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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

Entre paisaje, libertad y paz: el naranjero

Por Paulo Ferreyra

Colaboración: Abel Fleita

Especial para El Litoral

Naranjero (Thraupis bonariensis). Esta ave también es conocida como naranjero de siete colores o tangará naranjera. Mide 17 centímetros. Hay diferencias entre sexos, la hembra tiene una coloración más apagada, dorso pardo verdoso con el vientre más ocráceo. La espalda baja más rojiza. Las alas pardas negruzcas con tonalidades celestes verdosas. La cola es oscura con tonalidades celestes. En tanto el macho tiene un capuchón azul celeste con antifaz y barbilla negros, la espalda es negra, contrasta con la espalda baja y el pecho de color anaranjado y el vientre de color amarillo fuerte. Las alas y la cola son oscuras con plumas bordeadas de celeste. El iris es pardo rojizo y su pico robusto oscuro con mandíbula blanquecina. 

Su voz generalmente se escucha al amanecer, el canto es una sucesión de sílabas fuertes, agudas y musicales. A distintas alturas entre la vegetación o el suelo busca su alimento, frutos, brotes, pimpollos, flores, hojas y exudados de plantas. Gusta de variedad de frutales introducidos como cítricos dulces, de allí su nombre común “naranjero”.  Se mueve en pareja o bandadas pequeñas. 

Bañado en la vegetación

De las diferentes especies de aves no conocemos en profundidad su comportamiento. Sin embargo, recordamos el momento en el que nos encontramos con el naranjero, justamente entre plantas y frutas de naranjos. Una vez llegado el aviso de su presencia, empezamos a buscarlo entre las ramas y hojas verdes. El individuo sabía de lo nuestro. Se mantenía quieto, pero estaba preparado para moverse o evitar el posible peligro. Así, durante varios minutos, es como se paseaba entre planta y planta, y de vez en cuando, nos observaba desde un lugar más tranquilo.

Algunas de las mismas frutas fueron visitadas varias veces. Así es como corroboramos el posible origen de su nombre. La debilidad por la naranja y la mimetización de su pecho con la fruta madura es notable. Las imágenes que hoy nos acompañan dan el testimonio de aquello que decimos. 

El año pasado, una tarde de salida a campo, observamos movimientos debajo de un ceibo de pocas hojas. Varias aves se bañaban en el borde de un pequeño estero, sobre la ruta. Mantenían un baño con vegetación acuática que complicaba un poco la identificación. En eso apuntamos con cámara y binoculares, finalmente logramos reconocer su colorido plumaje, eran naranjeros que se zambullían unos instantes en el agua mientras continuaban su camino. 

Quedaron unos registros un poco lejanos, porque cuando nos encontramos con la situación recién habíamos iniciado el recorrido y nos sorprendieron en plena salida. La lente de la cámara aún estaba con el seguro y no se pudo acercar la imagen lo suficiente. El silencio y cierta sonrisa nos mantenían observando el lugar del que partieron los naranjeros. 

Emociones

Andrés Bosso junto con Tito Narosky escribieron el libro Manual del observador de aves. Es una obra que sirve de puntapié inicial para aquellas y aquellos que tienen la vocación de salir a ver aves. La primera edición fue en la década de los 90 y hace un año, 2018, relanzaron el libro con nuevas ilustraciones, imágenes y mucha más información. Andrés es un reconocido naturalista y conservacionista. Se desempeñó en diferentes organismos como Fundación Vida Silvestre Argentina, Aves Argentinas y es actualmente director regional del NEA de la Administración de Parques Nacionales. 

Cuando se inició en la observación de aves fue a Barracas, Escobar, provincia de Buenos Aires. Había un bajo en una laguna y pudo ver dos especies. Una garza blanca grande y no pudo creer que había tanta belleza. Después observó un pajarito muy lindo que tenía un pico de plata, pariente del venteveo o del bicho feo, es negro con las puntas de las alas blancas. Otra característica que recuerda es que al rededor del ojo tenía una membrana que es desnuda, sin plumas, que está repulgada. “Cuando vi en la punta de un árbol ese pájaro negro con esos atractivos, con ese maquillaje natural y con las puntas de las alas blancas me maravillo. Ahí me pareció increíble la observación de aves y cuánta dicha gratis hay en verlas”, destacó sobre aquella primera visualización. 

Cañada Fragosa

En la contratapa del manual de aves se habla de que argentina es el país de las aves, Andrés explica que esto es así dado las 18 ecorregiones que tenemos a lo largo y ancho del territorio. Estas ecorregiones nos permiten ver en un par de semanas muchas especies de aves y al mismo tiempo, muy diferentes. Como muestra de esto cabe mencionar que sólo en el Parque Nacional Iguazú hay unas 450 especies de aves. En Corrientes, en el Parque Nacional Mburucuyá y en el Parque Provincial Iberá también es posible observar una gran variedad de aves. “En Corrientes como los ambientes son abiertos vas a encontrar aves muy vistosas de medianas a grandes. Estas son de fácil identificación y son conspicuas, son evidentes. Las salidas para observar aves no son trabajosas, podes ver un horizonte limpio repleto de vuelos de distintas aves. Corrientes entusiasma para observar aves, más que otras latitudes”, subraya. 

