Es un lugar emblemático de la justicia correntina por la calle Plácido Martínez frente a la costanera.
La noche, cómplice de sueños y miedos, de odios y amores, justicia e injusticia, cae sobre sus oscuros patios y pasillos y los empleados de tribunales, seres humanos sociales no se separan, andan de a dos como mínimo.
La noche guarda sus secretos en este edificio, figuras que pasan y desaparecen, ruidos extraños, mesas y sillas que cambian de lugar sin explicación alguna. Nadie va al baño solo, por las dudas.
La verdad no es un edificio acogedor, lo lamento por sus dueños, pero es mi sentir.
Los policías de guardia quedan prudentemente en la calle, o con la puerta abierta sentados al lado de ella, sobre Plácido Martínez, por si acaso nomás, expresan.
Luego de varios actos litúrgicos realizados en dicho lugar, porque en un determinado período entró una ola de misticismo y religiosidad sin precedentes en nuestra Taragüí, allá por los fines de los años noventa y comienzos del nuevo siglo, la crisis tonificó almas y corazones y se volvieron buenos de pronto ndayé.
Era época de intervención federal, en ese caliente enero del año 2000. Parecía que los fantasmas y aparecidos de la casa Patono se calmaron un poco, quizá entre los que rezaban, algunos buenos había.
Pero se avecinaban días de congoja y tristeza. Llegaron los interventores acompañados de sus soldaderas (mujeres a su servicio), gente mala y ruin, en la generalidad de los casos; pocos se salvan de la calificación.
Arbitrarios, injustos y soberbios.
El circo de la plaza Mayo se terminó como empezó. Los cordobeses no permitían los espectáculos que en dicho espacio se realizaban todos los días: casamientos, velorios, cumpleaños, festejos patrióticos, paganos, religiosos.
De tal acontecimiento han quedado más mujeres y maridos engañados, que dignos, el virus del sombrero Caá pegó fuerte en las tolderías de esa protesta, la verdad es que el país estaba en llamas, no solo en la castigada Corrientes.
Las sucesivas crisis mundiales partieron el sistema precario financiero nacional, la ineptitud de los gobernantes nacionales puso la otra pata que faltaba y el Estado se fue al descenso entre enfrentamientos, muertes y represión en el año 2001.
La comparsa cordobesa interventora vino de la mano de Mestre, lo acompañaba un tal Aguad, sus conductas injustas y arbitrarias alcanzaron a malos y buenos por igual.
El edificio Patono albergaba y alberga las Cámaras Penales, en ellas eran magistrados dos señores de primer nivel, Chinaco y Horacio, que por ser demasiado señores y correctos se ganaron la expulsión del Poder Judicial por no arrodillarse ante los candomberos de la docta.
Chinaco se mató en el parque Mitre, fue en busca de la parca ante un hermoso paisaje y mirando el río se quitó la vida con la valentía de un hombre de bien. Horacio se pegó un tiro en el edificio Patono, con la misma dignidad y valentía. La sangre quedó en el piso de su despacho y por más esfuerzos que se hacen no pueden borrar sus rastros, la mancha continúa como si se riera de los limpiadores.
Esos disparadores fueron el detonante para que los antiguos fantasmas de la casa se enojaran y volvieron a aparecer con mayor furia. Dicen que muchas veces se ven las figuras de los dos dignísimos jueces conversando en un despacho vacío.
¿Que ocurrió con los interventores, invasores crueles y desalmados? Uno murió de una enfermedad que obligó a muchas soldaderas correntinas a realizarse análisis médicos, por si acaso. Otro se tiró de un séptimo piso, y así continuaron su destino esta mala gente. El que vive siente el peso del agobio de sus fechorías y lo insultan en cualquier lugar del país.
En cuanto a los fantasmas, se calmaron cuando familiares de estos grandes magistrados fueron a la casa Patono sin invitación alguna y dejaron flores en determinados lugares y según dicen, y yo que repito, en dichos lugares quedó marcado el piso como si se hubieran quemados las baldosas.
Aun hoy se ven figuras extrañas por los pasillos, pero quizá algunos ya están acostumbrados a ello.