Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

Jueves 25de Abril de 2024CORRIENTES25°Pronóstico Extendido

Dolar Compra:$853,0

Dolar Venta:$893,0

/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Guácaras, el paraíso del cine regional

Por Carlos Lezcano y Natalia Schejter

Especial para El Litoral

El 8, 9, 10 y 11 de diciembre se realizará el festival en la Plaza de la Iglesia de la ciudad de Santa Ana, Corrientes. El parte de prensa de los organizadores indica que en esta edición número 12 el festival volvió a superar la cantidad de cortos y largometrajes presentados: 330 propuestas fueron recibidas. De ese total se seleccionaron 60 trabajos que suman, después de 12 años, 660 títulos de diversos géneros, de 318 directores nacidos en la región: Argentina, Paraguay, Uruguay y Brasil.

Hace apenas unos días atrás Marcel Czombos nos contó que Lara Decuzzi, una productora del sur del país le dijo: “Pero vos tenés acá tu Cinema Paradiso”.

Esa referencia hizo que no dejáramos de pensar en aquella escena de Giuseppe Tornattore filmada en Cefalú (Sicilia), donde muestra una función de cine al aire libre y a la vera del mar con espectadores a bordo de sus canoas. En la secuencia Totó se reencuentra con Elena bajo la lluvia mientras vemos una pantalla vapuleada por las gotas de lluvia y viento donde aparece Kirk Douglas en la película Ulises.

Recordemos que el héroe homérico logró escapar de la ira del cíclope Polifemo que cayó en su trampa por beber mucho vino, hecho que lo obligó a dormirse. Ulises aprovechando esta situación, lo deja ciego y huye mientras el cíclope arroja piedras desde un acantilado a la nave del viajero. Esta es una de las tantas partes de la inolvidable película de Tornattore.

Esta situación de un cine al aire libre, se repite en nuestro pueblo con una pantalla instalada en la plaza año a año con insistencia militante.

Todos los diciembres desde hace 12 años los vecinos del pueblo y localidades cercanas llegan con sus silletas y banquetas a la nochecita en ese espacio público que huele a choripán y fritura de empanadas.

En algún momento frena en la esquina el colectivo que viene de Corrientes con espectadores ansiosos de vivir la experiencia comunitaria, de ver a sus hijos o nietos en la pantalla grande. Es un momento de reencuentros, de abrazos, de lágrimas. 

Por supuesto que no se trata de alfombras rojas ni luces sofisticadas, ni zapatos caros, ni vestidos de colección, ni joyas relucientes. El Guácaras tiene otro brillo, diferente, propio, basado en el diálogo posible entre directores, actores, guionistas, técnicos con trayectoria y nóveles que comienzan su camino. Se trata, en definitiva, de un albardón de luz y de historias.

El festival hace posible el diálogo con la comunidad señalando que lo importante es, como dice don Alfredo, que crezca desde el pie.

“Crece desde el pueblo, el futuro

Crece desde el pie

Ánima del rumbo seguro

Crece desde el pie”.

Al fin llega la noche y está a punto de comenzar la función en la plaza. Hay murmullos, los chicos corren y juegan, pasa el colectivo y claro, no falta la pelea de perros.

Los espectadores se acomodan en sus silletas acarreadas de sus casas. Está a punto de comenzar la película. El señor que está delante prende un cigarro.

¿Quién dijo que los espectadores somos solo eso? ¿No somos también aquello que vemos? Creemos que sí. 

El Guácaras es un festival de cine y de amor al cine. Es una organización pero también una pasión.

Es un encuentro de personas, de ideas y obras. Es lo que vemos y también un horizonte, un sueño que alimenta sueños.

Para algunos es un umbral al que algunos llegan y para otros, un sitio desde donde parten.

El Guácaras crece desde el pie, desde cada uno y desde la comunidad.

Un cine en la plaza

—¿Cómo definís al Guácaras?

—Últimamente estoy pensándolo como un refugio, es un concepto que escuché hace poco y me pareció atinado para pensar el festival. Me parece que es un refugio pensado para dar una ventana a los realizadores, productores, actores y demás, y también en que, como pasa con muchos festivales, automáticamente se convierten en archivos de esos cortos. Me pasó muchas veces, que me piden material, por ejemplo, para que Chirola Fernández entre a “Granizo” recurrimos a ese archivo para hacer su reel de actor y ahí estaba todo su material, todos sus trabajos. Mantener ese material que nos llega, para nosotros es parte del presupuesto anual del festival. Este año nos enviaron 330 cortos, por ejemplo. Entonces, en el archivo de estos 12 años de Festival, tenemos un panorama muy grande de lo que es el cine regional. 

