El Litoral se entrevistó con él en su departamento, muy cerca del centro de la ciudad. Es casi mediodía, en el cielo no hay una sola nube y es un día muy frío, uno de esos pocos que suelen registrarse en Corrientes. Miguel abre la puerta de su edificio con una sonrisa en la cara. Está abrigadísimo. Sube tres pisos y entra en su departamento. Hay una chica, su compañera de estudio. Hasta recién habían estado leyendo unos apuntes porque en unos días rinden. Hay una mesa chiquita al lado de una ventana grande. Almoha-dones en el piso. Un calefactor prendido para intentar vencer a las bajas temperaturas y una tele prendida que se escucha de fondo. En las paredes, dos cuadros enormes, impactantes, hechos por él. Se sienta en un sillón, enfrente de su compañera, y comienza a narrar su historia.
Miguel cuenta cuándo descubrió el gusto por el arte, dónde se formó, a qué se dedica actualmente y qué espera para el futuro.
¿Desde cuándo y por qué baila?
Siempre me gustó bailar. En el campo, donde yo vivía, no había ninguna academia de arte. Lo único que había era un cine que llegaba al pueblo una vez por semana. No sé dónde se despertó la idea, no sólo de baile, sino del arte como algo histriónico, como un juego. Pero sé que hay dos cosas que favorecieron que surgiera todo eso en mí. Una fue la biblioteca de mi casa, que tenía muchas enciclopedias que hablaban de arte. De muy chico leí la historia de las danzas clásicas, de las danzas rituales, de todo. Miraba las fotografías y me gustaban mucho. Veía las poses y levantaba las piernas, estiraba los brazos. Y seguramente alimentado por lo que habré visto en alguna película del cine. El segundo elemento, que yo agradezco muchísimo, fueron los circos ambulantes. El circo ambulante era una cosa espectacular que traducía, sin querer o queriendo, la historia del circo criollo. En aquella época, los circos y teatros iban a todos los pueblos, al menos una vez por año cuando venían las fiestas patronales. No sólo mostraba destrezas, sino que además todas las noches se pasaba una obra de teatro. Todo eso fue alimentando mi fantasía. Después, a los 15 años, vine a Corrientes e ingresé a la universidad.
¿Y qué estudió?
Comencé a estudiar arquitectura. Hice 2 años, pero fue un momento muy difícil. Cuando yo llegué, había un sistema de ingreso a la facultad. Cuando llegó el proceso militar, ese sistema cambió. La facultad estaba sitiada por millones de policías. Además, la carrera de arquitectura no era mi pasión. Estando acá empecé un taller de escultura, uno de dibujo, y otro de pintura.
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En Corrientes había talleres en esa época. Después la dictadura habrá arrasado todo.
Entonces fue a Buenos Aires ¿a qué?
En Buenos Aires estudié Bellas Artes. También hice teatro y danza contemporánea. Estudié todos los estilos, menos danza clásica, que era lo más conocido. Yo tenía 18 años y, si bien me gustaba, no creí que fuera un vínculo para establecer. El clásico es un estilo que requiere que uno se forme desde muy chiquito. Allá estudiaba y trabajaba al mismo tiempo. Mis clases de Artes Visuales las cursaba de 7 de la tarde a 12 de la noche. La parte de danza la hacía en los tiempos que me quedaban libres. De una manera u otra, habré rescindido de una expresión artística para abocarme a otra.
¿Cuándo se dio cuenta de que era esto lo que quería hacer?
Yo creo que fue a los 15 ó 16 años, cuando descubrí que me gustaban las artes definitivamente. Vine a estudiar arquitectura equivocadamente. Fue entonces cuando me di cuenta de que quería hacer esto. Desde muy chico me encerraba y pasaba horas pintando. Pintaba en mi casa y en la escuela. Ahora que estoy grande me doy cuenta de que eso no pasaba en el común de la gente. Yo leía los libros y me fascinaban Van Gogh, los pintores impresionistas, los clásicos. Admiraba todo eso y me pasaba horas mirando sus obras, y copiando. Lo que pasa es que en mi pueblo no tenía acceso a muchas cosas. Me acuerdo que leía la revista “Patoruzito” y pedí que me mandaran las primeras cajas de óleo. Tardó mucho tiempo seguramente, pero llegó. Y yo estudiaba las técnicas desde mi casa. No sé si existía la témpera en San Miguel en esa época. Sólo estaban los lápices de colores y las acuarelas.
¿Usted cree que el arte se aprende o es algo que se lleva adentro?
Con el arte ocurre lo mismo que con las demás profesiones. Yo no sería médico porque no tengo la inspiración, el don de la asistencia al otro. Todo tiene que ver con el deseo de crecer, de conocer y formarse. Yo creo que el arte, así como el fútbol, o como cualquier profesión, está hecha en función del talento que vos creés que alimenta el deseo por conocer. Si no hay deseo, no hay ganas de conocimiento. El arte requiere una preparación. Por lo general, la gente asocia el arte con que uno tiene un delirio, una inspiración y sale a hacer arte por el mundo. Creo que no es así. En el arte está el genio, está la inspiración pero también está el conocimiento y la preparación. Tiene todo lo que tienen las demás profesiones. Yo creo que todos podemos aprender. Yo puedo aprender cosas de medicina, de matemáticas y no por eso voy a ser médico o matemático. Para aprender hay que tener un gran deseo de conocimiento, de acercamiento a esa profesión o a esa actividad en particular.
¿Qué siente al bailar o pintar?
Se producen muchas sensaciones. El arte en general está vinculado a un lugar del lenguaje que se relaciona con el placer. Tiene que ver con la idea griega del placer como una mezcla de dolor y de alegría. Conlleva muchas cosas. Pero por sobre todo, es un lenguaje que se comunica, que tiene que ver con la sensibilidad. Es una forma de conectarse con el mundo, con el otro y con uno mismo. El arte permite universalizar. Cuando uno está en este campo y le gusta, se comunica con un montón de cosas.