n Que, trayectoria de grandes cambios. Que, de tanto repetir los mismos errores, se tornan vistos a menos porque el cansancio, la paciencia mancillada que nada nuevo aporta, salvo que se permita el aumento a los desposeídos jubilados en la Argentina post moderna, la de las malas palabras, la falta de respeto y el maltrato entre ellos mismos, cundan el pánico ya lanzado hace ratos a vuelo.
Yo esperaba comenzar con una anécdota de gran recordación, la que me remite a Mafalda, esa niña increíblemente inteligente que alguna vez se le adjudicó la frase: “SOCORRO, PAREN EL MUNDO ME QUIERO BAJAR”.
Es redonda. Rotunda. No cabe más. Por más, elocuente. Sin embargo el propio autor, el dibujante mendocino, Joaquín Sebastián Lavado Tejón, más conocido en el mundo simplemente, como: QUINO.
El, se encargó de desmentirlo, diciendo que al contrario, Mafalda, que jamás quiso bajar, sin embargo quería que el mundo mejorara. Sea mucho más habitable y viva en paz.
Comenzamos esta gestión con todas las ilusiones, sin conocerlos tan bien, lo que les dio un apabullante triunfo. Sin embargo, lo que vendría después, la angustia y la consternación con tantos cierres y despidos que rompen el alma, dan pavor.
No me refiero a los merecidos que hicieron del estado una dinastía donde cada familia de los señores que lucieron en lo alto del pirámide, reinaron por años, distantes y en las antípodas de quienes, sino por quienes sufrieron y sufren el apriete más inhumano de la historia argentina.
Con una baja de inflación de la bendecida macro que jamás llega a la mitad del país que va por debajo de la línea de flotación, injustamente diferenciado justo en la mitad por la micro.
Es el 60% que las encuestadoras dieron hace rato por arrepentidos, que votaron sin advertir la lava de la erupción que se desataría en todos estos meses, en que no solo el bolsillo se achicó sino que crecieron las tarifas públicas elementales, con un Pami que también aprendió que apretar trae consecuencias en afiliados sin importancia.
Pertenecientes a la condenada indigencia, donde todo cuesta más, el sacrificio mayor y las esperanzas muertas de antemano.
Me quedó grabado lo que hace algún tiempo, lo describió el periodista, Enrique Llamas de Madariaga, en su experiencia mucho anterior al presente cuando por la veracidad del periodismo debió radicarse en el Uruguay.
Dice Enrique que por razones de realizar diligencias en Buenos Aires, cuando tuvo que cruzar el Río dela Plata se sorprendió ante tanta muestra de tristeza.
Hasta los pájaros se habían adherido al silencio de un paisaje común, como un paro donde el silencio callaba todo. El silbido cotidiano, las voces bullangueras de gentes, vendedores ofreciendo sus mercaderías.
El ciudadano cantando, reflejando en su canto la felicidad de estar vivo en ese lugar del mundo, las bocinas calladas, como aguardando algo peor que el silencio, la sordera, como quienes practican la indiferencia como norma.
Al principio fue el asombro que arremetió la sierra, cortando todo lo que se le interponga. Luego, recomenzaron las marchas como antes, y mucho antes que antes, retomando los jubilados su voz ahogada para alguna vez hacerse oír.
Como lo decía Enrique, todo pasó como un tornado no dejando nada en pie; pero que llévela alegría natural, espontánea es el colmo de esa diferencia abismal, que como el paso de los unos, nada ha quedado en pie.
Tomemos y recapacitemos, que tenemos un país por delante, repleto de sueños y postergaciones. Aflojemos un poco. Pensemos como personas: no somos robots, todavía soñamos, nos esperanzamos, la ilusión es grande. Todos iguales. Iguales en la partida, cada cual con su sueño, grandes y unidos
en paz.
Las cifras reemplazaron al ser humano, olvidando que cada cosa se programa y ejecuta para favorecer al que está detrás de todo: la persona de carne y hueso, el ser humano hoy flotando en mar embravecido peligra a cada momento, son los pobres, los representantes de la pobreza manifestándose de todas formas sin que nadie los escuche.
Mafalda fue un éxito porque las cosas que decía eran verdades a gritos, que asombraban a los más grandes, tapándole la boca, dejando sin respuestas lo inaudito como hoy sucede con esa diferencia que duele en que dirimen los que pueden; uno batiendo récords de ventas de automóviles, el otro recordándonos que son mucho más quienes baten las ollas, sin nada para cocinar.
Uno no puede dejar de hablar, porque la sensibilidad debe marcarnos donde está la verdad. Junto al que sufre, como hermanos y junto formamos una gran nación, donde todos sean iguales, con la misma oportunidad, recordándonos que el apriete es inhumano, porque detrás está el ser humano que es hermano y connacional.
Recordemos un poquito, hallemos entre todos sin que nadie quede afuera y tomemos conciencia que se trata de un país, el nuestro, el soberano.
Nuestro Paí, que ha sido profeta, Julia Zini, nos lo recuerda, en el canto, en la poesía, a cada rato su verdad:
“Qué pasaría si todos tomáramos del mismo vino..? / Un vino bueno que en su justa medida / Nos permita liberarnos de prejuicios / De hipocresías, de posturas / Un vino que nos permita ser verdad. / Compadre qué tiene el vino que usted al tomar / Comienza a sentirse hombre y empieza a hablar..? / Hablar de lo que más quiere de su verdad / Y es como si se despertara la realidad.”
Tomemos y recapacitemos, que tenemos un país por delante, repleto de sueños y postergaciones. Aflojemos un poco. Pensemos como personas; no somos robots, todavía soñamos, nos esperanzamos, la ilusión es grande. Todos iguales. Iguales en la partida, cada cual con su sueño, grandes y unidos en paz.