El 16 de julio de 1810, habían pasado dos meses del “grito de mayo”, en pleno invierno. Las cordilleras estaban cerradas. Un desconocido trasponía los Andes. La Primera Junta de Buenos Aires lo había enviado para entregar las noticias del Pronunciamiento de Mayo a Juan Martínez de Rozas instándolo a formar un gobierno semejante en Santiago. Sorprendido al finalizar la travesía, interrogado severamente y requisado con la mayor minuciosidad por un resguardo militar, indignado abrazó su sombrero y lo arrojó al suelo violentamente. Más tarde, en los primeros días de agosto fue encarcelado durante 22 días. Sin conocer el país, ni su gente, al principio guardó silencio. No quería arriesgarse.
Había soportado todo, cruzando 370 leguas derrotando distancias en menos de 30 días para llegar al epicentro del movimiento emancipador trasandino. Había expuesto su vida en cumplimiento de una misión secreta trascendental para nuestra independencia y la de América del Sur, ocultando el Oficio de la Junta y las credenciales de Belgrano y Castelli dentro del forro interior del sombrero que tiró al suelo fingiendo enojo, para no comprometer el éxito de su misión y su propia vida.
Después, los patriotas chilenos lo recogieron. Así, les entregó las comunicaciones que daban cuenta de los sucesos revolucionarios y que revelaban el giro político que había ocurrido en el Plata. Este hecho singular, sin ninguna importancia aparente, permitió que los gérmenes de la Revolución se comunicaran secretamente a ambos lados de los Andes.
La Primera Junta no pudo haber enviado un emisario más apto y leal. A fines de agosto asistió a las reuniones conspirativas secretas que celebraron los patriotas trasandinos para escucharlo e informarse del pensamiento de los Hombres de Mayo.
Goyo Gómez desmintió las noticias que la Real Audiencia había hecho co-rrer a favor de la Corona. Sin duda, el referido oficio clandestino y las cartas secretas de los criollos rioplatenses transportadas por el heroico Goyo Gómez, pueden ser consideradas como los instrumentos iniciales de la interacción entre Buenos Aires y Santiago. El origen de las relaciones diplomáticas entre ambas naciones.
Treinta años después, José de San Martín le escribe a su amigo Goyo: “Tú conoces mis sentimientos... Te repito que si ves en la necesidad de emigrar, aquí tienes un cuartito, un asado y buena voluntad. Todos en esta casa te aman sinceramente”. El Libertador se dirige a Goyo Gómez con mucho afecto e intimidad. También lo tutea, como a nadie nunca, fraternalmente, expresándole que siempre tendrá un lugar en su familia, distinguiéndolo especialmente de todos los demás destinatarios de su extensa correspondencia privada. Incluso, de sus otros dos grandes amigos y confidentes dilectos: Tomás Guido y Bernardo de O’Higgins.
Formula la invitación en el año 1838 cuando se entera que Goyo Gómez fue puesto preso por Juan Manuel de Rosas, y que está en los oscuros calabozos del Cabildo desde hacía cinco meses junto a Juan María Gutiérrez, Castro Barros y Agüero.
Al ser excarcelado dio una prueba más de su libertad de espíritu. En medio de muchísimas personas exclamó “la cárcel no es ahora para ladrones y asesinos, está llena de caballeros”.
San Martín le seguía sus pasos a través de personas conocidas que le comentaban los movimientos de Goyo Gómez porque sabían del afecto que el Libertador tenía hacia él. Así se entero San Martín que Goyo con su familia, abandonando todo tan pronto pudo, se embarcó hacia Montevideo donde vivió con los suyos y compatriotas exiliados.
A raíz de estos últimos pesares de Go-yo Gómez, en octubre de 1839, recibió una carta Gregorio Gómez de San Martín, “Reservada para tí solo”, en la que expresaba, “no puedo aprobar la conducta de Rosas, cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados. El asesinato de Maza me convence que el actual gobierno no se apoya sino en la violencia”.
Goyo Gómez vivió entre Montevideo, Valparaiso y Santiago de Chile durante un tiempo prolongado. Desde esos puntos era un puntal en organizar la lucha contra Rosas. Era el propagandista más feroz con la tiranía del gobernador porteño. Los argentinos lo miraban como el emblema de las libertades caídas de la patria. En Santiago se incorporó a la Comisión Argentina que presidía el general Las Heras.
Tanto era la confianza entre Goyo y San Martín, que esta carta es una prueba más de ello. La partida de O’Higgins de Lima “me obliga a mandarte el poder para cobrar la pensión que me señaló el Congreso del Perú. Te autorizo a transferir haciendo los sacrificios que creas necesarios los que siempre serán aprobados por mí. Siento darte esta nueva incomodidad pero sólo me resta abusar de tu vieja amistad”.
San Martín a nadie trató en su vida con la intimidad que lo hizo con Goyo Gómez. Sus cartas son prueba de ello.
Goyo recibió otra de San Martín en 1843 en respuesta a la que él le había mandado por medio del hijo de Prieto, en la que le decía que “mi resolución de pasar el resto de mis días en Chile es definitiva pero no podré hacerlo. Como tutor de los hijos de mi difunto amigo Aguado no puedo abandonar este sagrado encargo sin cubrirme de deshonra e ingratitud”. En dicha carta San Martín le comenta que “me alegra que hayas recibido el poder para cobrar mi pensión en Perú. Yo te dije, en mis anteriores, que tenías carta blanca para co-brarla y que te pertenece la mitad de todas las cantidades que cobres”. Este rasgo de desprendimiento honra tanto al prócer como a su más íntimo amigo.
Y así podemos apreciar otro rasgo de José de San Martín. Al descubrir la estrecha amistad con Goyo Gómez es como que reafirmamos lo que siempre pensamos del niño nacido en Yapeyú. El enérgico militar. El estratega sin igual. El implacable ante la injusticia. El honesto y rígido padre hecho ternura en los momentos en que Merceditas lo reclamó. Goyo Gómez continuó visitando a Castilla en Perú, a Bulnes en Chile y cuanto fueron necesarios para que su amigo José de San Martín se junte con los dineros necesarios para solventar sus últimos años de vida. Tanta confianza, tanto afecto, tanta verdad volcada en decenas de cartas, ha-blan a las claras del más querido e íntimo amigo del Padre de la Patria. (Fuen-te: Carlos A. von der Heyde)