Es tan fina la separación de ambas definiciones que en la Argentina de hoy, ser sinceros a veces es la muerte, no precisamente de la vida si no de las consecuencias que ellas conllevan.
Ya es casi nato las presunciones como forma de deporte nacional que apenas una semillita es capaz de dar vida a un bosque de incertidumbres.
No por ello desecharlas del todo, porque como dice el dicho popular: “cuando río suena algo se trae.”
Existen juegos de palabras que cambiadas dan otro panorama, aclaración de dudas, o combinaciones que a veces se transforman en explosiones inocentes de cohetes, de persistir, llegando a consecuencias impensadas que son verdaderas detonaciones que hacen daño.
De un tiempo a esta parte, según encuestas para quienes miden opiniones, a pesar de todo Milei no decae. Se mantiene, y nos vuelve a sorprender con hechos y manifestaciones que desconciertan, casi siempre habitando algún avión.
Existen algunas cifras que dejan perplejos, una encuestadora comprobó que a pesar del ajuste un 50% apoyan la gestión. Manteniéndose positiva en el 47,9%.
Un 54,4% cree que el ajuste castiga más a trabajadores y jubilados como si estuviera direccionado a ellos. Sin embargo, un 22,5% cree está destinada para la casta política.
Habría una distorsión en la propuesta para beneficio de los más desposeídos. Mientras el 37,1% cree que el problema es de arrastre, viene del gobierno anterior.
Un 30,6 % concluye, que en realidad es la suma de ambos del que fue y el de que está.
Las tarifas básicas de consumo masivo, el transporte, todo es imposible; y la comida un premio vienen merecido que por necesidad nos debemos. El sincerisidio tiene esa particular forma de parecerse a un homicidio. Porque la sinceridad muestra las cosas como son, sin maquillajes, a cara lavada.
El multimedios “The Whashington Post”, en su editorial del domingo anterior, cuando se produjo el atentado al expresidente Donald Trump, su título rezaba: “Qué podríamos hacer los estadounidenses”
Nosotros con tantas desmesuras no ausentes de buena voluntad, habiendo sido el “Granero del Mundo”, qué deberíamos hacer cuando un ajuste con un invierno crudo más que nunca prioriza la comida-de tenerla-más que los remedios.
Qué podríamos hacer, y no se trata de una arenga, sino de un llamado escuchando al otro. Escuchando, bajando el tono. Con gritar más alto es solamente el griterío perfecto.
El quehacer político no politiquería, tendría su mejor rol demócrata. Discutiendo, proponiendo, observando que en un ajuste salvaje se aplaca con soluciones no solamente técnicas sino humanistas.
La de considerar al otro en su pobreza, ver qué se puede hacer por ellos. Porque justamente la política más allá del arte de lo posible, lamentablemente que siempre prioriza lo que no está en regla con la ética.
Sino de la política como fluido facilitador de obras de gran empeño, como la de velar al prójimo en su orfandad. Mezclándose, viendo en primera persona sus urgencias, procurar estar muy cerca de la gente.
Cuidando como se lo dijo el canciller alemán Olaf Scholz a Milei en su reciente viaje: “Cuidar la cohesión social”. Están tan locos los parámetros que requieren cuidado y equilibrio, como arrojara una reciente que dice que la pobreza supera a la inflación. Que la corrupción cae, y que sube el desempleo.
El Padre Luis Farinello, que fuera cura párroco en la Iglesia “Señora de Luján” de Quilmes, en su libro “La mesa vacía. Desocupación y pobreza en la Argentina”, dice cosas que los vemos a diario:
“El único remedio para no bajar los brazos es la presencia de voces nuevas, de hermanos inquietos que con su “polenta” no te dejan adormecer, te obligan a mantenerte despierto. Es la sangre de los jóvenes, su rebeldía canalizada en el trabajo social lo que nos da fuerzas a los más viejos para seguir adelante.”
“Hay una hermosa canción de Eladia Blázquez, “Honrar la vida”, que dice: No, permanecer y transcurrir / no nos da derecho a presumir, / porque no es lo mismo que vivir / honrar la vida”./
“De eso precisamente se trata, y una vida honrada es una vida vivida en función de bienestar de todos. El tiempo que nos vivir es éste confuso fin de milenio. En medio de la salvaje indiferencia en la que quieren ahogarnos, renovemos nuestra fuerza y compromiso para tejer la mejor de las mantas.”
El hombre en la vida tiene un camino por encaminarse, detrás de la pobreza, allí donde los niños hacen ronda junto a sus padres por días mejores. Convenimos que siempre la reconstrucción es dura pero no imposible.
Los ajustes son caminos escabrosos que si bien acortan metas, los hacen más difícil de acceder. Contemplemos cómo las clases sociales han venido cayendo de abajo para arriba, como una columna de naipes.
Las tarifas básicas de consumo masivo, el transporte, todo es imposible; y la comida un premio bien merecido que por necesidad nos debemos. El sincericidio tiene esa particular forma de parecerse a un homicidio.
Porque la sinceridad muestra las cosas como son, sin maquillajes, a cara lavada.