—¿Cómo delimitan la región?

—Hago un poquito de historia. Nuestras películas no se programaban en festivales regionales. Siempre cuento que en el año 2004 fui al Festival Lapacho a llevar “Se escucha” (que después anduvo por todo el mundo) y el programador me dijo “No, acá pasamos cine”. Entonces, ahí empiezo a pensar, “qué es el cine, ¿es el que hacen los porteños?”. Esa pelea semántica me hace repensar un poco el tema de la región, que la región no tenía que ser Buenos Aires, no tenía que ser Córdoba, ni Tucumán, ni Mendoza, que son las grandes capitales del cine nacional. A Carlos Kbal, que es productor del Guácaras desde la segunda edición, se le ocurrió una idea matemática: poner la punta de un semicírculo en Santa Ana, marca 500 km, lo gira y ahí se termina de sistematizar la idea de región para nosotros. En ese semicírculo entraba obviamente Brasil y Paraguay. A partir de ahí empezamos a repensar la convocatoria, que queden afuera todas estas capitales y nosotros tenemos la posibilidad, como región, de poder pensarnos. Después de eso, llegó un concepto más poético, que la nuestra es la región de los dos besos. Creo que ahí está la clave de lo que somos. 

—¿Cómo pensaron las primeras convocatorias? ¿Fueron variando? 

—Sí, vuelvo de nuevo a la pregunta anterior, no teníamos lugar donde mostrar nuestras películas. Entonces, los primeros tres Guácaras programamos nuestras cosas, tuvimos una ventana donde mostrar nuestras cosas. Y ese espacio ya era el refugio. Ahora creció tanto que, por ejemplo, yo hace tres años que no muestro nada mío en el Guácaras. 

—Además en Santa Ana no hay cine.

—Exactamente, esa es la magia. El espacio de la calle, la plaza, como lugar de contención de un público que está sediento de ver historias nuestras, con nuestros colores, nuestros tonos. En varios momentos nos ofrecieron trasladar el Guácaras a Corrientes, y cada vez que lo repensamos, aparece la idea de que hacer un Festival Internacional con una producción bastante grande en el “interior del interior” también es militar algo. Haciéndolo en Santa Ana estábamos discutiendo lo unitario y si lo mudamos estamos replicando esa misma estructura. 

—¿Ese público de la calle, es más amplio que el público habitual de los Festivales que tal vez es un poco endogámico? 

—Desde el año 2007 empezamos a discutir seriamente con el Incaa la federalización. Íbamos a los festivales, sobre todo regionales, y pasábamos todo el festival discutiendo políticas, de 9 a 18, y cuando salíamos no teníamos ganas de ver cine. Repensando eso nace el Guácaras. Como un espacio que no sea endogámico, sino para la gente. El desafío era pensar en la gente antes que en el realizador y en el actor que es lo que hace cualquier festival mundial. Nuestros pocos recursos económicos los ponemos en la gente: en que tengamos una buena proyección, un buen sonido, en buscarle la vuelta para que ellos se sientan parte. Por eso, los ganadores del Guácaras los define exclusivamente el voto del público. 

—Otra cosa importante en la convocatoria, es la producción de los incipientes realizadores de Santa Ana. 

—Cuando uno genera estos espacios en un pueblo, el pueblo normalmente se lo apropia. Costó, porque nosotros no éramos de Santa Ana. Ese trabajo de apropiación del pueblo hacia un festival que costó mucho, termina siendo muy potente cuando ves la continuidad. Y ahí nacen las consecuencias, hoy tenemos a muchos chicos dentro de la organización del festival que son de Santa Ana y eso es maravilloso. Y que esos mismos chicos, o los estudiantes de la EFA de Santa Ana, o los chicos de la secundaria empiecen a producir, así como varios directores que están viviendo ahí, a eso nosotros lo llamamos el “hiper local”. Somos internacionales, tenemos pelis de Brasil, de Paraguay, de toda la región pero seguimos valorando lo hiper local. Le estamos generando una estructura para que se pueda mostrar esa historia local.

—Además del crecimiento del propio festival, ¿cómo fue la evolución en estos 12 años a nivel producciones regionales?

