n Para pocos y no solamente porque sea un modelo escasísimo en la Argentina, sino porque pocos son los valientes dispuestos a comprarse un auto antiguo cuyo mantenimiento puede resultar complejísimo dada la más absoluta ausencia de autopiezas de recambio en nuestro país. Eso es el Ford Fairmont Station Wagon que Charly disfruta en Corrientes como vehículo cotidiano, seguro que no pasará inadvertido.
El Fairmont de Charly es raro a los ojos de cualquier persona, pero por sobre todo llama la atención de los conocedores. Es evidente que no es un simple auto viejo, sino un modelo clásico llegado de Estados Unidos en 1980, cuando el gobierno militar permitía la importación de vehículos de todo tipo bajo la filosofía del libre mercado, con el propósito político de diversificar la oferta.
Ford Argentina importó varios modelos producidos en Detroit en aquellos años a fin de testear la aceptación del usuario tipo argentino. Pero los modelos llegados de América del Norte no lograron competir con sus hermanos criollos, que gozaban del gran capital de la confiabilidad. En especial el Ford Falcon, que ya era un consagrado del óvalo en las tierras del Martín Fierro.
Por debajo del Falcon se posicionó el Fairmont, que se topó con su pariente británico, el Ford Granada que la misma marca traía desde Gran Bretaña. Sin embargo, algo lo distinguía de todos los demás: la versión full estaba equipada con un poderoso motor V8 de 302 pulgadas cúbicas y caja automática de cuarta, una mecánica que lo transformaba en una nave espacial en comparación con los modelos más conocidos de estas pampas.
Sin embargo, lo que fue su principal atractivo se convirtió en pocos años en su mayor lastre: entrado el período democrático, la importación volvió a restringirse y los repuestos comenzaron a escasear hasta desaparecer, mientras los autos importados se iban perdiendo en los talleres mecánicos, colgados a la espera de piezas inencontrables.
Hay que hacer una salvedad con los japoneses de Toyota, Honda y Nissan (por entonces Datsun), que en buen número sobrevivieron gracias a una comprobada resistencia a los desperfectos.
No pasó lo mismo con opciones llegadas desde Europa o Norteamérica (hubo un poco de todo, desde AMC Concord hasta el polémico Ford Pinto y su peligrosa tendencia al incendio), con lo cual el Fairmont de Charly, pintado en un vistoso azul eléctrico y dotado de prácticamente todos sus accesorios de fábrica, constituye una verdadera rareza.
¿Tiene valor de colección? Con 43 años sobre sus espaldas y una carrocería entera pese a detalles de pintura que podrían enmendarse con cierta facilidad, el Fairmont Wagon pierde cotización debido a una modificación experimentada por muchos autos “tragones” a principios de los años 90, cuando la paridad peso-dólar permitió la llegada de motores diésel de origen japonés que permitían considerable ahorros en combustible. Los propietarios de entonces adquirían esos impulsores usados (y amortizados en Japón) para extirpar la mecánica original de sus vehículos e implantar un nuevo corazón mecánico.
El Fairmont de Charly lleva por esa razón un motor Nissan de seis cilindros con bomba inyectora. Se alimenta a puro gasoil común, por lo que ya no ahorra tanto como antes. “La diferencia la hago en ruta porque la relación de caja con el diferencial original me permite andar en cambios altos con revoluciones bajas”, cuenta su dueño.
¿Por qué un Fairmont y no un Dodge 1500 o un Renault 9? Por mencionar modelos cuyas dimensiones podrían ser equivalentes. “Me gustó el Fairmont porque hay pocos. Diría que no hay otro en Corrientes y siempre me gustó tener autos antiguos. Moverse en un vehículo así es totalmente diferente y por eso lo pienso disfrutar un buen tiempo, siempre que mi familia me banque”, explica Charly.
Nos despedimos con un apretón de manos después de probar tan singular bote americano con el que, orondo, Charly se pasea por la capital correntina, muy seguro de sí mismo. Hay que tener personalidad para conducir un vehículo sin igual. Y confiar. ¿En qué? En que no se presenten imponderables que obliguen a cambiar un paragolpes o una moldura, piezas que podrían ponerlo a buscar agujas en pajares, lupa en mano.