela que usaban aquí los panaderos cuando se repartía pan en la única panadería que había en Madrid, que era una Villa con la plaza mayor; y el otro camino común que hay es la alpargata. Pasa de los árabes a España y de allí a Argentina. Tengo claro que somos hijos de ellos y no tengo ningún problema con eso, al contrario, y creo que el idioma ahí lo es todo, porque la manera de usar las palabras que existían en el Siglo de Oro es la que se quedó en Corrientes y es como dice Álvaro, como bien dice Álvaro: “Yayo vino a devolvernos una cosa que se nos había quedado allá”. Y creo que nosotros nos equivocamos el camino y voy a decir una cosa políticamente muy incorrecta, pero como estoy empezando a quedar viejo ya no me importan estas cosas: creo que ahí, en Argentina, se abren un montón de caminos equivocados, para mí, el principal de ellos es el rock nacional.
—¿Por qué?
—Porque es como decir tango ruso; el rock no deja de ser una forma de folklore de los anglosajones y segundo, porque una cosa que surge a finales de los 60-70, que creo que sólo contiene a gente que ha nacido y crecido en una ciudad determinada, que todo lo demás es importado y si te vas al chamamé, estás hablando de 300 años de historia o 400 años de historia. Y segundo, creo que la gran resistencia al proceso militar, esto de los exiliados del proceso militar, fueron Horacio Guarany, Mercedes Sosa, César Isella… la resistencia es el folklore.
—¿Cómo trabajaste el tema de los textos de tu obra Mestiza?
—Bueno, es que es más de lo mismo. Me acuerdo que encontré un artículo en un diario de Argentina, que hablaba de una reina olvidada o una cosa así, es decir, hablaban de Francisca Pizarro que debía haber sido la reina del Perú, hija de Francisco Pizarro, el conquistador, y que termina con una vida de exilio sistemático por, justamente, ser hija de aborígenes. No se le reconoce nunca su nobleza y la despojan de los bienes, una mujer superfeminista, independiente, que se casó con gente mucho más joven que ella.  Entonces a partir de ahí con Julieta Soria, autora del texto, empezamos a meternos en el tema y con Bartolomé de las Casas, que es el primero que hace trabajos sobre los indios; con los guaraníes también y con el Inca Garcilaso, el primer atisbo de lo que luego probablemente termina siendo la literatura latinoamericana del mismo modo que el barroco guaraní es de donde, según mi punto de vista por lo menos, sale invariablemente todo lo que viene después y se toca por nuestra la zona, ¿no?. Y que en Yapeyú existía una fábrica de instrumentos, la más grande de Latinoamérica, y no queda nada, ni una piedra. Es que ni eso hemos sido capaces de cuidar en Argentina, no queda nada teniendo una de las culturas más ricas de Latinoamérica, y no queda ni una piedra. 
Creo que en ese sentido el resto de Latinoamérica, en particular el Paraguay, son los que más han sabido y han podido conservar su contacto con las cosas aborígenes. 
—Volvamos al tema de ser migrante, que implica estar lejos y empezar a despedir gente desde lejos. ¿Cómo fue eso para vos?
—Es terrible. Caso concreto, mi padre. Se murió papá y no lo vi, te empezás a poner como galvanizado, a adquirir un nivel de pragmatismo altísimo para poder sobrevivir al propio exilio y, a la vez diría una especie de viaje interior que me parece que es el único viaje que existe en la vida, la búsqueda de un equilibrio y paz. Suena muy místico lo que estoy diciendo, pero es claramente así. Yo creo que no se puede vivir en el exilio si estás desesperado por comer dulce de leche todos los días o si andás buscando argentinos para juntarte.  Creo que el exilio es una cosa mucho más seria que eso, tenés que olvidar si te vas de Argentina, tenés que bajar una cortina.  A mí lo que me queda aquí son dos acordeones, otros dos acordeones más por allá, tengo otra guitarra, un piano. Quiero decir, mi viaje interior es sistemáticamente con el chamamé, con la escritura, con el empezar a transformarte. Es como en tu propia casa, como en tu propio hogar. Esto es lo que concretamente me pasó; entonces no extraño Argentina. Evidentemente extraño los afectos, mis amigos, mis hermanos, pero también me tiraron abajo el portón en el que yo jugaba cuando era criatura en Curuzú; entonces, aunque viviera ahí, ese portón ya no está.
La vida en eso se parece mucho al teatro, ¿no?. Está para ser destruida sistemáticamente, todo lo de ayer no existe más y cuando te querés acordar hay un final que nunca es feliz. Entonces, creo que esa propiedad trágica es lo que hace que tanto el arte como el humor y, fundamentalmente el humor, cobren un valor añadido que me parece que es la única manera de sobrevivir.
—¿Qué es Corrientes? 
—Corrientes es un profundo misterio en esa acuarela móvil de una imaginería y una vida en una dimensión que me parece exorbitante y alucinante. Lleno de gente que durante mucho tiempo no necesitó ser otra cosa más que correntino y que desde hace un tiempo se preocupa por ser muchas otras cosas y no correntinas. Y creo que esto está marcando el final de la razón de ser del chamamé, entre otras cosas. 
Cuando escuchás cantar “De allá ité” perdió todo el sentido, porque creo que nosotros teníamos cinco rasgos distintivos para mi inequívocos: la “rr”, la “ll”, el sapucay, el guaraní y el chamamé. La “rr” y la “ll” casi se están perdiendo, el chamamé suena pop; excepto que escuches a Gabriel Cocomarola, a Rudi y Nini, a Facundo Rodríguez y los gurises estos.
Mucho suena pop, todo el mundo canta como si fuera pop “desde Corrientes vengo sho…” y decís, “cuidado”, porque hay una cosa que tiene que ver con una filosofía detrás, con una historia del pueblo, que Corrientes fue una provincia siempre pobre, de gente explotada, de trabajo en negro, de marginalidad, de machismo. El chamamé tiene que ver con todo eso y tiene que ver siempre con una historia de dolor o de gente que se tuvo que ir o de desamores y por eso se canta casi como si fuera un lamento.
Entonces, no puede ser pop el tener que cruzar en una balsa al Chaco para poder darle de comer a tus hijos y creo que en ese camino “popero” que tiene hoy el folklore argentino en general se ha perdido bastante el rumbo.
—Y la hondura.
—Por supuesto, pero la hondura se pierde porque se pierde la forma, porque el arte es una cuestión de forma. La forma es lo que saca el fondo, de fondo está Corrientes, no te preocupes por el fondo, es la forma. Entonces, al perder su forma y parecer pop, pierde todo, porque el arte es una cuestión de formas -insisto-, es una perversión de la realidad, es una distorsión de la realidad. Creo que si para algo sirve la globalización, es para que lo regional cobre fuerza. Me parece que es la única manera que le interese a un tipo que no es de acá o de allá, cosas que son de acá o de allá. Creo que si le llevás a Eric Clapton a Corrientes va a preferir ver y escuchar a gente en el campo, no que suene a como suenan ellos que hacen pop. No sé si se entiende...

Últimas noticias

PUBLICIDAD