—Yo creo firmemente en que repetir te hace crecer en calidad. Ricardo Becher, un profesor mío dijo una vez, y yo se lo digo a todos mis alumnos, “Sáquense los 11 cortos malos encima lo más rápido posible”. Tener continuidad en la producción te hace crecer en calidad: el hecho de saber poner la cámara, de ver tus errores. Cuando un director estrena en el Guácaras, y el año siguiente ves su siguiente corto, notás que da un paso gigantesco de calidad. Hay un crecimiento en la región, en la forma de narrar, eso es madurez, porque seguimos recibiendo cortometrajes que son opera prima, pero hay algo que supimos mostrar en todos los festivales: que se podía hacer acá, y los pibes empezaron a entender que en la región también tenemos dos piernas, dos ojos, dos manos y que no le envidiamos nada ni a un director de Hollywood. Eso hace que se sostengan en el tiempo, que haya más calidad, que el pibe que va al Guácaras vea que un compañero de él, que tiene 23 años, produce un corto, una historia.

—¿Y eso se ve también en el contenido?

—Sí, es evolución. De hecho, ver también es aprender y es parte de ese crecimiento. Siempre digo que todos aquellos que saben solamente de cine, no saben absolutamente nada. Saber solamente narrar, saber solamente el lenguaje, te deja fuera de lo más importante que tienen las historias: el contenido. Qué es lo que realmente vos querés decir con eso que estás armando. Ahí está el gustito del cine. El “qué contar” es muy importante. Ahora, el equilibrio entre ese “Qué” y ese “Cómo” es la obra de arte. Esa es la conjunción de nuestro oficio.

—Muchas veces decís que el Guácara es tu hijo, y tiene 12 años, contaste cómo evolucionó. ¿Cómo te lo imaginás a los 20/25 años? 

—Como cualquier padre, no pudiendo hacerme cargo de ese hijo joven. Hay ciertas cosas que están escritas, que son decretos de Chiro y míos, de lo que queremos que sea: queremos que siga siendo gratuito, que la gente siga eligiendo a los ganadores, que no perdamos lo regional. Son 10 puntos en los cuales nosotros pusimos nuestra forma de ver el festival cuando no estemos. Y si no es eso que no sea, que sea otra cosa. Porque si no, se rompe lo que nosotros creemos que es militar el cine desde el interior del interior. Así que hay como ciertas cosas que yo me imaginé, las soñamos y las pudimos escribir para que siga siendo así dentro de 30 años. Yo no tengo dudas de que el Guácaras nos va a sobrevivir a nosotros. Hoy yo soy el creador del Guácaras, pero estoy seguro de que en 15 o 20 años se van a olvidar de mí, porque de hecho nadie sabe quién es el creador de Cannes, por ejemplo, y sin embargo es un faro dentro del cine independiente de autor.

—¿Este cine regional planteado en Guácaras tiene posibilidades de trascender comercialmente? ¿Que pueda ser entendido como oficio, una profesión?

—Es el sueño que yo tengo, por lo menos un objetivo muy fuerte. Podemos pensar en casos aislados como el de Clarisa Navas que ahora está en Netflix. En el primer Guácaras ella tenía 23 años, y pasamos su primer documental, siempre fue un lugar de contención de Clarisa. Cuando hizo Hoy partido a las tres pasamos el work in progress, cuando estuvo lista, la primera vez que se proyectó en Corrientes fue en el Guácara. Con Las mil y una llegamos un poquito tarde porque el estreno fue en julio, pero se pasó en el Guácaras también ese año. Ahora te hablo un poco más en general. Hablo de un sueño, porque para mí, la mejor forma de que el cine llegue a un equilibrio, es convertirse en Industria. Podemos discutir muy fuertemente sobre esto horas, pero creo firmemente de que es la única forma de que deje de ser un hobby, para que empecemos a entender al cine como un arte que genera trabajo. La cuestión está siempre en que cada persona que dedica un poquito de tiempo a ese cortometraje pueda cobrar por su trabajo.  El sueño es que nosotros podamos armar de esto una industria real, sin humo, hay varios modelos a seguir que no necesariamente tiene que ser Hollywood; hay otra forma de pensar la industria. Mi deseo es que los pibes que son mis alumnes puedan vivir del cine, porque hoy somos pocos los que vivimos de esto.

¿Te gustó la nota?

Ocurrió un error