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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

La Revolución Radical de 1933 en Paso de los Libres

Por Prof. Miguel Angel R. Villalba

Especial para El Litoral

Inmediatamente al golpe militar del 6 septiembre de 1930, primer golpe de Estado de la Historia Argentina, por el cual Uriburu derroca al gobierno democrático de Hipólito Irigoyen, del partido radical, muchos de sus integrantes se declararon abstencionistas activos, formando grupos de ciudadanos enrolados en el radicalismo personalista,  a cargo de militares de rango medio que se levantaron repetidas veces contra las  autoridades   surgidas del golpe, entendiendo que el caso de incapacidad o senilidad del primer mandatario, que se le atribuía la sucesión presidencial debía dirimirse por la Corte Suprema.     

Así estallaron movimientos sediciosos en julio de 1931 en Corrientes, cuando Gregorio Pomar intenta sublevar el 9 de caballería; en enero de 1932, en Entre Ríos, con golpes simultáneos en Concordia a cargo del mismo Pomar y en  La Paz, liderado por los hermanos  Kennedy.

No pasaron de asonadas estériles, que fueron rápidamente aplastadas. Sin embargo, el movimiento revolucionario que estalló a finales de diciembre de 1933 en la frontera correntina con Brasil, sobre  las ciudades de Paso de los Libres y Santo Tomé, ejecutado por el denominado Comando del Litoral, alcanzó singular relieve. 

En ambas acciones debemos destacar el especial protagonismo que ejerció el espacio social fronterizo comprometido, diferenciado de las unidades administrativas que lo componen y con características propias que lo distinguen. Como ejemplo, glosamos que a Lucas Torres, irigoyenista de Misiones, cuando atravesaba los pagos de Santa María da Boca do Monte (Santa María) en Rio Grande do Sul, un oficial lo detuvo para solicitarle el pasaporte de tránsito en Brasil. Bianchetti, compañero de viaje, no lo tenía, y Lucas se arriesgó. “Expliqué en portugués al oficial (desconocido para mí) que se trataba de un revolucionario argentino. Esto sirvió de salvoconducto y demuestra la simpatía que despertaba nuestra causa”, dice. O bien, como leemos en Netto perde sua alma, Tabajara Ruas escribe, “O senhor é brasileiro ou rio-grandense? Uruguaio ou argentino? Branco o Colorado?”. A lo que el protagonista responde: “Eu sou geral”, transcripto en “Em busca da etnia do sul”, (Zero Hora, Porto Alegre, 24/02/1996), donde su autor, Flavio Ilha, agrega “A frontera, seguindo uma tendencia natural está caindo. Não há mais límites rígidos. Tudo ê vizinhança, tudo ê familiar, não importa que os protagonistas estejam do lado argentino, uruguaio ou brasileiro”. De hecho, los habitantes del espacio fronterizo pocas veces encabezaban las cartas que escribían con el nombre de la ciudad desde la que lo hacían sino simplemente consignaban “Fronteira, 15 de janeiro de 1920”, expresión del espacio de profunda identidad cultural que compartían, característica y especificadades, como asentamos en nuestro libro sobre el tema “La Frontera en Armas”, editado por Moglia Corrientes,  

    En cuanto a Paso de los Libres, (en Santo Tomé adoptaron el mismo procedimiento), los rebeldes consiguieron tomar contacto con hacendados brasileños, a través de simpatizantes lugareños,  que le proporcionaron ayuda, consintiendo la instalación de un campamento en la Estancia do Mineiro sobre el arroyo Guarapuitán, afluente del Uruguay, circunstancia que les permitió reunir adherentes y la realización de jornadas de adiestramiento y prácticas de tiro y de combate, que dio al contingente cierta formación militar.  

