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Espectros en Derqui

Sabado, 26 de julio de 2025 a las 22:02

La historia de Corrientes es muy rica y poco conocida, se pasan por alto muchos aspectos de la misma, pero los muertos cuyos espíritus vagan sin tiempo por el espacio astral, nos recuerdan insistentemente sobre ciertos transcendentes episodios que los letrados historiadores olvidaron.

Resulta ser que don Manuel Ignacio Lagraña con muchos vecinos, se evadió del cerco paraguayo con su familia, dejó sus bienes, tenía pocas horas para hacerlo, otros los más se quedaron esperando al día siguiente que llegaran los invasores.  Todo el mundo sabía de la invasión, no querían creer, pero luego del bombardeo, robo de los buques y la matanza en el puerto de Corrientes les estalló la realidad en la cara. Los que permanecieron en la ciudad
convivieron con los conquistadores pacíficamente. Hubo bailes, fiestas, oficiales viviendo en las casas patricias sin pagar alquiler alguno, usando y abusando de sus derechos como todo conquistador, entiéndase todos los derechos para bien o para mal de los habitantes correntinos.

Don Manuel se dirigió a Empedrado con su procesión, localidad que fue Capital de la provincia del 13 al 18 de abril de 1865 como afirma mi amigo Juan Carlos Vallejos.

Desde allí lanzó la convocatoria a las armas para repeler la afrenta, gracias a sus órdenes se detuvo al vapor Esmeralda en punta Rubio al sur de Bella Vista. Lagraña –dicen los antiguos empedradeños– inmovilizó su marcha en Ocanto Cué, ante el peligro del acecho de las tropas paraguayas se movilizó con toda la columna hasta San Roque, entretanto Alsina, Calvo y otros hicieron guerras de guerrillas a los empoderados guaraníes paraguayos, se refugiaron al sur del Arroyo Gonzáles en la Loma del Tabaco, tomando el lugar como base de la defensa.

Siguiendo a Juan Carlos Vallejos, don Fermín Alsina comunica a don Manuel que llegaría una comisión de paraguayistas a ofrecer un trato de paz por parte de los invasores, estaba compuesta por Ulpiano Lotero, Cayetano Virasoro, Antonio Días de Vivar, José L. Garrido, José Luis Fernández, Roberto Billinghurts, Domingo Igarzábal, Angel y Tomás Vedoya. 

Todos ellos con sus familias en la ciudad cárcel de Vera. La propuesta fue rechazada; según usos de la guerra los embajadores son libres de volver, entre otros que se vinculaban a los ocupantes se hallaba Baldomero Ferreira. 

Entre las cartas remitidas por los paraguayos se encontraban dos notas para el General Cáceres, una para don Lorenzo Escobar, Antonio Pujol y doña Concepción Fernández de Reguera.

Debemos –y lo hacemos– recordar que todos los citados son almas que suelen presentarse en el tiempo que vivimos, en lugares de los más insólitos. Especialmente don Nicanor Cáceres que tiene luces y sombras muy pro-nunciadas.

Todo iba bien para la paraguayada, hasta que los ejércitos de Barrios y Duarte que marchaban por la vera del río Uruguay fueron derrotados totalmente, frente a Uruguayana en Paso de los Libres. El General Wenceslao Ro-bles que avanzó hacia el sur hasta Goya, pega la vuelta a sabiendas que la mano viene mal.

La retirada además de triste para los donosos invasores significó un dolor de cabeza, las guerrillas correntinas que seguían esperando la ayuda de Buenos Aires, se batían con coraje, cazando a los retrasados, hay de ellos, muchos de los conquistadores quedaban en el camino para siempre.

Una cruz los recuerda, se la conoce como la Cuz de los paraguayos, ella se encuentra sobreviviendo a los tiempos gracias a los espíritus que la defienden en una finca, ubicada en Derqui (Departamento de Empedrado), una simple cruz de madera sobre un soporte de hierro, con una plaqueta de aluminio que dice: “Aquí descansan los restos de las huestes del General Insfrán-1° Campamento Paraguayo en tierras correntinas en 1865”. Es una fosa común de muertos a manos de los correntinos o de alguna enfermedad.

Muchas veces el propietario del campo intentó sacar del lugar ese cruel recuerdo de épocas pasadas, cuando aparecían con sus palas, picos y otras herramientas de pronto de erigían sombras oscuras que rápidamente adquirían forma, uniformes pobres, descalzos, cráneos con cuencas de los ojos vacías llenas de luz negra como el carbón, centelleaban, hacían movimientos como la de una formación, las hilachas colgaban de los espectros, el julepe de los profanadores y el dueño fue tal que desistieron de su intento. 

Hasta hoy los pescadores cuando se dirigen a las hermosas costas de Derqui, evitan pasar cerca de la cruz de los paraguayos, observan a gente conversando debajo de los árboles con uniformes destruidos, sólo se ven esqueletos que se mueven; en otras ocasiones el aire se enrarece con voces en guaraní, que gimen y lamentan por la lejanía de su tierra

No son espíritus pacíficos, todo lo contrario, son gente brava, no son de fiar.  

El dueño del campo para evitar encuentros desagradables desvió el sendero bastante lejano a la cruz de los paraguayos, pero la curiosidad y el morbo son superiores, la gente busca ver para creer.  

Pobladores piadosos de los lugares entendidos en estos trebejos y menjunjes, encienden velas en hornillas de latas, rezan por la paz de las almas en pena, algunos más.

Osados plantaron florecillas en señal de rendibú, si se los respeta los difuntos no molestan, se encabrestan sólo cuando no los quieren cheraú.

Los pescadores son los mejores testigos de este fenómeno paranormal, que ya lleva más de una siglo en el lugar en que sus almas pasaron al otro barrio.

Por Enrique Eduardo Galiana
Moglia Ediciones
Del libro “Aparecidos, tesoros y leyendas”
“Homenaje a la memoria urbana”
Octava parte

 

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