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Realismo y guerra

Por El Litoral

Jueves, 10 de marzo de 2022 a las 02:01

La guerra entre Rusia y Ucrania despertó tantos análisis como la interminable lista de consecuencias que traerá aparejada. Una en particular destaca por estas horas en torno del entramado internacional, las relaciones de poder en el mundo y cómo se llegó a este baño de sangre.
El diplomático, exembajador y actual secretario general del Consejo Argentino de Relaciones Internacionales, Ricardo Lagorio, ofreció ayer una serie de fundamentos tan claros que merecen la pena ser transmitidos aquí:
“A raíz de la invasión a Ucrania por parte de la Federación de Rusia, se ha abierto un interesante debate teórico/práctico sobre el regreso del realismo. Muchos académicos ven en esta violación al Derecho Internacional, a los propósitos y principios de la Carta de las Naciones, el regreso de la historia. Queda atrás, nuevamente, la visión idealista de un mundo de cooperación y colaboración internacional.
Entiendo el atractivo de buscar abstraernos de lo que ocurre y generar un debate en el plano teórico, a fin de convalidar una visión del mundo —una suerte de determinismo histórico— para aprender el funcionamiento de nuestra polis global.
El problema con esta visión es que, en definitiva, se cae en una suerte de ley de hierro de las relaciones internacionales: el elemento ordenador del sistema global es el great power competition, centrado en torno al poder duro militar.
Además, se corre el riesgo de, indirectamente, legitimar el accionar de la Federación de Rusia, ya que en definitiva está actuando en el marco de la lógica de la estructura de poder que rige el mundo.
Ningún observador u actor avezado de la política internacional reniega del realismo, ya que el realismo no es solo una teoría más de las Relaciones Internacionales, sino que es ante todo la única aproximación seria y responsable para ver, analizar y entender todo fenómeno político.
Si esto es así, entonces, el dilema ya no es entre realistas e idealistas, sino entre visión realista fundada en principios morales y una visión realista aséptica y éticamente neutra”. Y sigue  con un argumento contundente: “Ser realista en el siglo XXI, en este nuevo siglo XXI, hibrido —territorial y desterritorial, temporal y atemporal, virtual y presencial— es precisamente reconocer que una percepción centrada únicamente el uso de la fuerza bruta, no es realismo. Reducir las relaciones internacionales a un juego de suma cero —como sostienen los llamados realistas— es generar no solamente ganador, sino por sobre todo perdedores...”.
“El realismo del siglo XXI, exige colaboración y cooperación para abordar los grandes desafíos que aquejan a todos los habitantes del mundo: ecología, pobreza, inequidad, violencia desmedida y violación de los DD.HH., desafíos de la ciencia, tecnología e innovación en nuestra vida cotidiana”.
“La línea roja que cruza el gobierno de la Federación de Rusia el lunes 21 de febrero al reconocer la independencia de los territorios ucranianos de Donetsk y Lugansk y luego sigue a partir de la invasión del jueves 24, no constituye el retorno del realismo ni la resurrección de la geopolítica”.
“La invasión de Ucrania por parte del gobierno de la Federación de Rusia, el país territorialmente más grande del mundo, con el mayor armamento nuclear del mundo, miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU —con el privilegio del poder de veto y, por consecuencia, con la adicional responsabilidad de velar por la paz y seguridad internacionales— constituye la emergencia de una barbarie moderna. Y que está claro que el gobierno de la Federación de Rusia sigue viendo el mundo en términos de siglo XX y no se da cuenta de que estamos en el siglo XXI, en el que los grandes desafíos exigen multilateralismo y cooperación”.
Y concluye en forma lapidaria: “La guerra de agresión, la guerra que no implica la defensa del propio país, es un crimen colectivo. En sus consecuencias sobre la gran masa de los pobres y humildes, no posee ni siquiera ese resplandor de valor, o heroísmo, que conduce a la gloria. La guerra implica una falta de comprensión de los intereses nacionales mutuos, significa el socavamiento e incluso el fin de la cultura. Es el sacrificio inútil de la valentía mal aplicada, frente a esa otra valentía silenciosa que significa el esfuerzo por ayudar a los demás a mejorar la existencia elevando a todos en este fugaz instante nuestro a niveles superiores de existencia”.

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