Por Valeria Kovadloff
Especial para El Litoral
Pueblo inspirador. Caá Catí “cuna de poetas” leo en el mural de la calle y en los volantes y banners de la Feria del libro, ya en el salón de la Biblioteca Popular “Juan Manuel Rivera”.
No salgo de la sensibilidad que me produce ese “apodo” de la ciudad: un pequeño pueblo encantado, que se autodenomina “cuna de poetas”. Con este paisaje no es para menos, pienso, y enseguida leo que esta novena edición de la Feria del libro es llamada “Donde la luz no muere”. Me impacta esa grandilocuencia poética, que no deja de tener asidero real. Todo es poético aquí, parece…
De esta Feria del libro se dicen muchas cosas en los discursos de inauguración, por ejemplo que se trata de una “emblemática feria del libro nativo”. Me quedo pensando en la aplicación de ese adjetivo a los libros, pero los eufemismos continúan, algunos menos poéticos aunque igualmente impactantes, como que el que dice que la feria se trata de una “marca registrada de la Provincia de Corrientes” llevada adelante, desde hace ya casi una decena de años, por la Biblioteca Juan Rivera y dos personas no nacidas en el pueblo: Gabriela Bissaro y Carlos Lezcano, pero con el apoyo de muchas otras.
Queda bastante clara esa colaboración virtuosa entre vecinos, gestores, funcionarios e instituciones en la presencia de mucha gente en este salón de la Biblioteca Popular (a pesar de estar raleada esa presencia, según me cuentan, por el súbito feriado nacional impuesto el día de la inauguración).
También se destacan los objetivos de la feria: promoción de la cultura, difusión de la lectura y los libros, encuentro social. Esto recién empieza y yo recién llego. Vengo por primera vez, pero no dudo que todos estos objetivos ya están concretándose.
Gabriel Romero, arquitecto y gestor cultural a cargo del Instituto de Cultura de Corrientes, ensaya en su discurso una primera y certera articulación entre esta celebración y el pasmoso desconcierto que produjo la noticia del intento de magnicidio, allá lejos en una enloquecida Buenos Aires, que rebota hasta acá, en esta tierra tranquila de lagunas y aves: hoy es un día difícil para los argentinos, dice, pero la cultura transforma, y por eso estamos aquí.
Luego Jorge Meza, el intendente de Caá Catí con una sencillez inverosímil nos invita a “que vivamos el mundo de los libros, que es distinto”.
A continuación, se proyecta un video homenaje a Eva Barrios y Yelba Salazar, “las mamá grandes de la Biblioteca”, “las damas de los libros”, “las guardianas de la biblioteca, de la cultura y de la literatura regional”, todos apodos que vecinos y gestores utilizan para rendirles homenaje por “el sueño utópico de recuperar una biblioteca centenaria”. Ellas, en cambio, cuando agradecen, se autodenominan “las hormiguitas viajeras”, recordando que iban todos los días a la municipalidad y a las casas de los vecinos en busca de libros. Son muy aplaudidas y ahí, en primera fila, entre escritores, lectores, gestores y vecinos, llama mi atención un policía, de uniforme, sentado, escuchando y aplaudiendo. Me doy cuenta que nunca vi esto: un policía como público en una feria del libro.
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Una naturaleza y una cultura exuberantes. Comienzan las mesas con la presentación de ‘Del Ombú al Yataí’ a cargo de Alejandra Hernando, bióloga chaqueña. Un rescate impresionante de un antiguo texto escrito por Justin Piquemal Azamarou, un investigador francés que describe y celebra la idiosincrasia correntina. ¿Se podrá decir que existe tal cosa? Yo creo que sí, hay algo identitario muy fuerte en la particular cruza de elementos que se dio y se sigue dando en esta tierra. Ella recorre esos relatos, algunos apoyados en observaciones netamente biológicas y geográficas y otros en rasgos de personalidad o “estilo” de correntinos y correntinas prototípicos de mediados de los 60 del siglo XX, como “la hospitalidad correntina”, o esta afirmación que anoto: “el correntino está dispuesto a creer y toda la vida está preñada de magia”.
A mí, que descreo de las etiquetas y de ciertos folclores, sin embargo, me resuenan sus afirmaciones y me parece que los años del siglo XX y esta veintena del XXI no pasaron tan rápido en Corrientes como en Buenos Aires. Pero sobre todo, ya en la primera mesa de la feria, me queda claro el gesto curatorial sensible de sus organizadores. Empiezo a sospechar que, en Corrientes, más que en otros lugares, naturaleza y cultura no pueden disociarse y que es ese saber el que tan bien reflejaron los organizadores de esta feria del libro en su programación.
Lo pienso y lo escribo, asumiendo mi mirada ‘exotizante’, pero como dijo Hernando, se trata de “un exotismo entrañable para el viajero”.
