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El caso Antonio Rivero

Por Miguel Angel R. Villalba 
 

Por El Litoral

Jueves, 05 de septiembre de 2024 a las 19:06

La instalación de la Comandancia Cívico Militar en Malvinas, creada  en 10 de junio de 1829, fue un problema para los loberos y balleneros fueguinos, en su mayoría norteamericanos que depredaban el área. Su titular, Luis Vernet, se ingenió, sin una flota, para cobrar un impuesto por las piezas cazadas. Enteradas, las autoridades de EEUU en Buenos Aires, destacaron a Silas Duncan con la nave “Lexington”,  quien desembarcó en enero  de 1832 y  arrasó con sus hombres la colonia argentina.  Sugestivamente, el verano siguiente,  2 de  enero de 1833, el inglés James Onslow, con la  “Clío”,   ingresaba a la rada de Puerto Luis, donde se hallaba fondeada la goleta argentina Sarandí. 
    No estaba allí por acaso. Luego del ataque americano, Vernet había viajado a Buenos Aires, en busca de ayuda, dejando como responsable al analfabeto Juan Simón. Rosas, en el gobierno provincial, decretó que hallándose el Sr. Vernet en la ciudad y “no pudiendo marchar a Soledad”,  envió  en su lugar “interinamente” al Sgto. de Artillería José F. Mestivier”, con una dotación militar y  varias  instrucciones, que incluían tanto el  fomento de cultivos como acciones militares, esperándose “de su honra, deje bien puesto el honor de la República”. Se trasladaron en la Goleta “Sarandí”  a cargo del Cmdte. José María Pinedo, quien debía instalar al flamante Comandante., afirmar el pabellón nacional y defender su barco, “que nunca rendirá sin cubrirse de gloria” .
     Ya en Puerto Luis, mientras Pinedo se ausentara  para navegar el estrecho de Magallanes, algunos soldados  se amotinaron y asesinaron a Mestivier.  Vuelto aquél  a la Isla, encontró la colonia en un estado caótico. Arrestó a los implicados que mas tarde fueron juzgados en Bs. As.y condenados a muerte. 
     En ese momento, 2 de enero,  la “Clío” ingresaba a la rada. Al día siguiente, tras un amago de prepararse para la lucha, Pinedo decidió abandonar la posición que, conforme sus instrucciones, debía haber defendido hasta perder su nave. A las 9 de la mañana del día 3,  Onslow hizo desembarcar  en tres botes una veintena de hombres y procedió a izar la bandera inglesa en puerto Soledad. Arriaron el pabellón argentino, el cual un oficial lo llevó a  la “Sarandí”, depositándola en manos de Pinedo. Este, el 4, puso proa a   Buenos Aires, donde fue sumariado. 
    Los usurpadores ingleses permanecieron  apenas dos semanas en las islas. El 14, antes de partir,  Onslow encargó  a William Dickson, irlandés empleado de Vernet, izar la bandera inglesa solamente los días domingos y cuando llegaran barcos a puerto. Luego la “Clío” abandonó la rada.  
    En la isla quedó un puñado de habitantes, la mayoría empleados de Vernet, aumentado con la presencia ocasional de loberos y balleneros de diversa procedencia. Según E.J. Fitte, Onslow, antes de partir exhortó a los peones “quejosos y disconformes la mayoría” a “proseguir trabajando y a obedecer las indicaciones  de los encargados de Vernet, pero exigiendo que éstos les pagasen en dinero metálico en oro o plata, y no en vales y bonos que corrían como moneda corriente, aunque también dejó entrever imprudentemente que  si Vernet no regresaba en 4 o 5 meses, podían usufructuar del ganado salvaje cuya propiedad pasaría a ser de todos.”
    Convengamos que desde el asalto norteamericano, la dispersión de parte de la población, las tropelías de loberos y balleneros, la rebelión y asesinato de Mestivier y el repliegue de las fuerzas argentinas, instalaron  un clima de tensión e incertidumbre, que resquebrajó la disciplina y el principio de autoridad. Puerto Luis la habitaban por entonces unas 35 personas.   
    En marzo arribaron a la Isla, enviados por Vernet,  los ingleses Thomas Halsby y Mateo Brisbane, éste como Capataz y Ventura Paso o Pasos.  Por esos días había fondeado allí el “Beagle” de Fitz Roy, con Darwin en la tripulación, mientras, en Buenos Aires, en abril, Vernet renunciaba a la Comandancia.     
