Muchos pacientes acuden a las consultas de sus médicos tras haber pasado un virus, como un resfriado, una gripe o el COVID, porque aún sufren cierto síntoma: la tos. En ocasiones, la tos puede persistir hasta ocho semanas después de haber pasado una enfermedad, incluso cuando ya no se puede detectar el virus en el cuerpo de estas personas. Esta dolencia, que se ha puesto más de manifiesto tras la pandemia del coronavirus, aún está siendo investigada y debatida por la comunidad científica.
La neumología entiende la tos es un reflejo natural del cuerpo que ayuda a limpiar las vías respiratorias al expulsar aire de los pulmones de manera repentina y vigorosa. Como explica la Clínica Mayo, puede ser causada por diversas razones, como irritantes en el aire, infecciones respiratorias, alergias, reacciones a medicamentos, o incluso condiciones médicas subyacentes. Tampoco toda tos persistentes es del mismo tipo, pues puede ser seca o productiva (con flema).
Sin embargo, ¿qué es lo que provoca ese reflejo, ese mecanismo de defensa? El responsable son los nervios que llegan hasta las vías respiratorias, ya que están repletos de proteínas que reaccionan a factores externos. Cuando un irritante, como puede ser el frío, activa estos receptores, estos nervios envían al cerebro una señal que se traduce en las ganas de toser. Es el propio cerebro el que ordena a las vías respiratorias que tosan o no, lo que explica que exista cierto grado de control y conciencia en algunos tipos de tos.
La tos postinfecciosa suele resolverse en dos o tres semanas. Sin embargo, si la tos persiste durante más de ocho semanas, recomiendan consultar al médico. Además, si la tos va acompañada de otros síntomas como fiebre, dificultad para respirar, flemas sanguinolentas o pérdida de peso, recomiendan acudir antes al médico.