La organización de esta Feria del Libro tiene detalles sutiles y deliciosos: delante de los oradores orquídeas en flor, frescas, recién cosechadas, engalanan la mesa (y serán renovadas en cada bloque de la Feria!); de mañana y de tarde circulan bandejas con chipá cuerito recién hecho, ofrecidas amablemente por las mujeres que trabajan en la cocina y, al finalizar cada mesa o presentación se le obsequia un reconocimiento a los participantes, pero no de cualquier modo, una locutora en su micrófono, para ganarle al canto de los pájaros que se filtra por la ventana, convoca a cada uno de los organizadores, a su turno, a otorgarlos. ¿Cómo dudar de la hospitalidad como rasgo local?
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Incendios, error y potencia poética. Continúa la primera mañana, hay recambio y movimiento en el salón y registro mi sorpresa, un poco de susto también, al ver entrar a los bomberos, con sus uniformes, al espacio. Se proyecta un audiovisual que documenta los últimos incendios en el Iberá. Las imágenes son espectaculares y terribles a la vez. Con una calidad fotográfica excelente retratan el horror. Los testimonios de los entrevistados son elocuentes: “estaba feliz hasta que ardió el monte”. Un dron, desde las alturas, muestra un hermoso ciervo del monte corriendo desorientado, huyendo de las llamas y topándose con las llamas. Una voz suave desde la mesa, dice al micrófono: “se queman las palabras” y luego, desde la platea, los bomberos leen poesía.
Los elementos más vanguardistas de la performance actual se entretejen con la sencillez total, en una puesta absolutamente conmovedora, por lo doloroso de lo que muestran, pero también por la autenticidad y el valor poético con el que lo hacen. Súbitamente se corta la luz. Desde Caá Catí, la intervención dialoga con los mismos problemas que acucian al resto del planeta, sin representaciones, sin mediaciones, con entereza y con poesía.
Al finalizar, el Chapu Toba, director del audiovisual, habla de la sensación agridulce que produce y explica que su documental está conectado con la impactante muestra fotográfica ‘Historias que queman’ que se expone en el patio de la biblioteca como obra colectiva. También habla Soraya, una de las bomberas, que se quiebra al recordar esos días de peligro, de no dormir, de dejar a los hijos y dice cosas como estas: “el cuerpo no sentía cansancio (…) los bomberos tenemos una cuota de locura (…) la empatía no se trata de ‘héroes’…”.
Nuevamente reparo en lo turgente, húmedo y colorido de las orquídeas que enmarcan, con su vitalidad, a quienes están hablando de incendios y dolor.
Cuando esta mesa finaliza, el jefe del destacamento de Bomberos le otorga al Chapu Toba su reconocimiento agradeciéndole porque, dice, su intervención le devolvió la mística a los bomberos. También agradece a todos los que colaboraron localmente, cuando los que tenían más responsabilidad los dejaron solos con los incendios, con su falta de acción a tiempo y de prevención, para que no vuelva a ocurrir, y nos deja a todos en esa zozobra…
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La hibridez y formas de experimentar placer, dolor, mandatos. Luego de la siesta (sagrada institución correntina, medida de tiempo, referencia a un momento de repliegue e intimidad, de persianas bajas, mucho más allá de la acción concreta de dormir un ratito después del almuerzo) la programación continúa y lo hará por otros dos días enteros.
Las mesas y presentaciones se suceden. Los temas y personajes variados y de diferentes proveniencias siguen entramando literatura con elementos de la cultura local de lo más significativos. Yo pienso en la hibridez, en el mestizaje, en los sincretismos de los que somos fruto y también los que creamos, en ese estar teñidos (o ‘contaminados’ como diría la bióloga brasileña Helena Katz cuando analiza la cultura) para ser quienes somos.
Así, docentes y participantes del taller de poesía ‘Chamamé sencillo’ presentan el disco “Alrededor del fuego, la poesía” y deslizan: “el chamamé tiene algo que empayesa el corazón”. Mauro Santamarina presenta un libro en el que articula la cosmovisión guaraní con la obra de Shakespeare y pone a los personajes de la mitología local (el Pombero, las Hadas y otra vez el Payé) en relación a los ‘shakespereanos’. Gabriela Saidón, escritora porteña, es presentada y entrevistada por dos brillantes especialistas de su obra: Gabriela Quiñones y Cleopatra Barrios, que la interrogan sobre la elección de temas “correntinos” para sus ficciones. Ella trata de explicar a los locales la fascinación que producen sus ‘artefactos’ culturales: la devoción popular, los santos ruteros, la religiosidad católica, la ‘historia’ nacida en Corrientes, con todo su bronce y sus ‘perforaciones’, la presencia de la muerte en tanto altar, en tanta devoción, en tanta historia, entremezclada en una naturaleza que insiste tanto en la vida.
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La voz propia, la cocina, el cultivo del jardín y la devoción. El sábado, segundo de feria, el salón está repleto, estalla, como afuera estallan el turquesa del cielo y la intensidad del sol. Una mesa propone la lectura de textos propios a autores como José Gabriel Ceballos y Osvaldo Mazzal y luego a Ernestina Perrens, logrando una escucha tan atenta y un aplauso tan agradecido del público por esos relatos genuinos leídos en voz alta. Para mí es un deleite, además de los relatos, escuchar la pronunciación de ese castellano guaranizado, su énfasis en algunas letras, la subdivisión de las sílabas, su canto.
