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/Ellitoral.com.ar/ Sociedad

Senna: a 30 años de una tragedia que cambió para siempre a la F1

La muerte del piloto brasileño en la curva de Tamburello marcó una bisagra en la categoría reina. A partir del fallecimiento del más carismático protagonista de la máxima, la élite de los mejores volantes del mundo fue perdiendo atractivo y se tornó fría e impersonal. Aún extrañamos al temperamental y talentoso Ayrton

José Luis Zampa

El próximo 1 de mayo se cumplirán 30 años del accidente que le costó la vida al gran campeón brasileño Ayrton Senna, cuya huella continúa siendo un legado referencial para regresar una y otra vez a la que quizás haya sido la mejor época de una Fórmula 1 que, con el correr del tiempo, se convirtió en un espectáculo tecnológico más impersonal y menos pasional.

Los números lo muestran como uno de los pilotos más eficaces de la historia, con un 40 por ciento de triunfos conquistados a lo largo de una década durante la cual corrió 162 grandes premios, con 65 pole positions y 80 podios. Impresionante. Tanto que sus tres títulos mundiales logrados en 1988, 1990 y 1991 tienen sabor a poco a juzgar por la brillante performance del paulista.

¿Por qué no ganó más campeonatos? Porque a Senna le tocó medirse con otros supercampeones acostumbrados al pináculo como es el caso de Niki Lauda (campeón 1984, en el año del debut de Ayrton), de Nigel Mansell (con el fabuloso Williams de suspensión activa) y por supuesto su archirrival, el francés Alain Prost, con quien debió competir de igual a igual con el mismo medio mecánico, ya que ambos corrían para el equipo McLaren.

Digamos que Ayrton no la tuvo fácil. Primero porque debió pagar derecho de piso hasta llegar a un equipo de alta gama, pero además porque durante dos años tuvo al “enemigo” en casa, con el agravante de que Prost, de origen francés, era el protegido del entonces todopoderoso presidente de la Federación Internacional del Automóvil (FIA), Jean Marie Balestre.

Famosas fueron las pulseadas dialécticas protagonizadas entre Senna y Balestre por aspectos relacionados con la seguridad de los pilotos, al igual que en momentos candentes de su tormentosa relación con Alain Prost, como ocurrió en aquel gran premio de Japón en el que ambos se liaron en la curva previa al triángulo de “Casio”, en Suzuka. El paulista logró seguir con ayuda de los auxiliares de pista y llegó primero, con puntaje para campeonar, pero Balestre hizo valer con rigidez los reglamentos y el brasileño perdió en los escritorios lo que había obtenido en el circuito.

Descalificado, con la superlicencia suspendida y con la sangre en el ojo, esperó un año para devolver la bofetada con un autazo contra Prost (quien para entonces había pasado a Ferrari) que dejó a ambos choferes fuera de competencia en el mismo Suzuka, pero con una diferencia a favor del brasileño que le permitió consagrarse campeón en 1990.

El tercer título para el sudamericano llegó en 1991, cuando McLaren trabajó más concentrado que nunca en las posibilidades de Senna ante un adversario que comenzaba a mostrar su potencial triunfador: Williams, que con los imbatibles motores Renualt V10 y una tecnología electrónica revolucionaria (que incluía controles de tracción) iniciaría su reinado en corto plazo. Tanto que Senna, entusiasmado con las posibilidades de un cuarto título, decidió sumarse al equipo del viejo Franck en 1994, después de ser testigo de las resonantes victorias conseguidas por esa escudería en 1992 (campeó Mansell) y 1993 (campeón Prost).

En 1994 la rivalidad con Prost dejó de existir porque el francés se retiró. Hasta el año anterior había logrado frenar la llegada de Senna al equipo inglés, pero Williams decidió liberar el acceso al brasileño en 1994. Todo parecía perfecto para un retorno a los primeros planos del paulista, pero ¡Oh sorpresa! La FIA cambió los reglamentos, prohibió las asistencias electrónicas y el imbatible Williams se transformó en un auto muy difícil de gobernar.

