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/Ellitoral.com.ar/ Opinión

La impulsividad no es buena consejera

El cansancio cívico de estos últimos meses es elocuente, pero un puñado de actitudes irreflexivas puede derivar en consecuencias mucho peores que las imaginables. 

Por Alberto Medina Méndez

amedinamendez@gmail.com

@amedinamendez 

 

La creencia que sostiene que no se puede estar peor es casi siempre falaz. Claro que es completamente posible deteriorarse, inclusive en trances que se muestran como verdaderamente inaceptables.

La percepción de que se está atravesando por una era espantosa puede ser absolutamente real sin embargo esa es una visión repleta de subjetividad, ya que emerge al compararla con esa instancia que es considerada como normal y hasta tolerable.

 A pesar de ese horrible malestar, si alguien pudiera detenerse por un segundo a analizar el presente seguramente concluiría que la suma de otros ingredientes adicionales podría convertir a eso que resulta inadmisible en un oasis respecto de otras calamidades perfectamente probables. No es esta una invitación implícita a conformarse, ni mucho menos a resignarse mansamente.

 Eso tampoco resultaría demasiado lógico y se opone a la esencia humana de progresar y evolucionar constantemente. Lo que sí es imprescindible considerar es que el disgusto no debe empujar a decidir de cualquier forma. No es cierto que no se pueda empeorar, de hecho, si se siguen tomando determinaciones irracionales la pendiente de caída no sólo no se detendrá, sino que se agravará más aún.

Es por eso, que, a pesar de las desgracias imperantes, de los múltiples problemas que hoy se enfrentan, es vital no perder la calma, no dejarse llevar por la rebeldía que brota desde esa superficial emocionalidad. Los dilemas deben ser abordados con inteligencia. Tal vez deba asumirse con humildad que muchas de las elecciones del pasado estuvieron condicionadas por ese modo de encarar las tragedias. Los resultados hablan por sí mismos y dejan poco margen para la duda. Habría que concluir que evidentemente no se ha optado por excelentes alternativas. En ese contexto, cuando se evalúa el horizonte, la bronca puede llevar a recorrer caminos más tortuosos que los ya conocidos.  Dicen que las decisiones más importantes no deben ser tomadas en los momentos de mayor efervescencia, sino que hay que enfriarse lo suficiente como para buscar el rumbo óptimo en cada circunstancia compleja.

El deseo de castigar a los ineptos y a los corruptos tiene mucho sentido y además sería un acto de justicia. Los que han convertido a este país maravilloso en esta vergüenza global merecen ser repudiados por la comunidad y deberían tener la dignidad de dar el paso al costado.

Pero no hay que dejar de considerar que esta actitud tan lineal, tan visceral, esa especie de venganza encubierta puede convertirse en una suerte de suicidio colectivo cuando esa merecida represalia sea el preludio de una versión empeorada, igualmente incompetente para tomar las riendas. La situación actual es tremendamente complicada. Esa ilusión de que alguien con brillantes ideas y fabulosas intenciones, pueda mágicamente encontrar el sendero que conduzca a las soluciones esperadas no es suficiente.

 Eso debe venir acompañado de una estructura capaz de lidiar con este desmadre y eso requiere ciertos talentos que hoy no asoman. La sensación instintiva de que expulsando a todos se solucionará cada uno de los dramas que se sufren a diario no parece muy racional. Por el contrario, conecta más bien con lo disparatado y hasta lo absurdo. Arrojar a los tiburones al capitán y a toda la tripulación no garantiza que cualquiera que tome el timón llevará hacia un puerto seguro a todos los pasajeros. Para llegar a destino se precisa de gente preparada para conducir el barco y además un equipo profesional para realizar todas las tareas que permitan mantenerse a flote y alcanzar la meta.

Esto no significa, para nada, que se deba “indultar” a los depredadores, perdonar a los saqueadores o que sea saludable hacerse el distraído y mirar al costado como si lo ocurrido hubiera sido un mero desliz. Entre el blanco y el negro hay matices y a muchos les cuesta ver esa paleta de colores. Hoy es primordial enfocarse en la salida, concentrarse en buscar el modo menos traumático para escapar de este intríngulis y para conseguirlo hacen falta individuos idóneos, bastante capaces, muy conocedores del terreno y no sólo un grupo de voluntariosos con ganas de cambiar el mundo. 

La impotencia no ayuda en mucho, esa presunción de no tener la habilidad de lograr lo pretendido lleva, a veces, a reaccionar indebidamente y aferrarse a esas atractivas alquimias que, de ninguna manera, se asemejan a esas herramientas tan imprescindibles que servirán para salir del pozo.

La historia enseña que casi todos los procesos revolucionarios exitosos sucedieron gracias a una conjunción de acontecimientos que convergieron sincrónicamente. Una crisis enorme obligó a la sociedad a girar y entonces fue el momento de acudir a novedosas recetas y actores diferentes. Pero esas fórmulas estaban disponibles gracias a esos intelectuales que pensaban el futuro, evaluaban diversas variantes y proponían caminos alternos que permitieran transitar un mejor porvenir. No fue por casualidad.

Lamentablemente existe una leyenda, quizás simpática, casi romántica, que cuenta que aquel tiempo tuvo protagonistas totalmente distintos, y esa es una verdad a medias. Los países se reconstruyen con esa combinación entre lo nuevo y lo viejo, se rehacen con lo que tienen a la mano y no con lo que desearían. Creer en esa fábula es sesgar lo ocurrido y ajustarlo a una caricatura que no se condice con la realidad. En definitiva, para salir adelante habrá que tener templanza, no dejarse tentar por los arranques de furia y buscar los “pilotos de tormenta” y las mejores ideas para emprender la siguiente fase, esa que no será sencilla pero que es imprescindible superar si se sueña con un porvenir.

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