Por Francisco Villagrán
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Especial para El Litoral
Antes que Bram Stoker publicara su famosa novela sobre el sangriento conde Drácula, los hechos y la realidad se anticiparon bastante a la historia novelada de Vlad Tepes, tal fue el verdadero nombre de Drácula, que por muchos es considerado en Rumania como un verdadero héroe. La verdadera historia de la condesa sangrienta, Elizabeth Bathory, comenzó allá por el año 1604, después de la muerte de su marido, cuando una de sus sirvientas adolescentes, le dio involuntariamente un pequeño tirón de pelo mientras la estaba acicalando. La condesa reaccionó violentamente golpeándole la nariz de un fuerte manotazo, cosa que le hizo sangrar copiosamente. Fue afortunada pues en aquella época lo común hubiera sido sacarla al patio para recibir en su espalda al menos cien caricias de latigazos como castigo. Pero cuando el líquido rojo salpicó toda la piel de la condesa, a esta le pareció creer que allí donde se le había depositado la sangre, desaparecían arrugas y manchas, recuperando el aspecto de su juvenil lozanía. Fascinada por el hecho, pensó que había encontrado la solución para conservarse por siempre bella y joven. Y a partir de entonces y hasta finales de 1610, sus sirvientes se dedicaron arduamente a proveerla de jóvenes de entre 9 y 26 años para sus rituales sangrientos, entre los cuales se debe destacar un artilugio del que disponía, llamado “Doncella de hierro”, el cual era una especie de sarcófago que reproducía la silueta de una mujer y que en su interior contaba con numerosos pinches de hierro, muy filosos y puntiagudos. Este aparato se abría para introducir a la víctima, y luego se cerraba para que las agujas se le incrustaran en el cuerpo y cumplieran así la horrible función para la que estaban destinadas. Luego se cerraba la tapa y la infeliz ocupante del ataúd con agujas, se debatía pidiendo clemencia, pero sus horribles gritos eran silenciados por la pesada tapa. Gritaba hasta morir y al poco tiempo los lacayos inclinaban el ataúd para que la sangre saliera por un orificio ubicado en un extremo, donde era juntada en grandes tinajas, para luego ser destinada a untar todo el cuerpo de la condesa, en un sangriento baño.
El juicio
El 30 de diciembre de 1610, el conde Ghiorzy Thurzo, nombrado por el rey investigador real, acordonó todo el castillo de la condesa a raíz de los crecientes rumores de que algo siniestro ocurría muros adentro, ingresando y arrestando a todos los habitantes. Y allí se encontraron con una multitud de cadáveres y cuerpos mutilados, semi desangrados y algunos aún con vida, de muchas jovencitas. Todo esto se realizó por las numerosas denuncias de los habitantes de la comarca y vecinos aledaños al castillo, que reportaban la desaparición de muchas mujeres, especialmente jóvenes y todos los caminos conducían al castillo de la condesa Bathory, por muchos considerado como un ser siniestro e infernal. El juicio se desarrolló en la ciudad de Bitse, sin la presencia de la condesa, que se negó a asistir, acogiéndose a sus derechos y títulos nobiliarios. No obstante ello, por la presentación de contundentes testimonios, fue condenada a la pena de muerte, por los numerosos asesinatos cometidos, Entre otros testigos presentes en el juicio, Janos Usvary, el mayordomo, testificó que en su presencia se había asesinado como mínimo a 37 mujeres solteras, de entre 11 y 26 años, a seis de ellas las había elegido él personalmente, para “trabajar” para la condesa. Todos sus colaboradores fueron condenados a muerte, fueron decapitados, los dedos arrancados con tenazas al rojo vivo por haberlos empapados en sangre de cristianos y finalmente fueron quemados, para su purificación.
Pero a ella, el propio rey Matías II de Hungría, le conmutó la pena de muerte por la de prisión perpetua en su propio castillo (lo que sería hoy una prisión domiciliaria…) Así, tras introducirla en una mazmorra, sellaron puertas y ventanas, dejando tan solo un pequeño orificio para pasarle el alimento. Marchita y descompuesta, moriría cuatro años más tarde, sin volver a ver la luz del sol, prohibiéndose para siempre, por decreto real, el hablar de “la señora infame”. Cuando se enteraron de su muerte, todos los habitantes del pueblo salieron a festejar por las calles, celebrando que no esté más en este mundo. Así terminó su vida la condesa húngara Elizabeth Bathory, considerada por todos como sangrienta, siniestra y diabólica, por haber asesinado cruelmente a tantas mujeres inocentes.
Sus comienzos
Como era costumbre en esa época, la condesa húngara Elizabeth Bathory fue prometida a los once años al conde Ferenc Nadasdy, quien le doblaba en edad. Ella no aceptaba a su futuro marido y tuvo un fuerte enfrentamiento con sus padres a raíz de esta imposición. A los 13 años quedó embarazada de uno de sus sirvientes, con el que guardaba una simpatía más allá de lo común. Cuando sus padres se enteraron de la novedad, se enfurecieron y decidieron tomar drásticas medidas. El muchacho fue castrado y arrojado a los perros para que lo devoraran y no dejaran ningún rastro de él. Para tapar toda esta vergüenza familiar, Elizabeth fue enviada a otro remoto castillo familiar, en los confines del reino, para que tuviera su hijo. Nunca se supo que tuvo y como fue el parto o qué pasó con el hijo. Luego de unos años, regresó al castillo con motivo de que sus padres estaban enfermos. Al poco tiempo murieron y ella se quedó con el castillo y el título nobiliario como herencia familiar, además de muchos campos y terrenos valiosos que pertenecieron a sus padres. Con estos comienzos no muy buenos, no es extraño que la condesa acabara su vida de manera tan trágica. Aquí funcionó a pleno sin lugar a dudas la ley del Karma.