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Furia

Domingo, 21 de agosto de 2022 a las 01:00

Por Adalberto Balduino
Especial para El Litoral

Bronca. Rabia. Chivado. Fuera de sí. Salir de las casillas. Así estamos. No nos damos tregua. Ni siquiera permitirnos respirar libremente. Es que el estado de disloque es tal que ni las persuasiones son capaces de atemperar esta furia argentina que tiene razón de ser. Un cúmulo de promesas lanzadas sin preverse que, si no, son únicamente relato, ficción, mentiras bien dichas. Ese huracán de insatisfacciones que al no ser tal, produjo una bronca sin fin que, lejos de amainar, avanza con furia creciente. Sin duda es uno de los peores estados que hace de las personas entes fuera de sí, con fines imprevisibles y desenlaces mucho más aún. Una inflación galopante y una pobreza irrespirable, mientras la política lucha en contra de la Justicia, en salvaguarda de inmunidad e impunidad; los miedos tremendos de un poder desbocado por sostener lo que ni ellos se lo creen. 
La ficción se parece mucho a la vida, porque de ella copia argumento creíble, que se le aproxime, o que pueda imitarlos por lo menos. En el cine, por ejemplo, causó estupor, viéndolo aparecer en escena a un enloquecido Michael Douglas totalmente desencajado, casi rapado, lente que desorbita la mirada, agudiza y aterra, en la ficción de su personaje encarnado. Fue en el año 1993, cuando se produjo “Un día de furia” (Falling Down), con un respetable elenco —Robert Duvall, Barbara Hershey—, soportando los extremos a que conllevó a William Foster una medida judicial de divorcio y una serie determinante de tropelías, por la marcación de distancia con su ex. A partir de allí, toda la fiereza y la pérdida total de control, en que los extremos se asumen sin predecir su alta gravedad. Mucho más aquí, en el año 2014, con la producción de los hermanos Almodóvar, Pedro y Agustín, “Relatos salvajes”, con los argentinos Ricardo Darín, Oscar Martínez, Leonardo Sbaraglia, Darío Grandinetti, fue seleccionada para la Palma de Oro en el Festival de Cannes. Ambas, con la violencia por tema fundamental y sus secuelas donde el control queda fuera de todo cálculo. Cuando la furia protagoniza todas las rabias gestadas, el vendaval se hace insoportable, se pierde certeza, se saltea delimitaciones instaladas para supuestamente calmar, evitar, sacar la presión, bajar los decibeles, de ser posible procurar calmarse por las buenas en última instancia por las palabras. Pero allí, en ese punto mismo, es donde la acción genera reacción casi siempre, el alud despierta y se viene con fuerza sin que nadie tenga la capacidad y sabiduría de detenerlo.
Las murgas en el Uruguay son, de alguna manera, la vía por lanzarlo todo afuera en carnaval, porque dicen sin pelos en la lengua toda la bronca justa, cantándole y contándole a Momo lo que les aqueja como pueblo. A veces toman las melodías de temas conocidos y le cambian la letra para criticar, reclamar, procurar ordenar mencionando cada una de las falencias que mal hacen al sistema. Hubo un tiempo cuando la bronca se expidió con tema propio que pasó a ser un éxito por lo que dice y canta, porque mencionaba entonces las cosas que la libertad a medias permitía. Fueron sus autores e intérpretes los argentinos Cantilo y Durietz, que con “La marcha de la bronca” se hicieron canto popular, de liberación y rebeldía que todos cantaban en perfecta armonía, para que la descomprensión baje grados de peligrosidad. “Bronca de la brava, de la mía / bronca que se puede recitar. / Bronca cuando ríen satisfechos / al haber comprado sus derechos. / Bronca cuando se hacen moralistas / y entran a correr a los artistas. / Bronca cuando a plena luz del día / sacan a pasear su hipocresía. / Bronca de la brava, de la mía. / Bronca que se puede recitar. / Marcha, un, dos, tres, / No puedo ver, / tanta mentira organizada/ sin responder / a voz ronca, de bronca, de bronca…”. Y sigue la historia de Latinoamérica en su búsqueda implacable que la furia dé sus frutos de promesa. Que tuerza, que cambie de carril, que una vía auxiliar nos lleve a esa tierra prometida donde los valores se divierten alborozados sabiendo que todo está tal cual, por lo que tanto tiempo pelearon. Para que la bronca afloje, se dedique a sonreír, a comprobar cómo la armonía permite bajar un cambio, poder corregir todas las injusticias, ser equitativos, y que la alegría y bienestar sea el marco donde las rabias consolidan paz, para que la unidad sea una sola, eterna y generosa. 
Y volvamos a esas palabras que son expresión de deseos sinceros, que tratan de poner compresas frías a un país que pretende ser lo que jamás pudo, el marco propicio donde el verdadero poder esté al servicio de la gente y no de unos pocos que aprovechan, dicen y se desdicen. “Bronca, bronca… / Para los que toman lo que es nuestro / con el guante de disimular. / Bronca / para el que maneja los piolines / de la marioneta universal. / Bronca el que ha marcado la baraja / y recibe siempre lo mejor / con el as de espadas nos domina / y con el basto te entra a dar y dar y… / Bronca porque matan con descaro / pero nunca nada queda claro. / Bronca porque roba el asaltante / pero también roba el gobernante. / Bronca porque está prohibido todo / hasta lo que haré de cualquier modo. / Bronca porque no se paga fianza / si nos encarcelan la esperanza. / Un, dos, tres…”. Y sigue el canto que es mejor que la misma bronca, porque alguien debe tener que parar para volver a dar de nuevo. La furia está. El descontento es general. Basta parar la olla para saberse cuánto hemos descendido. Ya no bastan dos empleos, porque todo está por las nubes. Cómo se puede detener la violencia, si las muestras son tan pobres y nadie en su penar puede ponerle coto a la corrupción, por incumplir con sus deberes de funcionarios o ciudadanos que miran para otro lado, cuando es de su país lo que se trata. El final de la marcha cobra fuerza, porque vislumbra un futuro incierto cuando remarca: “Bronca porque no se paga fianza / si nos encarcelan la esperanza”.  Hagamos de la marcha una fiesta, celebrando la calma, porque vamos en busca de decencia que nos dejaron nuestros mayores, y con ella la voz vuelve con diferente acento porque siempre habla con hechos, creíbles y respetables. La furia es el grado extremo que a nada conduce, más que a la violencia misma que luego se lamenta.

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