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“Tiendo a pensar que no pasa nada después de la muerte, por eso hay que vivir ahora”

En una charla profunda durante la Feria del Libro de Corrientes, Luis Novaresio reflexionó sobre la muerte, el deseo y el sentido de estar vivos. También habló sobre el oficio de entrevistar: “La entrevista es un género donde el contenido es el rey y el protagonista es el otro, no el que pregunta”.

Por El Litoral

Sabado, 26 de julio de 2025 a las 14:14

Por: Eduardo Ledesma

Versión gráfica: Belén Da Costa

Con el abogado, periodista y escritor Luis Novaresio grabamos este episodio de Eduardo Ledesma Pregunta en la XV Feria del Libro de Corrientes. Hablamos de su novela “Todo por amor, pero no todo”, de la construcción del deseo, de los límites del amor, de su infancia, su figura pública y su paso a la ficción.

Una charla profunda, honesta y sin concesiones sobre identidad, política, periodismo y el arte de narrar lo íntimo. “Morimos, ¿y qué?”, le preguntamos al final. Y sí, respondió.

Si tuvieras que definirte, ¿quién es Luis Novaresio?

Segunda maldad que me hacés. Esa es la pregunta más difícil, la que yo suelo hacer todas las noches. No tengo la menor idea de quién soy.

Desconfío profundamente de quienes se definen con seguridad. Eso de “yo soy esto”, ¡a la pelota!

Hace poco entrevistaba a Darío Sztajnszrajber, que me citó a Nietzsche: “soy un campo de batalla”. Me encanta. Yo siempre digo que soy un manojo de contradicciones.

Soy el que aparece en la tele, pero también el que está en casa. Soy el hijo de Luciano y María Olimpia, inmigrantes italianos. Soy el esposo de Braulio, el padrastro de Vera. Soy el que escribe, el periodista.

Y creo que todos tenemos muchos adentros. Lo único que logré en los últimos años es amigarme con mis contradicciones.

Oscar Wilde, cuando le preguntaron quién era, respondió: “aproximadamente”. Yo también: soy aproximadamente rosarino, aproximadamente periodista, aproximadamente filósofo amateur. Y sobre todo, soy un manojo de preguntas.

Y en ese manojo de preguntas… ¿quién es el que escribe esta novela? ¿Es el mismo que escribe periodismo? ¿Podemos hablar de una separación de voces o egos?

Qué linda pregunta. Nunca me la habían hecho así. El que escribe es alguien que siempre quiso escribir ficción. En serio. Desde chico escribía cuentos y poesía. En una mudanza encontré textos míos… pensaba que era Cortázar. Spoiler: no. Eran un bodrio. Pero estaban ahí. Y sí, los que escribimos ficción siempre decimos que escribimos de uno, pero no sobre uno. Es raro.

Yo sabía que quería escribir una novela de amor, que homenajeara la amistad —una de las formas más bellas del amor— y que tuviera filosofía.

Hace años tenía la idea. Apareció una circunstancia: vivía en Rosario y viajaba todos los jueves a Buenos Aires para un curso de filosofía con José Pablo Feinmann. Hacía radio hasta las 14, me subía al micro, llegaba a las 18:30, empezaba el curso a las 19:30, terminaba a las 22 y me volvía en el último coche cama.

Ahí supe: acá está la novela. Ese grupo de cuarentones que se encuentra en un curso de filosofía, se hacen amigos y se confiesan historias de amor y desamor. Pero no edulcoradas, no “encontré mi media naranja”. No. Amores difíciles. Tormentosos.

¿Y por qué una novela? Vos venías del periodismo, ¿qué te dio escribir ficción?

Me dio libertad. Varias editoriales, incluida Penguin Random House, me ofrecieron escribir sobre Milei, Cristina, Macri… Y yo decía: basta. Me encanta mi trabajo, pero quería escribir ficción. Mi editora, Fernanda Mayneri —rosarina también—, me preguntó: ¿por qué una novela? Yo le dije: ¿por qué no?

Y apareció. Fue un descubrimiento. Yo no sabía nada del mundo editorial. Me pidieron que eligiera a quién mandar ejemplares. Uno fue para María O'Donnell. Me llama y me dice: “Atrevido”. Yo pensé: le pareció una porquería. Pero no, me dijo: “qué felicidad que te animaste”. Escribir esto fue felizmente doloroso. O dolorosamente feliz. 

¿La novela tiene algo de vos o es ficción pura?

Es ficción. Aunque, claro, los que lo lean van a notar que arranca fuerte. Muy fuerte.

