Javier Milei logró consolidar un polo de poder en medio del desconcierto de los partidos y los liderazgos preexistentes. Esa primacía le permite dominar los tiempos políticos con sobresaltos menores, aunque lejos de reponer la armonía de un sistema que estalló en pedazos en las elecciones de 2023. Su apuesta consiste, en realidad, en prolongar el caos, donde se mueve como un baqueano.
Con esas palabras el columnista del diario La Nación Martín Rodríguez Yebra inició un artículo de interesante factura analítica en el que subyace una conclusión: Milei sabe donde está parado, prefiere tomar distancia de la política tradicional para sostener su popularidad, aunque sabe (y es ese su putno débil) que sin una parte al menos de esa clase dirigencial que repudia (la casta), no puede.
Rodríguez Yebra explica: “Los libertarios no quieren aliados. Administran las aguas del Jordán, en las que son invitados a purificarse todos aquellos que expresen fidelidad a “las ideas de la libertad”. Están convencidos de que la confianza social en Milei responde a que se lo identifica como ajeno al sistema de “la casta”. Los pactos de cúpula son una forma de contaminarse y, a la larga, inyectarse una dosis de la crisis de los otros.
Los certificados de “pureza” se reparten de a uno. Es una lección que parecen entender, con demora, Mauricio Macri y sus fieles en el Pro. Patricia Bullrich “la vio” de entrada cuando hizo gala de su experiencia en el arte de cortar vínculos recientes. Esta semana causó estrépito el pase de Diego Kravetz, secretario de Seguridad del gobierno porteño, al segundo sillón en importancia de la SIDE que supervisa el asesor Santiago Caputo. Los cantos de sirena suenan, atronadores, en los oídos de dirigentes amarillos con algún activo electoral.
El círculo del nuevo oficialismo no hace distinciones de origen. Entraron con alfombra roja Daniel Scioli y los gobernadores Osvaldo Jaldo (Tucumán) y Raúl Jalil (Catamarca), actores protagónicos del antiguo régimen. Se ilusionaba con acomodarse ahí Edgardo Kueider hasta que el descuido con una mochila llena de dólares lo mandó a la cárcel en Paraguay. Recuperó la condición de “casta” como una Cenicienta en 4x4, aunque el propio Milei intentó el favor póstumo de entorpecer su expulsión del Senado.
La caída en desgracia de Kueider no impidió que el jefe de su bloque de huidos del kirchnerismo, Camau Espínola, formalizara en la Casa Rosada su vocación de hacerse libertario para competir por la gobernación de Corrientes en 2025. No hay odio a Raúl Alfonsín que trabe la designación de un exdiputado radical como Alejandro Cacace en el Ministerio de Desregulación de Federico Sturzenegger. Ni promesa de combatir la corrupción que despierte la curiosidad presidencial ante las revelaciones periodísticas sobre las propiedades en el exterior sin declarar del director de la Dirección General Impositiva (DGI), Andrés Vázquez, de larga y oscura experiencia en los gobiernos kirchneristas.
La pureza se define en función de la lealtad al líder. Milei llama a dar la batalla con las “armas del enemigo”. Al parecer también necesita a algunos de los que saben dispararlas. Es cierto: le tocó un escenario de gobernabilidad endiablado y un panorama económico desolador. El fin justifica los medios.
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Milei podrá superar 2025 otra vez con decretos, vetos y un Congreso paralizado. Pero tarde o temprano le tocará articular algo parecido a una coalición política que defienda los trazos gruesos del rumbo que propone: el equilibrio fiscal, la apertura comercial, la desregulación para potenciar al sector privado. Del otro lado, con o sin Cristina, se reagrupará el peronismo para representar la noción de una economía regida por el Estado, con tendencia al proteccionismo y sin fobia al gasto público.
Se dibuja entonces la encrucijada electoral de los libertarios. Los grandes acuerdos lo emparentan con “la casta”. Pero, ¿qué pasaría con los mercados si Cristina Kirchner ganara la provincia de Buenos Aires el año que viene, beneficiada por una eventual división entre La Libertad Avanza, el Pro y otras fuerzas afines? ¿Qué efecto tendría un suceso de esas características, para nada improbable, sobre un plan que sustenta antes que nada en la confianza?
La batalla cultural de Milei tal vez no sea transformar el mundo (...) Su éxito dependerá de que sea capaz de demostrar a propios y extraños que un programa económico de mercado puede funcionar en la Argentina.