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Sobre “Toro rojo” y otras yerbas

Por Carlos Lezcano

Especial para El Litoral

Andrés fue bautizado el día de la tradición con Isaco Abitbol tocando música en la fiesta porque era un visitante frecuente de su casa. Su papá fue el médico de siempre de Apóstoles, chamamecero  y fundador de una agrupación tradicionalista llamada Ñanderetá. 

Cuando tenía 6 o 7 años, Andrés concurrió a talleres de dibujo con la profesora Ñata Artigas y además estudió piano durante seis años y tal vez por eso reconoce que la música le enseñó a trabajar la armonía que luego fue un asunto central a la hora de abordar su obra.

Algo importante en su formación extraescolar fue el clima cultural de la casa de sus abuelos, porque ellos tenían un vínculo muy estrecho con artistas visuales misioneros. Muchos pintores frecuentaban la casa de Chingú y Óscar que vivían frente al club social de Apóstoles. Él de origen paraguayo y ella de Cerro Corá, con una relación de cinco generaciones de familiares enterrados en el cementerio de Candelaria, el más antiguo de Misiones. “Ahora me hice un análisis genético, me dio 24% de indígena guaraní, que es un montón. Seguramente está el legado de mi abuela materna y todo ese linaje que me produce muchísimo orgullo”, cuenta.

El gurisito que curioseaba los cuadros de la casa de su abuela y se asomaba a la música, fue a colegios ucranianos para cursar la primaria, pero en la mitad de la secundaria sus padres decidieron ir a vivir a Brasil, donde terminó esa etapa escolar en un colegio metodista norteamericano. Y claro, esa experiencia fue importante para el chico que salía de un pueblo pequeño y llegaba a una ciudad más grande que le ofrecía posibilidades diferentes, donde pudo ampliar su horizonte cultural.

“Fue una mezcla buenísima”, me dice sentado en un café a pocos metros del Museo de Bellas Artes de Corrientes, donde expuso en julio pasado.

—La muestra de Corrientes se llamó “Rojo toro”. ¿Por qué?

—Porque quería buscar una palabra que simplifique, que sea corta, que hable de muchas cosas, que tenga muchas capas de significación. Para mí el rojo toro es el rojo de la tierra, es la poesía de Ramón Ayala, es el óxido del hierro que está en la tierra, que está en la sangre, y es también el color del del trabajo que se hace manualmente en Misiones y en el norte de Corrientes con la yerba mate.

—Tu obra se vincula siempre a tu territorio, a tu origen, a tu tierra; con el medioambiente. ¿Cómo surge eso? 

—Estoy convencido de que tengo que hablar de lo que uno conoce y de donde uno es. Creo que te fortalece trabajar sobre tus raíces y te hace único. El medioambiente lo tomo como una cuestión del paisaje, de los habitantes y siempre trato de hacer una relectura contemporánea del paisaje, entrando por muchos lugares: paisaje atravesado por la historia, por la cultura, atravesado por el trabajo. Como si fuese un cuadro sinóptico, me gusta pensar en una línea de tiempo, pero no como una copia, sino de cómo va siendo atravesado. 

—Hay en tu obra insectos y sobre todo hay mariposas de Misiones. ¿Cómo trabajás con estos temas, con estos seres? ¿Hay un procedimiento pautado? ¿Cómo conseguís esas mariposas?

—Sí, Misiones es una fuente de biodiversidad enorme y elijo sólo los que pasan por grandes procesos de transformación como las chicharras, las mariposas y las libélulas; y en eso me gusta asentar la metáfora de la transformación a la que todos estamos por lo menos disponibles, después hay que asumir las responsabilidades de aceptar ese cambio, que no tiene que ver con un cambio de forma, ni de físico, es un cambio casi filosófico de encontrarse con uno mismo y darse cuenta si uno está en lo que tiene que seguir haciendo.

—Es un devenir...

—Exacto. Hablar de esos insectos, sobre todo de las chicharras que todos los años cantan es que me están avisando que estoy a tiempo todavía de cambiar o de transformarse. Eso siempre pasa a fin de año en Misiones y en todo el Litoral. Empecé a trabajar con las mariposas desde diferentes lugares, primero hablando de esta posibilidad de la transformación, y lo hago con un mariposario del parque de Santa Ana, Misiones. Es un lugar de mucha inspiración, porque es donde nacen las mariposas y se ven las crisálidas, las orugas y es un proceso de transformación y de metamorfosis impresionante. Me donan gentilmente las mariposas y me las dan en sobres y me las llevo. También me regalan insectos que encuentran, las chicharras las encuentro en la plaza Apóstoles, juntando miles y miles de alas y exuvias, que es la muda de las chicharras. También hago algunos insectos inventados hablando también de esta posibilidad de redefinirse.

Daniel Molina es un periodista muy conocido en Buenos Aires, escribió que esa obra es un manifiesto trans que habla de la transformación, los insectos reinventados como metáfora. Es animarse a producir un cambio real y físico, y de esa serie en Corrientes mostré 4, que son las series mutatis mutandis, Una frase en latín que significa “hacer los cambios que se tienen que hacer”. 

