Fernanda Toccalino y Carlos Lezcano
Para contar historias, uno primero tiene que descubrirlas y luego ahondar en el camino que ayude a conocerla. La exposición colectiva “Ñe’ẽ Raity” que pudimos ver en el CCU de la UNNE y que hoy disfrutamos en el Museo Casa Martínez, está llena de historias: explora y expresa desde diversos lenguajes artísticos, aspectos vinculados a la cultura guaraní.
Agustina Soria, curadora de la exposición, presenta además una pieza audiovisual de su autoría, un documental etnográfico que permite conocer a una comunidad mbyá de forma íntima, empática. En la exposición resuenan las voces de la selva, Agustina nos comparte su experiencia, sus emociones, habilita preguntas, nos hace pensar. Conversamos con ella en el programa “Todos los vientos” de radio UNNE.
Agustina Soria es Licenciada en Artes Combinadas–UNNE, realizadora audiovisual y docente del Taller de Microcine que se realiza en la localidad de Caá Catí.
¿Cómo surge Ñe’ẽ Raity?
El proyecto de curaduría surgió a partir de una búsqueda personal de querer reunir a distintos artistas correntinos que trabajen con temáticas del universo guaraní, para armar una constelación de sentido que dialogue con un proceso creativo personal, relacionado a un documental que filmé en una comunidad mbyá de Misiones. Me sucedió que más allá de mandarlo a festivales de cine, me interesaba que pueda ser parte de un espacio donde haya más obras que hagan eco sobre esos temas. Entonces me puse a buscar a artistas de la zona. Algunos ya los conocía, artistas que yo admiraba por su búsqueda y su compromiso con el tema, y otros fui conociendo en el proceso de búsqueda. Así armamos un grupo de ocho artistas. Además de mi trabajo están los de Güaguita, de José Solari, de Caraya, de Lupicia Escobar, de Richar de Itatí, de Luisina Montesino y de Milagros Sena. Todos trabajan con distintos lenguajes. Yo aporté desde lo audiovisual, y los demás desde la cerámica, el arte textil, la pintura, el dibujo, así que hay un poco de todo, que también era la idea.
El título de la exposición y el de tu obra, ambos son en guaraní. ¿Lo hablás?
Sé muy poquito. En el momento en el que filmé el documental conviví bastantes semanas e hice tres o cuatro viajes a una comunidad llamada Tekoa Arandú que significa “Comunidad de la sabiduría”, que está en Pozo Azul, Misiones, y ahí entré en contacto con la lengua. Todo el tiempo procuré aprender algunas cosas, pero me cuesta articular frases enteras, es bastante complejo. La muestra se llama Ñe’ẽ Raity, que significa “nido de las palabras-alma”. Es una traducción que parece poética, y hace referencia a la garganta. Me pareció una metáfora interesante para la muestra como un espacio donde anidan esas palabras-alma, esos símbolos que nos permiten nombrar, darle forma a algo y también resignificarlo, en esta pregunta de qué nos une a esa cultura. Y mi producción se llama Kuñangue Tekoa Py, que significa “Mujeres en la comunidad”. Es una pieza documental que va viajando por el relato de cuatro mujeres de distintas generaciones, que cuentan distintos aspectos sobre la vida en la tekoa, que es el espacio físico y espiritual que habitan. Se podría decir que es la comunidad en sí misma. Las mujeres del relato ocupan distintos roles en la comunidad y hablan desde ahí: Cristina es una ex cacique, tiene un rol político, aparece una abuela, Ana, quienes suelen ser guías espirituales en las comunidades, también Silveria que es una kuña karaí (“mujer sabia”) que, a través de las visiones que tiene en los sueños, puede ver cosas que van a servir a las decisiones se toman en la comunidad. Desde ahí se buscó el relato que podía aportar a esta intención de comprender cómo viven hoy, de una manera bastante fragmentada pero que a su vez tiene una continuidad. Lo que más me llamó la atención, es cómo esta comunidad resiste a muchos de los cambios que traen los procesos coloniales-capitalistas y aún sostienen prácticas y formas propias de ver el mundo.
El documental comienza con una fogata. ¿Qué significa para ellos el fuego?
Ellos relatan ahí en esa escena, que el fuego es una forma de conexión con Ñanderú, que es como nombran a su Dios. Les habilita a conectar con la alegría, con la energía vital, pero también con estados meditativos. También es una práctica que los conecta con sus ancestros, y por lo tanto muchos buscan sostenerla. Siguen haciendo su fuego para cosas que a nosotros nos parecen más bien prácticas como calentar el agua del mate, y creo que eso también los mantiene conectados con otra temporalidad de lo cotidiano.
Y además es un momento de reunión y estar alrededor del fuego para poder conversar o compartir un silencio, contemplándolo.
Si, tal cual. En ese sentido me lleva un poco a pensar en algo muy lindo que sucedió que fue poder reunir a mujeres que si bien se conocían entre sí, pudieron profundizar en el vínculo con los saberes ancestrales a través del intercambio que se dio durante el proceso de producción. Ese encuentro está simbolizado en esa primera escena donde estamos todos alrededor del fuego, y fue algo muy valioso que excede los límites de lo que está registrado en la pieza audiovisual. El cine trae la posibilidad de armar una red de vínculos humanos que es súper enriquecedor.
¿Cómo es el vínculo de ellos con la naturaleza? ¿Es sentirse parte?
Si, de hecho no tienen una palabra para nombrar la naturaleza como tenemos nosotres, porque no establecen esa separación. Esa particularidad habla de cómo se sienten parte de eso.