En la charla telefónica con Andrés Bosso hablamos sobre los ámbitos cercanos al casco urbano. Por ejemplo, es importante el Parque Nacional Mburucuyá, pero también es importante la cañada Fragosa que está pegada al pueblo. Un chamamé reza: “Por eso yo canto acá, los cuatro amores que tuve, mi guaina, el potrillo aquel, cañada Fragosa, Mburucuyá”. 

La cañada Fragosa está en la cultura correntina, está en la cultura chamamecera, y “si nosotros protegemos esa pequeña laguna, ese bajo, ese bañado, que está vecino a Mburucuyá vamos a comprender mucho más la función que tiene el Parque Nacional. Con el tiempo nos podemos proyectar al Iberá, al Impenetrable, al Paraná. Decía León Tolstoi: “Pinta tu aldea y pintarás el mundo”. La ecuación también puede ser conserva tu aldea y conservarás el mundo. Proteger el árbol que está frente a tu casa, el árbol nativo atrae a aves nativas, a mariposas, genera información que está asociada con tu origen argentino”, destaca. 

Observación

Si bien el ambientalista y conservacionista hace mucho hincapié en la observación de aves en campos, también explica que en nuestros ambientes urbanos es posible avistar aves. “La realidad es que tenemos muchos buenos baldíos, costas, los ríos, las lagunas, esos ambientes que están pegados o dentro de la ciudad nos facilitan la observación. En ese sentido corremos con ventaja. En cambio, hay grandes ciudades donde han transformado su ambiente original cementándolo, urbanizándolo, con criterios de practicidad automotor y para la conectividad de los barrios han transformado los ambientes de una manera muy drásticas. Por suerte en algunas ciudades se han salvado algunos espacios, por ejemplo, la ciudad de Buenos Aires conserva las 300 hectáreas de costanera Sur. La reserva ecológica emblemática, en ese espacio habita la mayor cantidad de aves de la zona, son alrededor de 320 especies de aves. La realidad es que con tan pocos espacios verdes conservados y con un arbolado público deficiente los lugares como la costanera Sur, el parque Centenario o el parque Saavedra, son islas que hay que defender con uñas y dientes. La conservación de la biodiversidad pasa por la reserva urbana porque la concentración de habitantes en las ciudades es tan galopante y creciente que la comprensión de la naturaleza se va a dar en esos laboratorios”. En la misma ciudad de Corrientes prácticamente no hay árboles, pero el río está cerca, hay parques y plazas que sirven de reserva para el hábitat natural de las aves. Ahí es posible verlas y escucharlas. 

Paz/Libertad/Poesía

Observar aves, tomar contacto y rodearse de naturaleza despierta emociones. Andrés cuenta que una de sus aves preferidas es el pirincho, también conocido como urruca, piojoso. Le remonta a su época con pelo largo, era igual al pirincho con ese copete de plumas altas. A esta ave le gusta andar en grupo y él es muy sociable. “Me siento identificado con esta ave, me gustan sus voces. La verdad es que me vuelve loco: ‘Una gárgara de quejidos despeinados aspereza el aire de la tarde roja’, así plasmé en una poesía que escribí hace tiempo por ese quejido lastimero que tiene, me resulta atractivo esa gárgara de quejidos despeinados que aspereza el aire de la tarde roja”.

“De todos modos un amanecer en la selva rodeado de trinos es inigualable. El libro que escribí no podía llamarse de otra forma que luz natural escritos tempranos, el eje son los cuatro elementos naturales, el agua, la tierra, el aire y el fuego. En el eje del aire hay unas 16 poesías que son 16 vuelos escritos en prosa poética inspiradas en plumas”, desliza. Su voz llega más cándida, amable, risueña. Si pensamos las connotaciones de las aves son todas positivas. “Vivo la vida con tanta alegría y con entusiasmo que también veo en las aves esa alegría, esa vocación por vivir. Es increíble que cuando a vos te dicen la palabra paz, en lo primero que pensás es en un ave. La realidad es que nuestra especie en el siglo XX podía haber imaginado otra imagen para la paz, un árbol, una nube, el sol, pero no es que Picasso fue un marquetinero y nos impuso la paloma de la paz. La paz terminó siendo un ave porque evidentemente hay algo atávico en nuestra especie que ve en el vuelo de las aves algo supremo. Algo interior hubo para que nos figuremos mayormente a las aves con imágenes positivas”.

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