Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral
El país hace un tiempo camina por un tembladeral. Ideas que se lanzan. Ideas que por presión natural vuelven a su punto original, demandando un especialista que pueda desenrollarlo para entender cómo comenzó perdiendo de por sí credibilidad con la esperanza arrugada de tanta paliza con saña.
El hombre. El ciudadano. El hombre común siempre se valió del periodismo, de la poesía, del canto para decantar con calma tanta aflicción. Las famosas murgas uruguayas toman como leitmotiv un tema musical cualquiera al que agregan una poesía alternativa que generalmente es una protesta, un cuestionamiento que pretende con el son, hacer público su descontento.
En el tango, himno sagrado de los barrios en épocas de esplendor, se permitió alzar la voz y supo decirlo con maestría sin igual anclando en el inconsciente popular verdaderos éxitos de milongas y razonamientos.
Wall Street tiñó de pálida la economía mundial allá por el año 30, y el tango la recogió por la urgente necesidad de expresarse. Fue en principio el gran poeta Enrique Cadícamo junto a la musicalización de José María Aguilar Porrás, quienes lanzaron este retrato desesperado, “Al mundo le falta un tornillo”, que elocuentemente enfatiza la mishiadura que les tocó vivir: “El ladrón es hoy decente/ a la fuerza se ha hecho gente,/ ya no encuentra a quién robar./ Y el honrao se ha vuelto chorro/ porque en su fiebre de ahorro/ él se “afana” por guardar…/ Al mundo le falta un tornillo,/ que venga un mecánico/ pa´ ver si lo puede arreglar”. Fue Gardel quien lo grabó para el sello Odeón por primera vez, y luego en el año 1957 para la RCA Víctor, Julio Sosa con la orquesta de Armando Pontier.
Las marchas y contramarchas hablan de una improvisación que trasciende, repercute, lastima, hace daño. Y ya no estamos hablando de colores partidarios, sino de poder ver un país que viene amagando hace mucho tiempo. El deporte como el fútbol, al igual que el tango, expresó su mensaje claro y contundente. Cuando las improvisaciones proliferan como una costumbre acendrada y sus orígenes tienen tufillo síndico-político, vía liberada para cualquier cosa y mucho más con el más popular de los deportes populares: el fútbol es, como reza el tango “Tu pálido final”, un fin previsible. Pero sucede que el fútbol en este caso se ha apegado al Mundial como metáfora de algo mucho más profundo por quien vibrar y sufrir: el propio país perdido en la gambeta olvidada, lejos del arco, solitario y sin grito por quien vivar.
Esas desgracias naturales donde la contradicción y la viveza se cruzan para mal, marcan tiempos en un país tan proclive como el nuestro donde el orden y la disciplina han quedado perdidos por el camino donde la ética debe primar, el trabajo consolidar, las promesas cumplirse, y no la angustia que a pesar de la perseverancia marca una ruta hacia la nada. Esos disloques se prenden demoliendo todo deseo superador, y la jerga popular muchas veces como atenuadora transforma en cánticos, en verdades ironizadas para que duelan mucho más si realmente importan a esta altura del campeonato.
Enrique Santos Discépolo, “el filósofo del pueblo”, justamente como su pueblo lo bautizó, marcó una brecha inigualada por su certeza, por la profundidad íntima de su tango “Cambalache”, a quien le corresponde la letra y la música para apreciarlo doblemente en su capacidad autoral. Este tango es posterior a la crítica emprendida por Enrique Cadícamo en 1932 por la crisis del 30. Discépolo lo estrena delegándole el honor a una gran actriz para que lo cante, la popular Sofía “La Negra” Bozán en 1934, quien lo interpreta en el Teatro Maipo. Ha sido un tango creado muy especialmente para la película “El alma del bandoneón”, que se encuadra en lo que se llamó la Década Infame. Su letra no pierde vigencia y siempre está dibujando con precisión al habitante de esta tierra que todo se lo sabe: “Hoy resulta que es lo mismo/ ser derecho que traidor,/ ignorante, sabio, chorro,/ generoso, estafador…/ Todo es igual, nada es mejor;/ ¡lo mismo un burro que un gran profesor!/ No hay aplazaos ni escalafón,/ los inmorales nos han igualao./ Si uno vive en la impostura/ y otro roba en su ambición,/ es lo mismo que si es cura,/ colchonero, rey de bastos,/ caradura o polizón”.
Pero el más lógico aun para estos días es el autor Ivo Pelay en las estrofas de su tango “¿Dónde hay un mango?”, compuesto con la música de Francisco Canaro, lanzado en 1933, y sin embargo su vigencia se ajusta perfectamente a la vida de un país que camina en cámara lenta: “¿Dónde hay un mango,/ que los financistas ni los periodistas/ ni perros ni gatos, ni noticias ni datos/ de su paradero no me saben dar?/ Nadie saber dar razón/ y del seco hasta el bacán,/ todos en plena palmera,/ llevan la cartera/ con cartel de defunción/ y jugando a las escondidas,/ colman la medida de la situación”.
Son poesías que hasta casi asustan por ser peligrosamente verdaderas, no sea el caso de que en una de esas nos estrellemos por transitar a contramano. Ojalá que pronto la cordura, el raciocinio y la responsabilidad calmen los nervios, porque ante tantos disparos no peguen en el blanco, que somos nosotros irremediablemente. Uno se pregunta en dónde quedaron los valores perdidos de siempre: ética, respeto, transparencia, proyectos compartidos, igualdad para todos, prosperidad no para los pocos de siempre sino para todos, porque somos justamente los todos, la herida y doliente mayoría que reclama y exige un cambio.