Presentarla en Capital o Rosario es una cosa. Pero cuando salís al interior, como ahora, pasan cosas hermosas.

Y sé que el público correntino se va a escandalizar. ¡Y me encanta que se escandalicen! El escándalo es un gran momento para pensar.

Siempre cuento esto: la primera nota que hice sobre el libro fue con Mirta. Sabés que Mirta es brava. Me mira y me dice: “Mucho sexo, ¿no?”. Me liquidó. ¿Cómo defendés la novela después de eso? Pero sí, arranca fuerte.

Luis, ¿qué lugar creés que ocupa hoy el periodismo profesional frente al fenómeno de que cualquiera con un celular puede comunicar, hacer crónicas o incluso instalar una agenda? Parece que hay una idea generalizada de que ya no se necesita al periodista tradicional.

Como fenómeno global es real que hoy cualquiera con un celular puede contar una historia. Damián Pachter, por ejemplo —que ahora vive en Israel—, fue el primero en contar que Nisman había muerto. Más rápido que CNN, que Infobae, que La Nación. Pero eso no quiere decir que un celular sea Jorge Fernández Díaz.

Lo cito porque acaba de recibir el Premio Cavia, uno de los más importantes para articulistas de habla hispana. Sí, claro que hay crónicas hechas con inteligencia artificial —yo mismo trabajo en Infobae y lo veo—, pero yo quiero leer a Morales Solá, a Fioriti, a Jorge Fernández Díaz. Porque ahí hay otra cosa, otro valor.

Creo que hay una reubicación del periodismo, pero tampoco tengo claro hacia dónde vamos. Si me preguntabas hace años si todo esto iba a pasar con un celular, no te lo hubiese creído. El movimiento se demuestra andando.

Vos hablás siempre del valor de la entrevista. Y citaste una frase de Santiago Kovadloff que dijo en tu programa: “Escuchar es un verbo intransitado”. ¿Por qué seguimos entrevistando?

En lo personal, porque soy  un manojo de preguntas. Tengo muchas dudas, todo me genera curiosidad. Para mí todas las personas son entrevistables si uno tiene dos actitudes: curiosidad y silencio. La entrevista es un género. No es un panel de gritos. No es una crónica. No es una columna de opinión. En la entrevista, el contenido es el rey. Y el protagonista es el entrevistado, no el entrevistador.

Estamos muy teñidos de narcisismo. Y la verdad es que… ¿qué importa lo que piensa el que pregunta? Lo importante es qué piensa el que responde. Yo confío mucho en el silencio. Las mejores respuestas que obtuve en mi programa nacieron del silencio. Yo hago psicoanálisis hace años, y en el análisis hay un momento clave que se llama transferencia. En la entrevista también pasa eso. Hay entrevistados con los que se da, y otros con los que no. Pero si vos sabés escuchar, es muy probable que ocurra.

Por ejemplo, con Santiago Kovadloff hablé 55 minutos, y de esos, yo hablé 4. Hay que saber callarse. A veces veo entrevistas y digo: callate, te está por decir algo importante.

Antes de despedirte, te tengo que hacer una última pregunta: ¿nos morimos… y qué?

Es casi la excusa de por qué hago mi programa. Me han pasado cosas hermosas, incluso con políticos, que son los que menos me entusiasman. Y sin embargo, cuando les hago esa pregunta, los descoloco. “¿Cómo que nos morimos?”, me dicen. Y yo les digo: “Sí, somos dos acá. ¿O sabés algo que yo no?”. Silencio. Silencio malvado, le digo yo.

Creo, y digo creo porque estoy dispuesto a cambiar de opinión, que no pasa nada. Que esto es todo.  Adoraría que pasara algo. Que pudiera encontrarme con mi papá, que murió siendo muy joven y yo también. Tengo tantas cosas para contarle. Me encantaría reencontrarme con mi mamá, con Néstor, un gran amigo que murió en un accidente hace dos años.

Carrió me dijo una vez: “Nos vamos a encontrar en los bares del cielo”. Me encantó esa imagen: un bar donde no pagás y podés tomar un vino. Pero tiendo a pensar que no pasa nada. Feinmann decía: Estamos arrojados a la vida sin pedir permiso. Y un día, nos vamos a morir. No pasa nada. Eso no es pesimista. Es profundamente optimista. Porque si esto es todo, entonces hay que vivir ahora. No en la vida eterna, no en la reencarnación.¿Querés escribir? Escribí. ¿Querés hacer crochet? Hacelo. ¿Querés decirle a un amigo que lo querés? Decíselo. Es ahora, mis estimados amigos.

 

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