Por Rodrigo Galarza
Hace casi cuatrocientos años el maestro japonés del haiku Matsuo Basho decía: “No sigo el camino/ De los antiguos/ Busco lo que ellos buscaron”. Tal es la convicción que estos diez años de existencia ha guiado al grupo Tajy: un camino de búsqueda, de exploración del sonido de nuestra música. ¿No se trata, acaso, de la actitud que tuvieron los pioneros y maestros del chamamé cuando todo estaba por hacerse, por afianzarse? Pienso por ejemplo en Mauricio Valenzuela o en Emilio Chamorro y su convivencia con los músicos paraguayos, que abrieron caminos a los que vinieron después: Montiel, Abitbol, Marola, etc.
Desde el primer disco “Florece”, Tajy ha sabido florecer, ha crecido, ha ido hollando su propio camino con estudio, perseverancia y corazón. Su modo de tocar y componer, sus arreglos particulares tanto en piezas clásicas como propias, le han ido dando un seña de identidad que en ningún caso significa una llegada, un sitio estático; sino más bien un constante movimiento y es allí donde radica el real significado del poema citado al principio. Su último disco “Raíz Chamamé” da cuenta de ello.
Muchos de los que amamos nuestra música sabemos que la aparición de Tajy y su permanencia en el tiempo, nos acerca y reconcilia con el mundo, nos hace pensar que por algo las raíces primero se nutren de la tierra, para luego trepar hacia la altura hasta que por fin las estrellas nos devuelve la pertenencia al humus para que todo vuelva a comenzar.
¡Salud Tajy!