Por Rodrigo Galarza
Nació en Buenos Aires en 1949 y falleció en la misma ciudad en julio del 2025. Integró en Buenos Aires, en los 70, el grupo y taller literario Mario Jorge De Lellis y fue parte del Comité de Dirección de Diario de Poesía en los 80. Trabajó en agencias noticiosas y en distintos medios gráficos. Fue subdirector de la revista cultural Ñ, de Clarín, diario en el que fue además editor en las páginas de Cultura, Arte, Sociedad y Ciencia. Tradujo a Cesare Pavese, Pier Paolo Pasolini, Guido Cavalcanti, Dante Alighieri, John Keats, Ezra Pound, Marianne Moore y Frederick Seidel, entre otros autores. En 2009 editó en esta misma editorial Argentarium, una selección de los poemas cortos de Ezra Loomis Pound, traducidos por poetas argentinos. Ha publicado, desde 1974, los libros de poesía Vuelo bajo, Poeta antiguo, La caída de los cuerpos, Paisaje con autor, Hombres en un restaurante, Almas en movimiento, La línea del coyote, Las Vegas, La nada, La luz checoslovaca, Hostias, Máquina de faro y Cierta dureza en la sintaxis. En el año 2015 obtuvo el Primer Premio Nacional de Poesía por: Libro del engaño y del desengaño,
Muestrario mínimo
Dios es una política.
Los pájaros hacen ruido cerca de la ventana,
vuelan sobre el cemento que clarea.
No das una imagen a esos sonidos, pero sabés, allá fuera,
en alguna parte los techos se confunden,
no se sabe dónde empieza o termina la propiedad,
y los pájaros cotorrean, chistan, arrullan,
caminan sobre vigas y cornisas,
vuelan sobre el cemento que clarea.
La cara, pálida de sueño, débil de deseo,
que asomara ahora a una terraza fresca
sería la cara de un dios.
___
Per me si va tra la perduta gente
A la salida de un pueblo,
el camino cegado por el humo.
Soy de la ciudad y no tengo herramientas.
Pero cruzo el espejismo
sin que me toque una gota de infierno.
Y en el espejo retrovisor
el camino está despejado.
Y frente al auto
veo el camino indiferente.
Y veo también tu mano
mientras sostiene tu cara
que mira el campo a la derecha.
___
La cabina del operador de grúas
Puede llevarte la ansiedad a una zona irisada.
Gotas digamos en la ventana
O el viento aún, sonando en una lata.
El tigre de aire puede posarse
Sobre la estación de servicio
Como una propaganda.
Gráfica, simple, imponente a su modo
La ansiedad así no gana nada.
Retroalimentada camina
En la bobina de un motor sin transmisión
Delante o detrás como la sombra
Indicando que hagas lo que hagas
Siempre estás perdido de algo.
Ramillete del sur o escarcha
Sobre las chapas de un galpón.
___
Paisaje nocturno
No es momento de ajustarte a la belleza del cielo nocturno:
ni la luna en la punta de los pinos del parque
ni el silencio repentino de esa alcantarilla
que hasta recién sonaba
encierran nada que no sea esto:
el paisaje lejano que jamás te contiene.
Pero no fue que el destino prometiera y ahora…
Supiste que el bisturí disecaría todo.
Si estás en un bar y te abrigan
los restaurantes, te contentás.
El cielo no había dicho nada.
El cielo solo prometía algún lugar de confort.
Muy bien: este es.
Dios se quedó con los designios y el resto es macilento.
Los pinos y las alcantarillas cantan algo que no sabés.
Ni siquiera la sensación de haber sido expulsado.
No hay edén ni exactamente tormento.
Es bastante tomar el vermut sin miedo a que te ahorquen
en una ciudad donde podés morir de mil maneras violentas.
¿Ves allá? Un hilo de sangre. El agua que drena
de ese otro bar, enfrente, puede ser el reguero de un crimen.
¿Ves allá? El viento agita un farol.
Hay tres tipos sentados en el cordón.
Conociste a uno que ahora recordás
como el que hablaba sin dar importancia a las cosas
y las dañó muy poco.
___
El consuelo de una religión probabilística
Dios no puede decidir dónde se va a detener la bola
pero tiene la potestad de hacerla rodar:
de este modo, nadie tiene ángel,
pero se puede acechar el juego.
Como ahora, sentado en el living de un consultorio.
La secuencia no interesa,
no es seguro que haya venido esperando alivio,
podría decir que caí en este lugar.
Veo rodar gotas de agua
sobre las hojas de un helecho
en un patio interior
y es esto una felicidad casual que deviene
de cambiar a Dios por el cálculo de probabilidades.
___
El río
El amigo dice todo está como era entonces
y solo él sabe cómo está, cómo era y cuál es el
entonces. El muelle industrial está callado y lo
golpean ligeramente las olas del río.
La arena está como el año en que Gauguin soñó
los amarillos. Las grúas no son las mismas,
tienen más revoluciones, son electrónicas,
robóticas. El amigo sigue hecho de sal y
de carne. Camina por el borde del agua y su
zapato pisa un charco de agua aceitosa. Barro
industrial, le digo. Se da vuelta. No sé si sonríe.
Ya está oscuro. Un animal alza el vuelo tras las grúas
y le hace fondo.
6
Le mostré el río.
Tú no tienes corazón, no tienes corazón,
me decía en su lengua doméstica española,
que no es la nuestra. Por eso le agradezco
por eso le agradezco a Teresa, porque me señaló
un hecho decisivo: sin corazón no se puede mirar el río,
se pueden mirar las batallas del río,
que casi siempre gana, como con aquel puente en Santa Fe.
Teresa de Ávila miró la masa móvil de agua.
¿Te puedes imaginar dos grandes ríos que corren
paralelos ladeando provincias para formar esta bestia
que parece apacible?
Sólo se encrespa a veces y no es demasiado
grave. Me recuerda a mi gata, me dijo Teresa de Ávila,
y me narró la historia de aquel fraile
que podía ver a Dios sin mirar el universo.
Y que bajó por la ventana sin embargo de una celda
estrecha porque una cosa es la celda
y otra la prisión, y estaba preso,
mi pequeño fraile poético, y lleno de una única visión.
Pero aquí podéis mirar sin peligro el río felino
y cambiar el nombre a las cosas, dijo,
y ver que el nombre no hace falta, ni Pocitos ni La Boca
excepto como memoria de lo creado.
Delectatio terrestris es también extrahumana
y se trata de ver el en el nombre el Nombre que nomina
lo nominable y da memoria.
No es distracción saber a qué hora parte el buquebús
y qué color tienen a estas horas las piedras de Colonia.
Baja hasta el Tajo como lo hizo el fraile desde su ventana
y huye de la prisión de los días más amarillos,
en la costa te darán su libertad la arenera, el velero,
esa mancha violeta, la desvencijada silla del pescador,
dispuesto todo como al azar por la bestia calma.