“Es casi tan emocionante como la guerra y no menos peligrosa. En la guerra nos pueden matar una vez; en política, muchas veces”
Winston Churchill
Temo que en estos más de cuarenta años de la recuperación democrática, el sistema político ha tenido una trayectoria descendente, ha ido de más a menos, lentamente se fue degradando hasta ofrecer sus peores productos en los tiempos que nos tocan vivir.
La cuestión no sería tan grave si no fuese porque la política es el instrumento operativo de la democracia, sin política no hay democracia.
Lo paradójico es que, con tal grado de descrédito, la mejor política parece ser la antipolítica, aunque ello sólo haya servido para ingresar al sistema a los outsiders, que se valen de un mensaje disolvente para terminar, luego, absorbidos por las peores pulsiones negativas.
Pero a no confundirse. Me estoy refiriendo a un sistema, el representativo, que por ahora es el mejor artificio que hemos creado los seres humanos para ser dueños de nuestro propio destino.
Su ejercicio supone bullicio, contraposición de ideas y prácticas, ambiciones y contradicciones, grandeza y superegos. No es, como se puede observar, la tensa calma de las dictaduras, o la paz de los cementerios.
“La nómina de los candidatos de las dos fuerzas principales en las elecciones bonaerenses, fue confeccionada a pura rosca política. ¡Volvé Paso, te perdonamos!”
Y, como está en el núcleo de su existencia, el factor ordenador no puede ser otro que el ciudadano de carne y hueso, con el apoyo que confiere o niega.
El desiderátum del sistema democrático debería ser el votante informado y capacitado, para lo cual se requiere un mínimo esfuerzo de trabajo y análisis. Muchos prefieren la comodidad de ser mandados, y no ser copartícipes de la cosa común.
Naturalmente que el conjunto, entonces, requiere de leyes claras que reglamenten su funcionamiento y operadores, los políticos, con capacidad, grandeza y claridad de conceptos.
No temo decir que es el elemento humano el que está presentando fallas que, a esta altura, son demasiado evidentes como para que mucha gente llegue a cuestionarse la propia legitimidad de la representación.
El cierre de listas para las elecciones locales de la Provincia de Buenos Aires, ofrecieron la peor cara de los procedimientos y de sus operadores.
En teoría, se habían suspendido las Paso para evitar gastos (¿superfluos?), pero el remedio resultó claramente peor que la enfermedad. Asistimos a un espectáculo degradante de oscuridades, roscas sin vergüenza, y manipulación, que culminaron con la confección de las listas de candidatos en los dos frentes principales.
Cómo si ello fuera poco, descendimos al cuarto subsuelo de los manejos espurios, con el oficialismo kicillofista cortando la luz ante el inminente vencimiento del plazo y la no culminación del listado.
“El espectáculo decadente que mostraron libertarios y kirchneristas, dejó afuera a los ciudadanos, que el 7 de setiembre sólo tendrán que formalizar los que eligieron unos pocos”
Pero ello resulta anecdótico si nos atenemos a los procedimientos y comportamientos de las dos alianzas principales: la encabezada por el pero-kirchnerismo y la de La Libertad Avanza-Pro.
Le quitamos la lapicera a cada uno de los bonaerenses para que elijan sus candidatos, que seguramente integrarán los cuerpos legislativos de la provincia y de cada municipio, y se las entregamos a los “armadores” de cada espacio, gente que por orden superior manipuló a su capricho el nombre de los futuros legisladores.
Un desagradable escenario del toma y daca, entre kicillofistas y cristinistas y entre libertarios y proístas, por meter un pie en la puerta, para permitir el paso de sus “pollos”. ¡Volvé Paso, te perdonamos!
Se volvió a la práctica de lo peor del sistema. No sólo ingresaron candidatos sin mérito alguno para figurar en los listados, sino que, además, se utilizó la peor “engañifa” para la gente, que son las candidaturas testimoniales.
Las mismas consisten en colocar a la cabeza a gente conocida y de cierto prestigio, pero sólo como mascarón de proa, porque serán personas que, una vez electas, renunciarán en beneficio de todo lo que viene atrás. Estafa.
La paulatina libanización del universo político argentino, ha provocado que los partidos y sus ideologías perdieran toda injerencia en la representación. En reemplazo de ellos, se han constituidos verdaderas “UTES”, uniones transitorias que suman votos más no ideas ni acuerdos básicos. La cuestión es ganar, el resto se verá.
Y de las elecciones de partidos, partiendo del bipartidismo con clara diferenciación política, fuimos paulatinamente involucionando hacia el bipartidismo de coalición, para terminar en lo que Marcelo Falak en Letra P denomina “bicoalicionismo de fragmentación”, que es una sumatoria de minorías y núcleos duros, el peor producto del estallido de la política de mayorías y su consecuente segmentación.
La multiplicidad de cuartos oscuros fueron reemplazados por sendos recintos, también oscuros, dónde la política se enrosca y, lapicera mediante, nomina a quiénes ocuparán por cuatro años los escaños de la democracia.
Es cierto que las elecciones de medio término atraen menos al elector, también que el transcurrir del tiempo democrático instala a una gran parte de la ciudadanía en la comodidad de restar su concurrencia.
Pero no es menos cierto que la degradación del sistema, empuja a una gran porción de la gente a advertir que sus problemas no se resuelven dentro del mismo y menos con la política.
“Los núcleos duros de ambos extremos, cada vez muestran mayor incidencia en las decisiones. El avance incontenible del desafecto ciudadano con la política es el resultado”.
Ese desentendimiento que se vuelve en ausencia electoral, ha ido paulatinamente creciendo en importancia estadística. Promediando, en las elecciones realizadas en 2025, dos de cada cinco personas no han ido a votar. Si fueran un partido político, serían claros ganadores de la elección. No hace falta un gran poder de abstracción para sacar conclusiones.
Según el último estudio de la consultora DC, que se realizó entre el 8 y 9 de julio, el 39,1% de las personas considera que la principal razón por la que la gente no va a votar es que “siempre es lo mismo”, aludiendo a una sensación de defraudación política constante.
En tanto, el 24,3% argumenta que “no se siente representado” por quienes se anotan para competir en las elecciones.
El 23,9% respondió que el ausentismo se da "por culpa de los partidos políticos". Es decir, ese sector responsabiliza a las estructuras partidarias tradicionales de haber alejado a la ciudadanía de la participación política, tan esencial para fortalecer la democracia.
El lamentable espectáculo que ofreció la política en el cierre de las listas bonaerenses, sólo sirve para desacreditar aún más al sistema político. Y allí no se salvan ni perokirchneristas ni libertarios. Ambos recurrieron a las mismas prácticas.
Los núcleos más radicalizados de ambos sectores, coparon las listas, entre empujones, gritos, enojos y avivadas. Allí se decidió todo, el 7 de setiembre el ciudadano bonaerense sólo tendrá que ir a formalizar lo que otros decidieron.
Por favor, ¡el último que apague la luz!