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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

La tragedia de Los Andes

Restos. Algunos sobrevivientes afuera de lo que quedó del avión.

Por Francisco Villagrán

villagranmail@gmail.com

Especial para El Litoral

El equipo de rugby uruguayo estaba formado por exalumnos de entre 18 y 23 años y se dirigía a la capital chilena para jugar contra su par de Old Boys. También los acompañaban familiares y amigos. El avión se estrelló en plena Cordillera de los Andes cerca de una zona inaccesible denominada el Glaciar de las Lágrimas y estaba piloteado por el coronel Julián Ferradás, habiendo partido del aeropuerto mendocino de El Plumerillo, luego de una escala obligada en Mendoza por un frente de tormenta, tenía previsto realizar el cruce de la cordillera por el llamado Paso del Planchón para llegar a Chile. Las condiciones climáticas adversas confundieron a Ferradás y lo llevaron a estrellar el avión contra las montañas, destrozando su cola y sus alas antes de precipitarse en el llamado Valle de las Lágrimas, una larga pendiente nevada de 3.500 metros de altura, en las inmediaciones del cerro El Sosneado, en plena cordillera. Antes de ocurrir el accidente, Ferradás había transmitido su posición erróneamente 100 km más hacia el norte, por lo cual la posterior búsqueda no dio resultados, pues buscaron en el lugar equivocado. Todo en contra. Trece personas murieron inmediatamente en el accidente y otras cuatro en la madrugada posterior al choque, entre ellos Ferradás y toda la tripulación. Quedaron 28 sobrevivientes que lucharían por mantenerse vivos en una geografía hostil, de hielos traicioneros y temperaturas de 40 grados bajo cero, sin víveres suficientes y aferrados a una esperanza débil de rescate. Al cabo de 72 días, 16 sobrevivientes fueron rescatados de las altas montañas y allí se produjo el llamado Milagro de Navidad, por la cercanía de la fecha.

Después de haberse precipitado a tierra el avión se deslizó varios cientos de metros por la pendiente de nieve hasta detenerse por completo. La desaceleración fue brutal y por la inercia, los asientos delanteros quedaron comprimidos contra la parte frontal, lo que causó la muerte inmediata de muchos pasajeros. A la mañana siguiente ya habían muerto cuatro personas más y otras tres estaban graves, entre ellas Fernando Parrado, quien había estrellado su cabeza contra el montante de los equipajes y tenía una fractura de cráneo agravada por un edema cerebral. Milagrosamente Parrado se recuperó y terminó siendo uno de los pilares del grupo de sobrevivientes que lograría salir de la cordillera 72 días más tarde. Un informe médico especializado de neurología, realizado meses después, demostró que hubo una combinación de factores que le permitieron superar este mal momento. En un comienzo fue dado por muerto y colocado afuera del avión, hasta que alguien se dio cuenta que aún respiraba y fue llevado adentro, cubierto por el fuselaje. Pasó tres días en coma con fractura de cráneo, hipotermia y deshidratación, fueron problemas que, paradójicamente, lo ayudaron a mantenerse con vida. La baja temperatura permitió la sobrevida de las neuronas que habían sido afectadas por el golpe. Milagrosamente se recuperó y junto con Roberto Canessa, fueron los héroes que tras caminar 55 km en la nieve durante 9 días, finalmente encontraron al arriero chileno Sergio Catalán, quien fue el que llevó la noticia a los carabineros, que finalmente los rescataron.

Una odisea

En las últimas horas del domingo 29 de octubre, cuando ya habían pasado más de dos semanas desde el accidente, un alud se precipitó desde lo alto de las montañas sepultando por completo los restos del avión, donde dormían todos. Solo uno no quedó cubierto por la nieve, Roy Harley, quien desesperadamente comenzó a cavar con las manos en la nieve para rescatar a sus compañeros. Pudo recuperar a varios, pero el saldo trágico que dejó el alud fue de 8 muertos. Los días que siguieron a la avalancha sumergieron a los sobrevivientes en un mundo oscuro. El fuerte temporal de viento y nieve que azotaba afuera no los dejaba salir del fuselaje. No había más comestible y hubo entonces que tomar una decisión heroica: comer la carne de sus compañeros muertos recientemente, ya que era la única forma de poder sobrevivir. El temporal  duró hasta el 1 de noviembre y cuando mejoró el tiempo, pudieron sacar la nieve del interior del avión y los cadáveres al exterior, donde los apilaron junto con el resto de los muertos, a un costado del avión. La situación estaba en un punto crítico y al saber que las autoridades ya los habían dado or muertos, decidieron entonces que quienes estaban en mejores condiciones físicas y anímicas, emprendieran una expedición en busca de ayuda. Los elegidos fueron Roberto Canessa y Fernando Parrado, quienes emprendieron su aventura con mucha esperanza. Luego de caminar durante nueve días por sitios con mucho hielo, nieve y rocas, soportando temperaturas de hasta 30 grados bajo cero, llegaron a un valle rodeado por algunos pequeños árboles. Siguieron bajando, presintiendo que la salvación estaba cerca. El miércoles 20 de diciembre, ya al límite de sus fuerzas, divisaron al otro lado de un pequeño río a un arriero que los observaba extrañado. Parrado le gritó una y otra vez, pero el ruido del agua impedía escucharlo. Tomó entonces una piedra y la envolvió con un papel en el que escribió: “Vengo de un avión que cayó en la cordillera, soy uruguayo. Hace diez días que estamos caminando, tengo un amigo herido y en el avión quedan 14 personas heridas. Tenemos que salir rápido y no sabemos cómo, no tenemos comida, estamos débiles. Por favor ayúdenos, no podemos ni caminar.”

El arriero, cuyo nombre era Sergio Catalán, le arrojó un poco de pan que llevaba encima y les pidió que esperen, que buscaría ayuda. Se dirigió al retén de Puente Negro donde dio la noticia a los carabineros chilenos, que de inmediato comenzaron el rescate. Al fin del día siguiente, dos helicópteros de la Fuerza Aérea Chilena rescataron a los 14 sobrevivientes restantes que habían quedado en el avión y así se puso fin a la odisea que habían pasado los sobrevivientes uruguayos del avión caído en la cordillera. Un mes después del rescate, los restos de los fallecidos fueron enterrados a unos 800 metros del avión y sobre ellos se colocó una gran cruz de hierro en homenaje a las víctimas de la tragedia. Lo que quedó  del fuselaje fue quemado para evitar que buscadores  de curiosidades se lo llevaran, pues esto suele ocurrir. Esta increíble historia inspiró a escribir varios libros y filmar películas que aún hoy son valoradas. Una verdadera historia de coraje y supervivencia a toda prueba que quedó marcada a fuego para siempre.

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