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Petra, la ciudad de las 800 tumbas

Es una de las siete maravillas del mundo moderno y de esos destinos de visita obligada. Recorremos la ciudad funeraria inmortalizada en “La última cruzada” del héroe de Steven Spielberg o “La guerra de las galaxias”. 

Es una de las siete maravillas del mundo moderno junto al Coliseo, el Taj Mahal o la Gran Muralla China, además de Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. También figura entre los destinos más deseados del planeta para visitar, al menos, una vez en la vida, según los rankings anuales del sector que elaboran portales y publicaciones como Forbes y TripAdvisor. Hablamos de Petra, la enigmática ciudad funeraria de 10 kilómetros cuadrados y más de 800 tumbas esculpidas en la roca (de ahí su nombre, que en griego no significa otra cosa que piedra) levantada por los edemitas en el siglo VIII a. C.

El lugar elegido para su emplazamiento fue un enclave angosto al este del valle de Arabá de Jordania, el estado árabe limítrofe con Arabia Saudí, Irak, Siria, Israel y Palestina de 90.000 kilómetros cuadrados (algo menos que Portugal). Suficientes para albergar algunas de las joyas naturales y arquitectónicas más impresionantes del planeta. Del desierto de Wadi Rum al mar Muerto, pasando por Petra, la ciudad que nos ocupa.

Pese a ser construida por los citados edemitas, quien la puso en el mapa del comercio mundial y la dio el encumbramiento y la gloria que se merecía fueron los nabateos, una tribu nómada de la que poco se sabe todavía que la convirtió en su capital en el siglo VI a.C. "Ellos fueron quienes la erigieron como un punto comercial de primer orden en la ruta de las caravanas entre Egipto, Arabia, Siria y el sur del Mediterráneo, lo que provocó una época de esplendor jamás vista", explica el guía turístico Óscar Koshebaye, de nacionalidad jordana, pero nacido en Alicante. "Mi padre se fue a estudiar a España y por eso mi familia vivió una temporada allí". Es la explicación a su nombre y a su perfecto acento cuando habla en nuestro idioma.

Lo cuenta enfrente de uno de los edificios más famosos del yacimiento arqueológico, El Monasterio (o Al Deir). De corte faraónico (mide 47 metros de ancho por 48,3 de alto), fue denominado así por el uso que hicieron de él los cristianos en el siglo IV. El interior (recubierto del betún de la época por su calidad de aislante y para conservar mejor la momificación de los cadáveres que iban a reposar allí dentro) está formado por dos salas y un altar. Se cree que se construyó en el siglo II a. C., durante el mandato del rey Rabel II, y que, después, durante la etapa bizantina, se transformó en una capilla cristiana. No hay que olvidar que en Jordania existen más de 300 iglesias bizantinas, una cifra récord en el mundo.

Aun así, a pesar de ser más pequeño (40 metros de alto x 28 de ancho), el auténtico icono del lugar (y de Jordania en general) es el sepulcro real de El Tesoro, al que se llega por el famoso (y bellísimo) desfiladero del Siq. Gran parte de la culpa de la fama de este enclave la tiene Indiana Jones, al ser el escondite cinematográfico del Santo Grial elegido en la película del arqueólogo más célebre de todos los tiempos de La última cruzada. A caballo llegaba el personaje de Harrison Ford creado por Steven Speilberg tras atravesar el citado desfiladero de 1,5 kilómetros y una anchura máxima de 12 metros. También se han rodado aquí diferentes episodios de La guerra de las galaxias, Transformers: la venganza de los caídos o El regreso de la momia.

El tesoro del faraón

El nombre del edificio (Al Khaznah o el tesoro del faraón) también tiene explicación, ya que los beduinos creían que los piratas que recalaron por estos lares más de una vez habían ocultado oro dentro "y tirotearon la urna superior que puede verse sobre las columnas centrales para que cayera", matiza Koshebaye señalando hacia arriba desde la explanada en la que acaba el Siq, cuajada de turistas, influencers de hacerse la foto más exitosa de las redes, burros y camellos que van y vienen. Los disparos todavía se pueden ver en la fachada, aunque no se sabe si llegó a salir algún doblón.

Lo que sí se sabe es el que el monumento se edificó en honor al rey nabateo Aretas IV para que fuera su mausoleo oficial. De hecho, la fachada presenta diferentes elementos de estilo helenístico y es la más elaborada de todas las que aparecen dispersas por la necrópolis, con esculturas de Castor y Pólux, hijos de Zeus, o de Al Uzza, la diosa de la fertilidad.

Sorprende pensar que El Tesoro (y toda Petra) permaneció en el olvido durante 13 siglos hasta que, en 1812, el aventurero y espía suizo Johann Ludwig Burckhardt se convirtió en el primer europeo en pisar la, hasta entonces, ciudad perdida. Lo hizo tras un largo periplo por el país en el que tuvo que disfrazarse de árabe para poder tratar con las tribus locales. A su vuelta al Viejo Continente, comenzó a hablar de las maravillas que había visto y artistas como el pintor romántico británico David Roberts (autor también de diversas obras sobre España como El Guadalquivir y la Torre del Oro, Interior de la mezquita de Córdoba o del Capilla del Condestable expuestas en el Museo del Prado) no dudaron en venir hasta aquí para conocer in situ estas joyas. Sus acuarelas son, todavía hoy, la mejor fotografía de Petra.

Con el tiempo comenzarían los trabajos arqueológicos, aunque, de momento, solo se ha destapado un 20% de lo que fue la urbe, en la que también había templos, fortalezas, altares de sacrificios, foros, anfiteatros e incluso casas-cueva. Como en la que nació Ata Eata, un beduino de 48 años, tez oscura y turbante rojo que vivió en estos lares hasta 1989, cuando el Gobierno jordano trasladó a más de 300 familias que residían en el yacimiento a Umm Sayhoun, un poblado a las afueras de Wadi Musa, la ciudad moderna pegada a Petra.

Él mismo narra su historia señalando una de las cavidades rocosas en la que durmió de crío. "Mis abuelos, mis padres y mis 10 hermanos dormíamos aquí. Ésta era mi cama", dice mientras señala una de las tumbas esculpidas dentro de la roca. "Nunca fui tan feliz; volvería mañana mismo a vivir aquí", traduce el guía. Hoy, este escondrijo es su lugar de trabajo, en el que ofrece a los viajeros dulces árabes, pan típico, café y té, que calienta en un hornillo que trae cada día. Una mesa, varias banquetas y un par de alfombras multicolores completan el mobiliario de su bar portátil.

Decimos adiós a Petra con su historia, pero solo por un rato, ya que, una vez caída la tarde, hay que volver para contemplar Petra by night. Arranca la cita a las 8 de la tarde, cuando se abre de nuevo el yacimiento (solo los lunes, miércoles y jueves) para disfrutar de un espectáculo nocturno de luces y sones. Entonces, El Tesoro aparece iluminado por centenares de velas dispuestas alrededor de la fachada mientras suena la música y los visitantes degustan un té caliente.

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