Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
Es casi todo lo que queremos. Porque hemos vivido otros tiempos, de ideales, de simples, de trabajo, de gente correcta, sencilla ni corrupta. Por eso, hoy, queremos un viaje que nos permita un empleo afuera y al cabo de los años, poder volver. Porque el país tira aunque nos despedacemos. Un viaje largo, tal vez. Pero, con boleto “de ida y vuelta”. Lograrlo físicamente. Poder regresar alguna vez. O bien, volver en recuerdo porque la estadía en el lugar que fuere, nos concedió domicilio fijo, lejos. Nos ubicó nuestro lugar en el mundo, que en nuestro país no encontramos. Nos afincó, derramando raíces en otras tierras, sin olvidar ni por un momento el lugar de partida cuando fuimos aún semillitas. Aunque vivamos muy lejos de allí. Siempre es un fiesta volver donde empezó todo, aunque pasaran los años.
Es como la marca en el orillo, las características que nos definen, están grabadas. Inalterables, repiten como un negativo fotográfico y sus correspondientes copias. Es que los sentimientos, a los nostálgicos, nos toca muy fuerte, queremos abrirnos paso al mundo pero alguna vez volver, no precisamente “con la frente marchita” como cantaba Gardel, sino haberla pasado mejor para que contarla sea un viaje de ida y vuelta, entre realidad y posibilidad, que nos permita comparar y evaluar. Eladia Blázquez, ella misma lo cantaba en su tango “El corazón al sur”, reafirmando esas raíces ya secas por la nostalgia de haberlas ido perdiendo. “Nací en un barrio donde el lujo fue un albur, / Por eso tengo el corazón mirando al sur. / Mi viejo fue una abeja de colmena…/ Las manos limpias, el alma buena.” / Hay una regresión que huele a abrazos, repetir lo que fue, pero mejor. Por eso resulta imposible, todo ha cambiado y no están quienes se fueron, soñando ellos, también un país “más cabal”, como lo repetía Yupanqui, que en sus regresos se imaginaba encontrar.
Me ocurre, como la historia cantada en tango, cuando veo o leo las trifulcas oficiales del Gobierno nacional, como perros peleándole al hueso, que se fueron esos momentos de la historia que no supimos aprovechar, fugaces, esperanzados, prometedores. Hubo brillos democráticos no totalitarios, porque sabemos adónde llegan los hegemónicos, cuando tiran una idea descabellada desde la cúspide de la pirámide. Comprobamos que el acatamiento de sus ordenados cuadros supera en disciplinada sumisión y obsecuencia, prolongan y alargan estérilmente sistemas perimidos. Por encima del quehacer prolijo y lógico que cabe a un estado evolucionado, respetuoso diría, informes breves y precisos, como estadistas no como barras bravas. Cautos, mesurados, específicos con datos concretos, muy lejos de discursos vacíos, “tribuneros”, de campaña, con idolatrías de objetos, consignas. Siempre en la cresta de la ola batiendo parches, dispersos, entreverando el mensaje, diciendo y desdiciéndose. “Empantanando la cancha”, entorpeciendo el juego, buscando culpables en quien justificar sus propios errores, no asumiendo responsabilidades, sino siempre con carnaval y papel picado.
Y uno se lamenta de las mil oportunidades perdidas, y cuando las creíamos extinguidas, redoblan y vuelven por más”travesuras”. Más de lo mismo que, en realidad no son más sino mucho menos, que es la nada. Nada por vacías. Nada por inoperantes. Nada porque los pobres aumentan, la inflación continúa, y los precios por las nubes no dan respiro. Claro, uno extraña esos “fogonazos” por la brevedad de hombres que fueron, intentaron con honradez y lógica, pero el populismo siempre enceguecido más los tiempos de plomo, interrumpieron alterando, espantando, alterando. Es lícito el extrañar, como bien lo decía Eladia Blázquez, por la esencia noble de barrio, la conducta sin tacha de entonces: “Mi barrio fue mi gente que no está, / Las cosas que ya nunca volverán”. Uno lamenta tanto desconcierto, y cómo perdemos esas “manitos” que la vida en nuestra desesperación nos tendió. Más la suma de nobleza que potenciaba nuestro barrio lo engrandecía, tejiendo historias de gente laboriosa, empeñada en un futuro tan irrisorio que ayer como hoy es necesario: “La geografía de mi barrio llevo en mí, / Será por eso que del todo no me fui; / La esquina, el almacén, el piberío…” Hablamos del sentimiento, imbuidos de él para lograr ser mucho mejores, basados en los principios que nuestros padres nos legaron y confiaron, el amor propio, que no es otra cosa que el orgullo de ser, pertenecer, honrarlo con dignidad.