La temporada 94 estuvo signada por advertencias relacionadas con la seguridad. Senna achacaba esos problemas a las decisiones caprichosas de la FIA, pero estaba dispuesto a darlo todo. Y así lo hizo con un auto que hasta presentaba problemas para que el tricampeón accediera al habitáculo. Pero eso no era todo: desde hacía un par de años que la escudería Benetton contaba con los servicios de un joven alemán llamado Michael Schumacher, quien estaba llamado a ser una estrella de la categoría.

Al comenzar las primeras pruebas se demostró que el Benetton con motor Ford tenía menos potencia pero más agilidad que el Williams Renault (es más, se sospechaba que Flavio Briatore, jefe de Benetton, se las había ingeniado para mantener el control de tracción en forma oculta), con lo cual Senna se vio obligado a asumir riesgos en demasía. Casi siempre iba más rápido que las posibilidades del auto y en eso estaba cuando perdió el control del monoposto en la curva Tamburello del gran premio de Imola.

Una barra de dirección que se desoldó, la escasa adherencia al pavimento por el enfriamiento de la carrera luego de varias vueltas limitadas por pace car y el afán de mantener la punta a como diera lugar se conjugaron para la tragedia más dolorosa del automovilismo: el piloto más carismático de todos perdió la vida cuando una barra de suspensión atravesó su casco a la altura de su ceja derecha, como consecuencia del impacto a 218 kilómetros por hora.

Cuando su amigo Sid Watkins (médico jefe de la F1) llegó al lugar, se dio cuenta de que no había nada que hacer. El corazón de Senna aún latía pero las lesiones gravísimas en su cabeza indicaban un cuadro irreversible. “Sentí que su alma dejaba el cuerpo en un suspiro”, declararía el doctor.

Ayrton Senna dejó este mundo el 1 de mayo de 1994 en el hospital Maggiore de Bologna. La Fórmula 1 comenzaba a partir de ese momento una transición hacia los nuevos tiempos, con protagonistas importantes pero no leyendas como las que rivalizaban hasta principios de los 90. Con excepción del propio Schumacher, que superaría todas las marcas hasta lograr la friolera de siete títulos, un récord que, sin embargo, nunca lo hizo merecedor del cariño multitudinario que cosechó Senna gracias a demostraciones de humanidad hoy extinguidas.

Una de ellas: cuando fue rescatado del Williams destrozado en Tamburello, entre sus ropas fue encontrada una bandera de Austria, pabellón con el que Senna pensaba, al finalizar la prueba y desde el podio, rendir homenaje a Roland Ratzenberger, el otro piloto que perdió la vida en la peligrosa pista de Imola aquel fatídico fin de semana. 

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Salvando la vida de Comas

En la última edición del programa “Combustión Interna”, conducido por el autor de esta columna en El Litoral Radio, el invitado especial fue el ex piloto de automovilismo Juan Gebhard, quien analizó la trayectoria de Senna y recordó las veces en que el brasileño demostró un alto grado de compromiso para con sus colegas en pista. Aunque Gebhard nunca fue fanático de Senna, lo reconoció como un grande entre los grandes y recordó la valentía demostrada por el entonces piloto de McLaren en 1992, cuando paró en medio de la pista para auxiliar al francés Eric Comas, quien se había estrellado contra las defensas y se hallaba inconsciente dentro de su Ligier. Gracias a que Senna sostuvo la cabeza de Comas y evitó que le retiraran el casco los comisarios deportivos, el piloto francés pudo ser asistido correctamente y salvó su vida. Sid Watkins, médico oficial de la F1, destacó que los procedimientos de Senna fueron clave para salvar la vida de Comas y recordó que (tiempo atrás) el brasileño le había solicitado capacitación para dar primeros auxilios.

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