También se presenta ‘La cocina correntina’ de Estefanía Cutro, nuevamente la feria indaga sobre la identidad correntina a través de las letras y las palabras, que surgen de las plantas, los alimentos y las tradiciones mestizadas.
Por la tarde Silvia Iparraguirre deleita con anécdotas de Borges, reflexiones sobre la escritura y su propia historia de lectora. Habla de la ‘Troika’ término ruso que aprendió leyendo a Tolstoi de chica y yo lo vinculo con el ‘Payé’ no por su significado, sino por su función. Términos intraducibles, que condensan una idiosincrasia cultural singular. Cuando Silvia habla de las lecturas de su adolescencia Fabián Brizuela, quien la entrevista, cuenta sobre un profesor de Caá Catí que logró que los adolescentes se relacionaran no sólo con la lectura sino con la posibilidad de escribir poesía. Silvia escucha y propone que la literatura es el mundo interior, la “vida invisible”, que florece o se marchita. Yo pienso en la exuberancia de las flores y en ese profesor jardinero, ambos de Caá Catí.
En otra mesa se presenta ‘La bolsa y la vida’ compilado por Osvaldo Aguirre, que conversa con Gabriela Saidón, Miguel Angel Molfino y Pablo Black sobre los ‘Bandidos sociales’. Ahí desfilan el Gauchito Gil y todos los Santos ruteros, los cultos tumberos y otros, que conforman relatos y leyendas con componentes míticos pero anécdotas bien concretas que surgieron de conflictos de estos personajes llanos con la ley, convirtiéndose en justicieros del más acá o del más allá, con una resonancia en la devoción popular cada vez mayor.
Los tres escritores reflexionan sobre el rol de la oralidad en esta cultura. Cuenta Gabriela Saidón que le dijeron: ‘el Gauchito Gil no existió, existe’.
Con la presentación del libro ‘Parajes’ de Cristina Iglesia, por Gabriela Bissaro, la autora reflexiona sobre el significante, la semántica y la semiótica de los ‘Parajes’. ‘Corrientes es para mí una zona literaria’ dice y agrega: ‘lo que se puede hacer con la literatura es volver a un lugar imaginario y refundarlo’ y a mi me dan unas tremendas ganas de leerla…
Por la noche, se proyecta un documental sobre la presencia de correntinos en la guerra de Malvinas y también el libro ‘Mburucuyanos en Malvinas’. No deja de estremecerme el protagonismo de los correntinos en las guerras argentinas. Desde el principio y hasta hoy.
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Ética de realización y realización ética. Llega el domingo, último día de esta Feria. El cansancio, sin embargo, no ralea la concurrencia. ‘Arrasando’ una mesa de lectura de poetisas, expone la obra poética en la voz propia de sus autoras y no pasa desapercibido, junto con la poesía, el destaque de la voz de mujeres, por aquello de visibilizar, de tener un gesto de compensación en pos de la buscada equidad.
Francisco Galarza, joven periodista de Caá Catí, conversa con Carlos Lezcano sobre su impresionante obra, recién publicada: ‘Lugar común Corrientes’, una compilación de entrevistas fundamentales para comprender la cultura local y su pensamiento contemporáneo. Al finalizar, el intendente homenajea al autor, responsable también de esta feria y las tres cocineras le entregan una maceta con un hermoso lapacho como símbolo del compromiso del cuidado del medioambiente. Yo observo fascinada cómo se cierra el círculo de estos gestos de cuidado y comprensión de la imbricación entre naturaleza y cultura.
Pero las mesas continúan sucediéndose y en la siguiente se presenta ‘Geografía de una fábula’ de ‘Miguel Angel Frederik’, poeta entrerriano. Una poeta llamada Estefanía Ceballos lee hermosamente algunos poemas, con música en vivo, arreglos sutiles y potentes a la vez. Los presentadores hacen un análisis minucioso y admirado de la obra, a la que José Gabriel Ceballos define como ‘cosmovisión de la entrerreanía, fundada en el paisaje no estático sino omnicomprensivo, un paisaje vivo’ y continúan hablando de esa ‘entrerreanía avasalladora’, definición con la que no podría coincidir más. Pienso que la exuberancia no es sólo del paisaje, la asocio con la desmesura del Sapucai (del que alguien dijo: significa que el poema o la música te queman en los ojos), la de toda la ‘cultura correntina’ y la de la fuerza de estos gestores.
Gracias Feria del Libro ‘donde la luz no muere’, gracias Caá Catí por ser cuna de poetas y sede de estos encuentros exuberantes y generosos.
*Valeria Kovadloff
Profesora de Historia, coreógrafa,
bailarina y gestora cultural, vive y trabaja en Buenos Aires. Investiga y desarrolla prácticas de mediación entre experiencias,
saberes y procesos de aprendizaje
que articulan el cuerpo, el arte y
las instituciones.