—Tus mariposas realizadas están caladas. Contame este vínculo entre estos objetos y ese papel calado.

—Hay dos relaciones directas con la historia y la cultura de Misiones. Primero los marcos que contienen estas formas son inspirados en los suelos jesuíticos, de las baldosas jesuíticas, son octogonales con cuadrados que estaban presentes en todas las iglesias y en los principales suelos de los pisos jesuíticos. Y del suelo se traslada a la pared; como hecho con tierra y la segunda relación es que la técnica de papel calado lo aprendí con una profesora suiza cuando estudiaban en Oberá. Ella me enseñó una técnica que la había enseñado su abuela el Scherenschnitt, papel cortado con tijeras en la montaña cuando nevaba y no podían salir y cada familia hacía a modo de regalo, cuando terminaba el invierno se intercambiaban. Fue una técnica que signó todo mi trabajo, encontré la línea y la sombra, encontré que se podía representar el follaje de otra manera. La obra se llama “Ñanduti de tierra”, también en el contexto este del “Rojo toro” habla de eso, habla del ñanduti, del trabajo del bordado textil del Paraguay, de una tradición mezclada con lo jesuítico, mezclado con las inmigraciones y están llenos de mariposas y de chicharras.

En uno de los cuadros están las crisálidas y en el otro están las mariposas, en el otro están las exuvias de las chicharras, que es la muda, y en otro están las chicharras. Me gusta generar esos diálogos que empiezan y se cierran. La sala está dividida en dos, en una están esos papeles calados que son quizás un poco más contemplativos y tienen que ver con una búsqueda de la belleza y aunque se trabajen temas difíciles como estas obras que están los mutantes, están pintadas con cenizas, hablan también de un ambiente devastado. Ellos mutaron y sobrevivieron; quizás son las obras más fuertes de la muestra con la temática que aborda.

—En Corrientes había un panel, un trabajo muy profundo sobre tu identidad. Contame algo de eso y cuál será el destino de ese panel.

—La serie de esos murales se llama “Siniestras efímeras” porque son dibujados con la mano izquierda, yo soy diestro. Igual, ahora, después de mucho trabajo con la izquierda creo que ya no hay tal desafío entre una y la otra, porque al principio quería experimentar la pérdida de control del dibujo y encontrar una frescura que quizás está en los dibujos de los niños, pero después uno va perdiendo, se va formando desde el dibujo y desde la visión de la perspectiva que luego no existe más. No podemos volver más al dibujo inocente. Esos dibujos están hechos con la mano izquierda, y tiene mucho que ver con otra de las ramas que toco, que son los lazos que nos vinculan entre personas y sobre todo entre familias, el ADN, la familia, los lazos tanto biológicos como de cariño. La muestra habla un poco de esa hermandad de los pueblos, por eso de vuelta el “Rojo toro” es la mancha que por un momento fue lo jesuítico pero también todavía sigue estando. Una mancha que nos une entre Corrientes, Paraguay, Brasil, Misiones.

—¿Después vinieron los límites?

—Después vinieron los límites, pero existe como pueblo guaraní, como masa, como pensamiento, como identidades; y en ese mural dibujé con la mano izquierda a toda mi familia, es una especie de árbol genealógico y las personas fueron surgiendo y yo los fui conectando. Están todos los miembros de mi familia hasta ahora y fue muy hermoso. Para mí es una obra muy importante y es efímera y fue dibujado en un museo.

—También hay una serie de los pigmentos rojos, contanos algo de eso, del tema del trabajo en pandemia con la sangre.

—Hay tres series de trabajo que son muy diferentes pero que tienen algo en común que son las comunidades de trabajo; en ese sentido, hay una obra que se vuelve casi social porque trabaja el tema del trabajo físico de la cosecha de la yerba mate. Pero dentro de esas comunidades de trabajo, quería trabajar con materiales que no se pueden encontrar en una librería y que además tengan una carga performática previa. Algo que no es la tierra que yo conozco, de la tierra colorada que junté, la tierra que hice el pigmento son de tacurúes, que son unos grandes hormigueros, que las hormigas construyen con la saliva y la tierra colorada. Ese material ya pertenecía, ya estaba trabajado, fue parte de una comunidad y es parte de una construcción y es muy interesante. Esos pigmentos que recubren todas las esculturas de yeso, que representan estos seres también imaginarios, vienen de una comunidad de trabajo. Una vez me fui hacer una extracción de sangre y justo estaba pintando acuarelas y vi la separación del plasma y la sangre que me pareció algo fascinante y quise experimentar, así que pedí una autorización para usarla y con esa mezcla de plasma y glóbulos rojos, también con la mano izquierda pinte sobre papel una especie de seres imaginarios. Si bien la sangre son los glóbulos rojos, los blancos y las plaquetas son también otra gran comunidad de trabajo y quizás fueron los que más trabajaron en la pandemia luchando contra el virus y de alguna manera están ahí secos y el óxido de los hematíes de los glóbulos rojos tienen mucho hierro y al oxidarse tiene el mismo color que la tierra colorada de los tacurú. Hay otra relación que se cierra entre la tierra que pisamos que está hecha del mismo óxido de hierro de lo que nos mantiene vivos que es la sangre que llevamos dentro. La serie esa se llama “Linaje” y no tiene nada que ver con la enfermedad ni con el virus, para mí en esas pinturas estamos todos nosotros; tal como una mezcla de guaraní con inmigrante y que casi todos llevamos dentro y se relaciona con el árbol genealógico porque toda mi ascendencia está en ese ADN, muchas generaciones.

