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La compulsión demagógica de los irresponsables crónicos

Luego de ser protagonistas indiscutibles de la etapa más vergonzosa de la historia doméstica, un grupo de aplaudidores de corruptos junto a unos patéticos personajes de la política contemporánea más timorata volvieron a las andanzas para intentar repartir lo ajeno sin sonrojarse.

Domingo, 13 de julio de 2025 a las 01:38

Buscaron la situación óptima y jugaron sus fichas en un momento estratégico. Repletos de internas voraces y ausencia de liderazgos, con una narrativa antigua y absolutamente sin encanto, estos siniestros representantes de la vieja política entendieron que si no pueden tener logros propios deben tratar de hacer tropezar al gobierno de turno.
Para ello seleccionaron el camino más simple y el que les sale más fácil. Ya se sabe que no tienen capacidad para construir nada de lo que valga la pena sentirse orgulloso. No tienen el talento vital para generar progreso, ni prosperidad. Solo saben aumentar la pobreza y tomar a los ciudadanos de rehenes para luego usarlos en cada proceso electoral.
El escenario elegido fue el Congreso ya que es allí donde aún conservan ese desprestigiado reducto de la mano de una mayoría que es el producto del intrincado rezago acumulado durante viejas elecciones que les han permitido sumar bancas de varias elecciones sucesivas.
El plan está muy claro. Buscan atacar al corazón del programa de estabilización que ha permitido un descenso abrupto de los índices inflacionarios y que tanto rédito en términos de popularidad le viene dando al oficialismo actual.
El análisis político que hacen estos “expertos en poder” es que la sustentabilidad del gobierno depende del apoyo que recibe la figura presidencial y ese respaldo cívico está íntimamente ligado al resultado económico, especialmente en lo que hace a la caída evidente de la indexación generalizada de precios.
Bajo esos paradigmas bombardean la línea de flotación con la expectativa de destruir el equilibrio fiscal. La vía parlamentaria es el recorrido formal necesario y la excusa se la fabrican con argumentos tan simpáticos como convocantes ya que apuntan a despertar la sensibilidad más profunda.
Aumentar las jubilaciones, reactivar la moratoria previsional y declarar la emergencia en materia de discapacidad son aspectos que movilizan a muchos, tanto a los beneficiarios directos como a una comunidad que siempre cree que defender a los vulnerables es innegociable y entonces invisibilizan los costos asociados a esas determinaciones.
A eso se agrega la infaltable apropiación de recursos con destino predecible hacia las provincias. Todo sea por no ajustar un peso en las finanzas locales. Cuando ya no alcanza lo recibido apelan corporativamente a esta lógica que obviamente les sirve para juntar más dinero y seguir con la dinámica eterna.
Esa es para ellos definitivamente la “especialidad de la casa”. Los populistas solo saben malgastar las arcas públicas. No tienen ni la más mínima idea de cómo se crece, ni cómo desarrollar a una nación, pero cuando se trata de usar el erario tienen creativas variantes para despilfarrar lo que no han ganado con su propio esfuerzo sino con el esmero de los que realmente trabajan.
 Las peores prácticas de la politiquería se conjugan en esta oportunidad. No les servía aplicar un solo criterio. Era esencial disfrazar su actitud desestabilizadora con un barniz social, solidario y altruista. Por eso configuraron este engendro que exhibe dos ingredientes muy potentes e imprescindibles para impulsar su proyecto político desesperado.
Por un lado, diseñaron una canallada perfectamente pergeñada para derrotar al enemigo utilizando los vericuetos republicanos, valores en los que, por otra parte, no creen en lo más mínimo. Se han cansado de pisotear leyes y atentar contra el orden institucional en diversas ocasiones sin que se les mueva un músculo de la cara, pero ahora se plantan como defensores del estado de derecho para abusar de las circunstanciales herramientas que disponen.
Adicionalmente edificaron una justificación con altos componentes emocionales para arrinconar al gobierno y poner a sus integrantes del lado de los insensibles, de los crueles y de los que no tienen empatía con los más débiles.
Claramente son los menos indicados para hablar del asunto, pero como no tienen escrúpulos dicen cualquier cosa sin siquiera ruborizarse. Intentan distraer a una sociedad que observa los hechos con desconfianza porque ya conoce a los actores y la ética media que los precede. 
Han arruinado a un país único, lo hicieron a cara descubierta, con funcionarios delincuentes e ineptos y sobre todo con una inmoralidad inaceptable en los roles que les ha tocado en suerte. Ellos no pueden hablar de sensibilidad porque jamás les ha importado la gente. De hecho, las han despreciado llevando adelante un perverso proyecto de poder centrado en ellos mismos, sus negocios y sus cargos.
Para estos criminales la gente es descartable, solo la tienen para validar sus fechorías y no existe nada más repudiable e inhumano que esa postura que jamás pudieron ocultar pese a sus gigantescos intentos de revestir con retórica su nefasto accionar.
La sociedad tiene hoy la chance de opinar en las urnas y desenmascarar a los rufianes y también a sus cómplices. Los impresentables también quedarán afuera. Los votantes se han cansado de que se les tome por tontos y esta vez, harán lo necesario para demostrar a estos payasos que no perderán la esperanza por culpa de los tóxicos líderes que durante décadas arrasaron con todo a su paso.

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