Tuvieron algunos contratiempos, como la sorpresiva visita  de una comisión del 8° de Caballería de Uruguayana a la medianoche del 21 de diciembre, que aparte de provocar una muerte rebelde, víctima de un síncope, consiguió arrear para el Regimiento de aquella ciudad a 140 hombres e incluso  sorprendieron en el Casco al teniente coronel Gregorio Pomar, a quien  internaron en Porto Alegre. Los demás estuvieron demorados hasta el 24, cuando fueron liberados. De prisa los alojaron en otras estancias y conforme lo planeado, cuando se iniciaba el 29 de diciembre, al mando de Roberto Bosch que consiguiera escapar al arresto en la estancia vestido de cura, las huestes iniciaron la travesía del río Uruguay por el Paso del Santana, frente al Destacamento de Prefectura, el que fue arrollado, luego de una escaramuza.

Envalentonados por esta victoria relativamente fácil, los sediciosos entonces iniciaron la marcha por sendero costero hacia Paso de los Libres, mientras que los marineros sobrevivientes regresaron en una lancha a  la ciudad y aquí, en el 11 de Caballería dieron la alarma del peligro cercano. El flamante jefe del ejército, que había  reemplazado días antes a quien se sospechaba simpatizante de los invasores, ordenó una dotación de soldados, a cargo del teniente Perini, que en tres camioncitos se lanzaron a su encuentro.

El encontronazo se produjo hacia el mediodía en el San Joaquín, donde una estratagema de los uniformados confundió a los rebeldes que fueron derrotados en el combate de ese nombre, que arrojó como saldo 12 invasores muertos y apenas uno entre los uniformados. Aquí se levantó posteriormente un monolito que recuerda la acción.

Los del ejército pensaron que habían liquidado la revuelta, pero la columna de radicales personalistas,  maltrecha y  con algunas deserciones lamentables de la hora consiguió recomponerse durante la noche y al amanecer decidió continuar la marcha sobre la ciudad, comprometidos tal vez porque sabían que sus camaradas del Comando del Litoral se aprestaban por esas horas en el norte a invadir la ciudad de Santo Tomé, desde San Borja, Brasil, comandados por  Domingo Aguirre y Lucas Torres.

De modo que en tres columnas convergen con las primeras horas del día sobre la ciudad que, por su parte, durante la noche había organizado  barricadas y acantonamientos esperándolos. El principal objetivo era el edificio del Correo porque allí se encontraba el Telégrafo, único medio de comunicación que permitiría contacto con los otros grupos rebeldes en acción, el cual se ubicaba en la calle Colón en el actual N° 1166, que por ese motivo había recibido guardia reforzada.

El sobrino de Pomar, llamado Adolfo, estudiante de Ingeniería de 23 años, era el único familiarizado con el manejo de la ametralladora, el arma de mayor calibre de los rebeldes. Estaba instalándola en la esquina de la calle paralela, situada a unos 70 metros frente al Correo, actual coronel López y Brasil, cuando recibe una descarga mortal desde el techo del edificio. Esta lamentable baja de Adolfo, que además era íntimo amigo de Roberto Bosch, decidió la suerte del combate. 

El numeroso grupo se desbandó. “Ahí tienen los botes para el que quiere ir al Brasil”, habría alcanzado a gritar  Bosch. La disparada los llevó a la costa del río frente a la isla Pacú, donde numerosas canoas y lanchas se lanzaron desde la costa brasileña a rescatarlos. Muchos consiguieron huir. Otros fueron alcanzados por las bombas que arrojaban desde dos avioncitos que con esa acción inauguraban la Fuerza Aérea argentina. En Uruguayana, el ejército brasileño acordonó la playa para contener al  gentío que se agolpaba en la orilla y recibió a los combatientes que lograron arribar allí. 

Varios también tomaron rumbo del interior y consiguieron llegar a sus hogares, otros, como Roberto Bosch, se refugiaron en casas de amigos estancieros, para más tarde, lograr atravesar el río Uruguay, por Alvear, rumbo al Brasil. El Gobierno brasileño los acogió en carácter de exilados políticos y los confinó en grandes ciudades del este como Porto Alegre y Belo Horizonte.

El juicio posterior, llevado en la capital de Corrientes, condenó por sedición a los participantes en la asonada,  en diciembre de 1934, estableciendo penas varias, dos años de prisión condicional a los principales, seis meses a otros, también condicional, mientras que a la mayoría absolvió de culpa y cargo. 

 

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