—¿Y las obras que contienen yerba? 

—Allí entra lo de Ramón Ayala con su tema del Mensú. Ramón Ayala es un referente en todos los sentidos, es uno de mis referentes artísticos porque pinta Misiones. Se fue joven de Misiones y nunca más volvió y sin embargo, es un referente cultural enorme. Soy de Apóstoles, que es la Capital Nacional de la Yerba Mate, de modo que vemos a los camiones llenos de ponchadas, que son las arpilleras plásticas que se usan para cosechar la yerba. Esas ponchadas me llegaron un día al taller una como una colección, para mí eran sudarios como las telas con la transpiración, con la marca de los dedos, con la tierra que se pegó y esas telas ya eran en sí mismas importantes, no necesitaban ningún tipo de intervención pero, obviamente, para mí la obra se completa con el hacer manual del artista. Estuve mucho tiempo pensando hacia dónde iban a ir y creo que en esos momentos de soledad empecé a construir esos pesadísimos cuerpos que están llenos de yerba canchada. Se transforman en esculturas, una tiene 120 kg de yerba, la otra tiene 80. Las bolsas están rellenas con esa yerba que va cayendo y ahí se vuelve performática la obra, porque muchas veces trabajé con aromas, con obras inmersivas y para mí esta obra en ese punto es inmersiva porque uno se lleva puesta en la ropa en el polvo de la yerba si pasa cerca.

—¿Se plantea en el hacer de la obra una forma o la forma aparece en esa obra?

—Primero surgen de unos dibujos de la mano izquierda de unos bocetos, pero esa obra es un desafío porque casi nunca es parecido al boceto inicial, porque se hacen los moldes, después se rellena y se van armando y esa obra juega con la gravedad, juega con el peso y la gravedad, y a veces es imposible mantenerla lo que uno se imaginó; entonces, el peso hace que vaya para otro lado, que se vaya armando de otra manera y eso es como una manera diferente también de hacer escultura.

—La obra se toca también.

—Sí, es una obra que se puede tocar, se debe tocar y se debe sentir esa densidad de la yerba porque realmente tiene yerba y sale el polvo y tiene el peso, y es una obra para tener ese diálogo de cuerpo con cuerpo.

—¿En qué momento de tu vida ves que tu camino sería el arte?

—Tuve una infancia de muchísima libertad y a cosas que un niño no tiene acceso; yo tenía el consultorio, la clínica médica de mi padre en un lado de la casa y del otro lado la casa familiar, pero la clínica esta tenía sala de rayos X, laboratorio para revelar radiografías, farmacia. Mi papá daba clases de biología y tenía muchos animales en formol, víboras, fetos y era fascinante, era un mundo fascinante. Yo agarraba el microscopio y me iba al patio que era otra selva y entonces crecí un ambiente que estaba por un lado la exuberancia de la naturaleza y por otro lado un ambiente científico de alguna manera, con olores, con un instrumental antiquísimo y era para mí imposible no estar en la curiosidad. Y el artista es eso, es curiosidad; o sea, es alguien curioso que plantea y que empieza a mezclar cosas y salen cosas y está diciendo cosas, pero en la Facultad de Arte en Oberá, donde estudié, fue un momento de liberación porque hice talleres de grabado, pintura, escultura, estudié diseño y tuve una muy amplia formación y después por suerte también tuve el apoyo de mi familia de entender el arte contemporáneo, de ir a visitar bienales de arte y de entender cómo es este pensamiento artístico de hoy que la obra aparte de ser visual, me está hablando de mucho más cosas. A veces se tiene acceso y a veces no, pero es importante que la gente tenga acceso a todas las capas de información.

—Tu obra habla de la identidad personal y eso como metáfora.

—Sí, y hacerlo fue muy significativo en este momento de mi vida porque estoy reconstruyendo todos esos vínculos. El curador de la muestra de Corrientes es Scott Moore, con él trabajamos la cuestión de los círculos cerrados, que tiene esta muestra. En una parte están los calados y en otra parte está la pared de tierra, y después de esa pared aparecen todas las otras obras. Los únicos colores que se utilizaron se corresponden a la poesía de Ramón Ayala, los colores que están intencionalmente puestos son el verde gris, el verde brillante y el rojo toro. Todo es pigmento, tierra, glóbulos rojos o es la ponchada de yerba, incluso el número que está pintado en las ponchadas, si bien es un gesto pictórico. Aunque ese número no es pintado como un hecho artístico porque fue hecho para identificar al trabajador.

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