Pero la vida como las esperanzas, se alargan, en el ferviente deseo de cambios saludables que, si bien vivimos a pedacitos, vivamos entonces mejor. Es el deseo de todo pueblo, con trabajo y estudio permitirnos hacer realidad. “Y en esa infancia, la templanza me forjó. / Después la vida mil caminos me tendió, / Y supe del magnate y del tahúr.” /
Por qué queremos irnos y después volver..? Para probar otras suertes. Otros destinos más merecidos, para ver y comprobar y luego, al cabo de unos años pegar la vuelta, poder contar y comparar. Pero más que nada volver a ver si tantas angustias pasadas no han sido en vano. Si hemos cambiado. Si el dolor ha sido mitigado porque la pobreza fue diezmada, que podemos andar tranquilos por las calles día y noche. Que el salario le ha ganado a la inflación. Que por fin todos piensan, y así podemos tener certezas que quienes nos gobiernan también lo hacen. Que el respeto se ha ganado las calles, que bien la vale la pena haber emprendido el regreso para poder verlo y contarlo. Es como la letra del tango, porque no me lo han contado, sino que lo he vivido: “Mi barrio fue una planta de jazmín, / La sombra de mi vieja en el jardín, / La dulce fiesta de las cosas más sencillas / Y la paz en la gramilla de cara al sol. / Mi barrio fue mi gente que no está.” / Porque mi barrio fue mi país que le cuesta llegar. Asumir el dulce papel de confraternizar, acudir con el prójimo en su busca de trabajo, en la protección de sus hijos, en allanar a los vivos que exageran de la política la definición más vil, muy parecida al libertinaje, por permitirse todo: “El arte de lo posible”. Soñar, no cuesta nada. Pero a través de ella fijamos, idealizando un proyecto de vida, haciéndola imprescindible, necesaria, urgente. Sería la primera imagen de una Argentina sensata, creíble y posible. Fijarla mentalizándonos es comenzar a reconstruirla, como en los planos los proyectos cobran formas. Poco a poco, pacientemente. Pero conviniendo que hemos perdido tanto tiempo que no nos podemos dar el lujo de volver a repetir los mismos errores. Mucho sacrificio ha costado; perder el tiempo es anclarnos definitivamente en lo mismo. Debemos ser realistas, como lo enunciaba Arturo Jauretche: “El realismo consiste en la correcta interpretación de la realidad y la realidad es un complejo que se compone de ideal y de cosas prácticas.” Esperemos que ese “boleto de ida y vuelta”, nos permita volver para comprobar asombrados que hemos superado todos los contratiempos de un “País Jardín de infantes”, como lo definía María Elena Walsh. Poder verlo y contarlo, emocionado. Es como la poesía del tango, ese país de barrio que tanto recordamos. Por honesto. Recuperada su certeza, de alguna vez ser posible, por tesón, y sacrificio. Lo demás vendrá solo: la honestidad, la credibilidad, la transparencia, la cordura, la ética, la moral que no se compra ni se vende, sentencia eterna a la corrupción, sin miramientos ni “coronitas, recordando siempre: “Quien a hierro mata, a hierro muere.” No podemos darnos más el lujo de hacer travesuras, sin un tirón de orejas, ni que nadie vaya “al plantón”.