Por Emilio Zola
Especial para
Diario El Litoral
Llegó el día de las elecciones presidenciales y, sin sobresaltos, la congregación política correntina afrontará los resultados con la tranquilidad de haber anticipado sus propios diferendos electorales. Las cosas en el pago chico están claras desde junio, pero el statu quo local no es inmune a los movimientos telúricos de la política nacional, que hace tiempo viene en ebullición y amenaza con una erupción económica que dispare a niveles estratosféricos el dólar, la inflación y los ánimos.
En este escenario de volatilidad cambiaria que se traduce en un impulso visceral por correr a comprar 1.000, 100 o 10 dólares en la cueva más cercana (un fenómeno que se palpa en las casas de cambio correntinas), la sociedad hace gala de una sorprendente capacidad de autocontrol frente a la tentación de ganar las calles mientras padece el precio de la leche y sigue por televisión el estrago chileno, que explotó por mucho menos.
Quizás gracias a ese pacifismo social admirable, que mantiene el curso de los acontecimientos sin despistes en una Argentina noqueada por la crisis, los funcionarios, políticos y demás personalidades consulares del Taragüí disimulan con eficacia la erisipela que provoca el clima nacional en las comarcas cuyos devenires económicos dependen de la buena, mala o nula relación de un gobierno de provincia con los moradores de Balcarce 50.
Pero disimular es sólo eso, un acting. La procesión va por dentro y conforme las averiguaciones que este columnista practicó en las últimas semanas, resulta innegable que el pensamiento recurrente de los referentes más connotados de la política vernácula pasa por la pregunta de: ¿qué será de nosotros después del domingo 27?
Ese “qué será” comprende la incertidumbre frente al grado de atención que habrá de recibir Corrientes en el nuevo ciclo (gane quien gane, las reglas de juego van a cambiar en la relación Nación-Provincias), pero responde también al irrefrenable afán de los políticos profesionales de predecir el futuro. Todos, sin excepción, quieren conocer la propia suerte por anticipado y forjar su espada en caliente, lo más afilada posible, para no quedar fuera de combate en lo que viene.
Por naturaleza, el que está en un cargo quiere seguir. Sea por privilegios, dádivas o vocación (o por una mezcla de todos estos ingredientes) la meta inamovible en las estrategias de quien logra apearse al tren del poder es la reelección o la permanencia, en medio de un juego democrático que muchas veces pareciera deslizarse sobre senderos predeterminados pero que, como en el sendero de la Oca, siempre oculta un casillero con trampa.
El político de raza es, ante todo, una especie con acendrado instinto de supervivencia, razón por la cual en estos momentos definitorios no sólo reflexiona sobre su destino personal, sino que actúa. Mueve los hilos invisibles de las relaciones entre camaradas, apela a sus contactos más secretos, reflota la agenda manuscrita y escucha a sus asesores, entre ellos, al más gravitante consejero de un político exitoso: su propio instinto.
Por eso no hay que sorprenderse ante las versiones de un asado de camaradería entre Ricardo Colombi y el diputado Daniel Arroyo (PJ), un ministeriable de la facción opositora. Están en su derecho. Arroyo porque tiene la misión de acercar posiciones con el adversario en una transición ardiente. Y Ricardo porque marca un camino, porque su termómetro político roza la infalibilidad y porque -llegado el caso- estos vasos comunicantes hoy soterrados serán el stent que descomprima una eventual trombosis monetaria en el pago chico.
Ricardo es un experto en el arte de mantenerse en posiciones de poder aun cuando le tocó bajarse del sillón de Ferré. Y esa es una condición que le valió no sólo su perdurabilidad sino también su fama de ineluctable, una característica que lo torna omnipresente aunque rehuya hasta el día de hoy a desembarcar oficialmente en las redes sociales.
Tampoco hay que sorprenderse por el convencimiento dogmático que exhibe el gobernador Gustavo Valdés en la campaña del “Sí, se puede”. A diferencia de su antecesor, el mandatario enarboló el pendón de Juntos por el Cambio con orgullo paroxístico y apostó sin titubeos a las chances del presidente, a quien flanqueó orgulloso en el acto de la costanera. Lo hizo acompañado por sus principales aliados, incluido el presidente de la Cámara de Diputados, Perucho Cassani, y de otros exponentes de la política correntina de alta gama, en una demostración de lealtad que ni el propio Mauricio Macri hubiera esperado.
Enfervorizados por la marcha del millón, Valdés, Perucho y sus cófrades repiten “la damos vuelta” en la misma sintonía del presidente, a pesar de que las matemáticas no ayudan y la economía menos. “¿Y si ganan los K? ¿No pensaron en la represalia de los peronchos?”, se preguntó en una mesa de conocido mentidero local el reputado ex titular de un ente autárquico en tiempos del aire fresco. Es genuino el temor del caballero engominado. Genuino, pero infundado.
El tero canta lejos de donde pone los huevos y para entender la conducta de quienes repiten “sí se puede” con los mismos decibeles del pastor Giménez hay que otear más allá del horizonte. Preguntarse, por ejemplo, por dónde anda el vicegobernador Gustavo Canteros, el fiel escudero de Ricardo en 2013 y de Valdés en estos 20 meses que desembocan en un llamativo perfil bajo del copiloto reelecto.
Los contactos de Canteros con la flor y nata del peronismo porteño siguen intactos. El hombre que supo alzar las banderas del aguante en la plaza del 99 nunca fue K, pero tampoco renegó de sus orígenes peronistas. Y si bien es titular de su propia marca provincial, en la Nación jugó con De la Sota, con Scioli y ahora podría encajar perfectamente en el albertismo de la mano de un viejo compañero de batallas, el titular del sindicato de edificios, Víctor Santa María, jefe político de Nicolás Trotta, otro de los ministeriables del candidato de bigotes.
Si es como parece y la dupla Valdés-Canteros actúa en tándem, se puede colegir que el gobernador tiene su pata “albertista” disponible.
¿La provincia? Seguirá administrada por ECO, con un gobernador que se mueve como pez en el agua en materia de comunicación, inaugura una “Muralla China” de carne y salva Massalin Particulares de la hecatombe. Joven y con vocación de poder, Valdés podrá reciclarse en el tablero político nacional si es necesario, pues nada más frágil que la memoria del soberano.
Además, navega con la serenidad que proporcionan las arcas provinciales desendeudadas, con sueldos que serán magros, pero se pagan 10 días antes del vencimiento de ley según la costumbre que impuso Colombi desde que Oscar Aguad le entregó el bastón de mando.
Aquel acierto de los sueldos al día es un activo inoxidable que funge como el gol de Maradona a los ingleses. El “D10S” mercedeño podrá salirse de las casillas una y mil veces, pero siempre estará en la consideración popular de una civita provinciana que, incluso, es capaz de olvidar sus romances políticos del pasado con tal de conservar el maná salarial que cada 10 días impacta en las cajas de ahorro de una correntinidad Estadodependiente.