¿Cómo fue el proceso de acercamiento? Cómo te sentiste vos y cómo te recibieron ellos. Contanos el proceso. ¿Fue un equipo de rodaje?
Este documental fue parte de mi tesina de grado para la licenciatura en artes combinadas, entonces estuvo al principio sustentada en una metodología etnográfica que implicó un trabajo de campo, fundamentalmente para conocer a la gente de la comunidad antes de filmar, poder comprender sus prácticas desde adentro, convivir. Desde un principio fue muy fácil el ingreso. Fui acompañada de un amigo que trabajaba en agroecología y tenía algunos proyectos agroecológicos con ellos, entonces eso me hizo una especie de puente, para poder entrar. Suceden esas cosas a las que no estamos tan acostumbrados nosotros, quizás, que es que cuando va alguien de afuera con alguna propuesta, algún proyecto, y más si son yuruá, como les dicen ellos a los blancos, suelen armar una asamblea para poner en discusión si es bueno o no para la comunidad que eso suceda. Y lo que me pasó es que cuando fui por primera vez, me mandaron a hablar con el líder espiritual de la comunidad, el abuelo Chamorro, y él contó que había soñado que iba a pasar eso y que era bueno para la comunidad entonces no tuvieron que hacer una asamblea ni nada y a mí me sorprendió un montón la naturalidad con la que me dejaron estar después de eso. Nunca me sentí como una extraña del todo, y tampoco sentí realmente un choque cultural tan grande como el que me esperaba antes de ir. La verdad es que fue todo un proceso muy amable y la integración se hizo muy rápido. El proceso duró bastante, de filmación fueron dos años, más o menos. Y la pandemia tocó en el medio. Lo más complejo, fue por ahí llegar a la temática. Llegar a armar un grupo de personas que estén realmente interesadas en esto y ver quién quería participar de manera genuina, y lo que sucedió curiosamente, es que fueron las mujeres las que se mostraron más interesadas y ahí surgió esta idea de trabajar con ellas, y por eso también el título y darles más visibilidad. El trabajo fue bastante artesanal diría, porque no armé un equipo de producción, ya que el presupuesto fue bastante acotado también.
¿De donde salieron los fondos? ¿Tuviste algún acompañamiento?
En ese momento estaba haciendo un trabajo de investigación para la universidad que estaba becado, entonces usé parte de eso para poder ir. Y después, hacia el final obtuvimos un fondo del FNA para poder terminar la última etapa de post producción. Pero durante el proceso en sí fue bastante acotado, entonces iba mucho con estos amigos que trabajaban en agroecología, y después el resto era estar yo con la cámara y quien me pueda dar una mano con la grabación de sonido, hacerlo con los recursos que teníamos a mano. Un poco siguiendo la línea de otros realizadores argentinos como Jorge Preloran que tiene toda una tradición como documentalista trabajando de esa manera, como fuera de la industria y de esto que nos hacen creer que se necesitan un montón de recursos para filmar. A veces podemos hacer cosas más pequeñas y muy lindas con lo que hay a mano.
Claro, ir sin demasiada estructura, para poder percibir y ser uno más de ellos. Darles voz. ¿Tenes algún proyecto a futuro?
Estoy revisando material que filmé para otro documental sobre contact improvisación, también ahí en la selva misionera. Es un estilo de danza post moderna pero que sigue mucho el movimiento natural y fluido del cuerpo (y la mente). Si bien es un tema bastante distinto, creo que vuelve a aparecer esta búsqueda de cómo es la corporalidad y la subjetividad humana en contacto con “la naturaleza”. Estoy revisando el material y viendo en qué momento se puede hacer todo el proceso de post producción.
Antes no había tantos realizadores audiovisuales en la región. ¿Crees que influyeron los festivales en la escena?
Proliferó mucho la escena audiovisual en la región, no sé si antes se veía tanta producción como ahora. Hay varios festivales y nuevos espacios de formación como la FADyCC de la UNNE aportan mucho, que esos espacios se puedan articular entre si y generar redes creo que es lo que hace que la producción local vaya creciendo, se fomente la curiosidad y nuevas formas de búsquedas atravesadas por el cruce de lenguajes.
La escena crece no solo crece desde la capital correntina, contanos la experiencia en Caa Catí.
Estuve dictando un taller de Microcine en Caá Catí, un pueblo que es conocido por su tradición literaria. El objetivo del taller fue que los participantes se acerquen al lenguaje audiovisual desde un lugar lúdico y personal, y pudieran crear piezas breves. Presenté el proyecto de formación dentro de un polo cultural que abrió recientemente que se llama Km0: Polo Cultural de los Esteros. Es un espacio que cuenta con una reserva natural y un laboratorio audiovisual que busca fomentar la actividad artística y cultural desde un enfoque medioambiental. Vamos a presentar los cortos dentro del marco de la Feria del Libro de Caá Catí el 3 de agosto.
La exposición Ñe’e Raity está en el Museo Casa Martínez y puede visitarse hasta fin de julio.
Las palabras del texto de sala de Agustina Soria que dice: “Esta muestra recrea ese espacio donde las piezas artísticas se vuelven nidos simbólicos que invitan a explorar y recrear la vasta e inabarcable cultura guaraní. Cada mirada se transforma en el germen imaginativo de mundos ancestrales y mundos posibles abriendo horizontes de donde pensar futuros e identidades ancladas en la diversidad y la riqueza de lo latinoamericano.”
Agustina Soria.jpe