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/Ellitoral.com.ar/ Especiales

Teuco Castilla o los límites que viajan

Nació en Salta, en1947. En 1976 se exilió en Madrid, donde residió durante 21 años. Es autor de un veintena de libros de poesía, además de diez volúmenes de narrativa y ensayo. Poesía suya ha sido traducida a diez idiomas y antologías de su obra se publicaron en varios países de América Latina y Europa. Obtuvo numerosos premios nacionales e internacionales, entre ellos el Premio Internacional de Poesía Víctor Valera Mora (Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos de Venezuela); Primer Premio de Poesía de la Ciudad de Buenos Aires, Primer Premio de Poesía del Fondo Nacional de las Artes, etc.

Este pasado 11 de junio en el emblemático café Comercial de Madrid tuvo lugar una lectura de Leopoldo Teuco Castilla. El poeta salteño hizo un recorrido por su extensa obra poética ante el respetuoso público que colmaba la sala.

Tuve el honor de poder decir unas palabras de presentación que a continuación reproducimos: “Dice el poeta ‘en la luz comienzan los animales’ y ahora están aquí, en Madrid, ya están aquí todos los animales de la sangre, los rumiantes de galaxias, los fieros animales que crecen hacia abajo en las secretas raíces de los árboles, esos árboles a los que, como dice el poeta: ‘se le vuelven estrellas / las hojas / y los frutos / planetas”. Llega Teuco Castilla a la vieja Castilla, a Majerit, su antigua casa por veinte años, y mientras se va apeando de su montado del color de todos los valles donde se aquerencian los amores, las muertes y las resurrecciones, donde se pregunta: “¿De qué no estamos hechos? / La forma existe / hasta que halle la salida / los límites viajan / la Creación no ha comenzado todavía”. El poeta que hoy nos visita sabe con Breton que “la belleza será convulsa o no será”; el poeta viajero, el que carga sus manos de salmos, el emponchado en púrpura, el que ofrece su vida y hace andar a las palabras y las hace callar para que hablen los frutos de la madrugada: “Si cruzo esta noche, si amanece, / pínteme la vida / porque nunca es el mismo / el resucitado, / de madre, en el mirar eternamente, / y, de tanto morir, / padre. / Soy yo la oscuridad. / Yo, las inclemencias del que no se ve / y, / porque he visto, / soy el que mendiga”. 

El poeta mendigo, el de ligeros ropajes bordados con los rocíos más sutiles, habrá de ponerle nombre a cada horizonte, el que todavía no ha llegado y marca ya con agua y fuego las singladuras. Ser testigo con ojos ciegos o enterrados en los volcanes. Extender las manos y ofrecerlas en sacrificio hasta que la boca se exceda y cante que “la luz es eso que las bestias gritan”… “Los hombres, al borde del cráter, sonríen / con el voltaje justo / para no desaparecer, / quietos, igual que sombras azules bajo los árboles veloces”.

La voz de Teuco Castilla es antigua y moderna a la vez, impulsada por esos “invisibles centros de fuerza, raíces arquetípicas de la imaginación” que señalaba Edgar Bayley como el combustible del estado de inocencia del poeta. Las cifras del universo se manifiestan en múltiples correspondencias que nunca desdeñan la emoción: un arbolito, una vaca, pueden ser/son: axis mundi, hierofanía. El poeta se dice en sí hacia el otro y ¿cuál es su evangelio, su “buena nueva”?: estar en estado de inocencia y de alerta para trazar caminos de sentidos en el estallido de sus potencias íntimas con gravitación universal; y bien lo dice Teuco Castilla: “Si el Todo para cada designio crea un mundo / el azar / para cada mundo / crea un espejismo”.

¡Salud, poesía y libaciones!

MUESTRARIO MÍNIMO

 

ÁFRICA (fragmento)

En la luz comienzan los animales

extenuada

expulsó a la cebra

que no tiene campo

sino en el espejismo

enfermó a la resolana para espesar al león

y dobló en un tulipán

a los flamencos.

Ella hizo

que las especies se reconocieran

para que el fin durara,

que no se cruce con el halcón

el leopardo

el buitre con el pez

pues nunca serán del todo

sólo formas del miedo que tuvo el universo

a perder la memoria.

La luz es eso que las bestias gritan

el bramido del elefante

amputado

del pulmón de la noche

el grito con que se alumbra el zorro

la risa

con que se desclava de sus huesos la hiena

y el rugido

de cada rotación del mundo en el león.

Los hombres, al borde del cráter, sonríen

con el voltaje justo

para no desaparecer,

quietos, igual que sombras azules bajo los árboles veloces,

separados

por el cuello

de la intemperie

atraídos

como jóvenes muertos

hacia la luna vacía del Ngorongoro.

Son el alguien del viento

los masais

van como lentos pájaros

detrás de su ganado

sin rumbo:

ellos son el confín. El ademán

de la planta

cuando iba a ser vagabunda,

el de la sombra cuando iba a ser persona,

hombre que sale por su propio pie de un sueño

y no acaba de ser

aunque se imante de colores

se perfore

o a duras penas toque tierra.

No le viene su animal ni bebiendo sangre

sólo el cloriti le devuelve el rugido

que, como el coraje, regresa desde muy remoto

y entonces sí

el león huele a masai

y se espanta de ese hombre

hendido

por una bestia transparente.

Recién entonces entran, solitarios,

a la luz que ondulan

y es ver

peces oscuros

en un campo de olfatos.

(…)

 

LORO

Esa flor sacrílega, habla.

No imita, habla

y desea el vino, las mujeres y el pan de los hombres.

Ese es su secreto.

Avanza por el aro

y cierra el círculo.

Entonces chilla, igual que ellos

cuando eran pájaros

o canta, como las campanas,

con el pavor de tener dos almas.

Mientras ellos repiten lo que dice, ríe

y se pica el pecho

y se lo parte,

ríe a carcajadas

y se pica, a fondo, el corazón

para que el secreto salga.

 

EL DESIERTO

A Arturo y Clara Botelli

En el desierto

uno es la sombra

la hendidura

por donde pasa la muerte

o el día siguiente

uno vive su tumba

a oscuras

dentro de su carne,

oyendo como el viento se lleva el día

y el polvoriento mar,

que golpea sin aire

contra el aire

su mariposa negra.

Aquí

las constelaciones cargan

al escorpión

y el hombre se envenena

si pronuncia, a solas, su propio nombre en la noche.

Sólo cuando el médano rojo

espanta la luna,

después que el espacio se va devorando,

recién entonces

lo que queda de uno

cicatriza.

 

MIMETISMO

A Francisco Madariaga

Un pájaro ocupado por una rama

una hoja por un pez

un león por un prado

¿quién ha entrado en quién?

La imagen nos salva

entre la cara y el semblante

se defrauda un ídolo

lo sabe

el ojo del hipopótamo

que ya ha visto a Dios

demasiadas veces.

No hay semejanza

lo sabe

el gato de la astucia

el alacrán de la cólera

la rata de tu fuga

eres

una polifonía lacrada

por una sola bestia.

Te arrancaste tu don

no escucharás tu nombre

pronunciado por ellos.

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