    En agosto, el clima amenazante presagiaba tormenta. El capataz Brisbane había recibido aviso de muerte, que desestimó como habladurías. El lunes  26, a media mañana, se desató el temporal.  Thomas Halsby cuenta que “a eso de las 10 se cruzó con Antonio Rivero, José María Luna, Juan Brassido, Manuel Gonzalez, Luciano Flores, Manuel Godoy, Felipe Salazar y Lattorre, armados con fusiles, sables, puñales y chuchillos”. Temiendo lo peor, corrió a la casa del Capataz Brisbane, que se hallaba cerrada. Dos mujeres le informaron que los citados  habían  matado a Brisbane, a Juan Simón  y habían dejado por muerto a don Ventura Paso, que estaba herido, y en mi camino -sigue Halsby- escuché dos tiros  de fusil disparados en la casa de Antonio Wagner, donde mataron a él y a William Dickson”, el despensero.
    Los asesinos regresaron,  remataron al herido Ventura Paso y  tomaron las ropas que vestían Brisbane y Simón, luego prendieron  al mismo Halsby, quien, gracias a la interposición de “no se quien”,   “fui perdonado”, dice el autor de la Memoria que transcribimos, redactada tiempo después en Chile. 
     Cuatro meses después, el 8 de enero de 1834, pasó por Malvinas la “Challenger” en viaje a Chile, su Capitán, Seymour,  dejó al teniente Henry Smith con 6 hombres, y “para fortalecer su mandato, lo nombró Oficial Comandante de las islas Malvinas”, suceso ocurrido solamente un año después de la usurpación y debido “a la acción de aquel grupo” de asesinos, como afirma Fitte. El oficial  los persiguió, aunque ya  uno, Brassido había muerto en reyerta entre ellos. 
El primero en entregarse, José M. Luna y, como “Testigo del Rey”, confesó que “la causa del disgusto que condujo” al múltiple  asesinato, “fue el pagarles a ellos en pesos papel en lugar de plata, como se había convenido anteriormente”.  Rivero, por su parte, se entregó a Smith el 7 de marzo de 1834 y le confió al Oficial que “si  le prometía perdón o si él  pudiese”  cooperar  “para aprehender al inglés que instigó el crimen, el entregaría los caballos y… ayudaría a capturar a los otros”.  
    Los presos fueron conducidos a la Estación Naval Inglesa, en Río de Janeiro. El Contraalmirante Graham E Hammond que llevó la investigación, concluyó en que  “hay suficientes evidencias para condenar a los asesinos”, para lo cual dispuso su envío a Inglaterra, pues los crímenes se cometieron en una de sus  islas. Sin embargo el caso tuvo un cierre singular. El abogado del Rey, Fiscal y Procurador Gral. dictaminaron que aunque “los testimonios pueden ser suficientes para expedir un fallo de culpabilidad… frente a todas las especiales circunstancias del caso, sería escasamente aconsejable si resultase en condena, de ejecutar la sentencia y por eso ellos no recomiendan proseguir con la acusación fiscal”.  Por alguna razón desconocida, se decidió repatriarlos. Durante una visita del buque “Talbot” a Montevideo, se los desembarcó allí, “bajo su responsabilidad”. Así terminó la zaga.
    Algún historiador,  contra la opinión generalizada de sus colegas,  encontró en la acción de estos facinerosos, un móvil patriota, el cual no se aprecia en la luctuosa jornada. Los muertos fueron todos, como ellos, empleados de Vernet e indudablemente, tampoco  se arrió la bandera inglesa, acto que se adjudica a Rivero. Los documentos relacionados al hecho no lo mencionan y además, ella no debía estar izada ya que no era domingo,  era lunes y no se registran  naves en la rada, la otra razón para ello.
Menos aún prospera el izado subsiguiente de la bandera argentina como se pretende, toda vez que ésta, como vimos, le fue entregada a Pinedo, cuando su vergonzosa retirada de las islas, como subrayó en dictamen la Academia Nac. de Historia. Nunca se determinó,  si lo hubo, quien fue el instigador inglés, denunciado por Rivero, o tal vez, esta fue una zorrería del gaucho. 
 

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